La pandemia que arrasó con el día a día de los asturianos
Los datos lo dejan claro, en este año se han celebrado menos bodas que nunca, hemos viajado menos que nunca y gastamos, sobre todo, en la cesta de la compra
Lo que está allá el final, en un horizonte que queremos ver cada vez más cercano es la 'nueva normalidad'. La antigua, cada vez la recordamos más borrosa. La covid nos llevará hasta allí dejando tras de sí, en el mejor de los casos, una fatiga pandémica en buena parte de la población asturiana. Hace ahora un año aún no sabíamos lo que estaba por venir. Lo intuíamos pero no queríamos creerlo. Aunque, en ningún caso, con la magnitud con que nos azotó el virus. Por aquel entonces, cuando se notificaba el primer caso en Asturias –el 29 de febrero de 2020– de cada paciente queríamos saber prácticamente todo: de donde, de qué edad o cual había sido su rutina los últimos días. De pronto, dejamos de contar los casos de uno en uno. Lo empezamos a hacer por decenas, por centenas... Ya no era un quien sí sino un quien no. Con ello llegaron los fallecimientos, la escabechina que hizo la covid con nuestros mayores, a los que ya como precaución hacía semanas que no podíamos coger de la mano. En 2020 fallecieron un 13,01% de asturianos más que en 2019. 14.570 vidas, no todas por la covid pero que, por un motivo u otro, no pudimos despedir como se merecían.
Publicidad
Tampoco es que en estos últimos 365 días haya habido ánimo para muchas celebraciones. Una de las que se prepara con más tiempo, la que se ultima hasta el mínimo detalle, el día del 'sí, quiero', hubo que readaptarlo a los tiempos de mascarilla, geles hidroalcohólicos y distancia de seguridad. Algunos siguieron para adelante con sus planes. La mayoría decidió tirar la toalla confiando en que el 2021 sea el año. Si un año antes, se habían registrado más de tres mil bodas en la región, bajaron a menos de dos mil. Claro que, contra lo que se pudiera pensar, tampoco hubo más divorcios. El confinamiento fue esa prueba de fuego para cualquier pareja, todo el día, todo el rato, todo. Juntos. Con suerte, en un centenar de metros cuadrados. Lo probable, en un espacio bastante más reducido. No obstante, esta cifra conviene tomarla con cautela. Los datos del Consejo General del Poder Judicial detallan que hasta septiembre se habían producido un 31% de divorcios menos que en todo el 2019. Pero, conforme han ido pasando los meses y las restricciones han permitido recuperar ciertas rutinas, la curva ha mostrado una tendencia ascendente. Sumen el verano, periodo clave o prueba de fuego para muchos matrimonios según se hartan de contar los abogados matrimionalistas.
Usamos menos el transporte público, y el coche, y nos hipotecamos menos. Dicho así, no parece que estemos enumerando nada que nos parezca chocante. Pero también, dicho así, un indicador detrás de otro, es como un bofetón de realidad ante cómo la pandemia cambió nuestras vidas. ¿A dónde podríamos haber viajado si, más allá de la propia prudencia a la hora de hacerlo, medio país ha estado casi todo 2020 con algún tipo de restricción? En cambio, no menos lógico, hemos pagado más de luz, de gas, y en la cesta de la compra. Han sido muchas horas en casa. En ellas hemos visto pasar por delante de nuestras ventanas las cuatro estaciones. Porque ese primer caso registrado, del que ahora se cumple un año, sucedió saliendo del invierno, y en ese invierno, un año después, seguimos estando. Entonces aún podíamos salir de casa sin mirar el reloj, sin preocuparnos de a qué hora volver, sin mascarilla, se podía fumar en la terraza del bar o compartir la sobremesa con un grupo de amigos. Todo eso lo cambiamos, en la definición más generosa, por un reencuentro con nosotros mismos en la intimidad, o por un autoaprendizaje de nuevos talentos que, en esa ansiada nueva normalidad, probablemente se acaben quedando en algo que pudo ser y no fue.
Porque este año que cambió nuestras vidas lo hizo sin que fuera por decisión personal. Fue sobrevenido, impuesto. La pandemia que arrasa con el empleo o, en el mejor de los casos, lo sostiene temporalmente mediante Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) nos obligó a tomar decisiones que quizá hubiesen sido bien distintas en aquella vida anterior. Por ejemplo, las herencias, se han desplomado un 15%. Pero no solo eso, se estima que hubo un 60% de renuncias expresas más a las mismas. Respecto al coqueteo con la idea de irse a vivir al extranjero, más de lo mismo. Los asturianos desterramos ese plan de emigrar, ya fuera por trabajo o en búsqueda de nuevas experiencias.
Subió la pensión y el sueldo medio. ¿Y dónde se fue? Probablemente a pagar el gasto medio de la cesta de la compra, que también siguió al alza. No lo hizo en ropa o calzado o sencillamente en estética personal. No por no querer, como sucede con los bares. Sino, básicamente, por no poder. Los primeros meses de confinamiento todo estaba cerrado a cal y canto. Las peluquerías fueron las primeras en abrir aunque, tras el furor inicial, la asiduidad volvió a caer en picado. La restauración vivió sus altos y bajos pero desde aquel antroxu de 2020, como útimo gran acto festivo donde nos juntamos sin preocuparnos si éramos tres, seis o diez, ha estado más tiempo bajo algún tipo de restricción que fuera de ellas.
Publicidad
Lo mismo le sucede a los amantes de otras artes, sean teatrales, musicales o museísticas. Los culturales han presumido de ser recintos seguros, y ahí están los datos para corroborarlo, pero, en muchas ocasiones, la reducción de aforo difícilmente ha compensado poner en pie un espectáculo. Tampoco el cine, que pospuso sus estrenos y en Asturias cerraron en masa. Nos quedaron los libros, cuyas ventas subieron. Un pasaporte a un viaje de ficción. Del resto, de momento, nada.
1 año por solo 16€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión