«Es inhumano que solo haya podido ver a mi padre cuatro horas en un año»
Las familias de residentes en geriátricos reclaman un plan de desescalada más flexible, que elimine el blindaje de centros por un solo caso positivo
CHELO TUYA
GIJÓN.
Domingo, 14 de marzo 2021, 02:16
El 1 de marzo de 2020 fue el último día en que Rubén Ordiales pudo abrazar a su padre. Ese fue, también, el último día en que su madre pudo dar de cenar a su compañero vital. Al que visitaba a diario, aún sin estar muy segura de si él reconocía en ella a la mujer de su vida. Al marido al que, muy a su pesar, hace cuatro años se vio obligada a buscar alojamiento en un centro especializado en demencias. En estos casi 380 días, «solo he visto a mi padre cuatro horas, como mucho», asegura Rubén. Las mismas que su madre a su marido. Y no tiene dudas: «Es inhumano».
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Lo dice el hijo de Manuel Ordiales con conocimiento de causa. Porque es profesional sanitario en el Hospital Álvarez-Buylla, de Mieres. «Hay muchas muertes de mayores por patologías que no son la covid, pero sí están vinculadas al confinamiento. Al año que han perdido», afirma.
Su padre es uno de los casi 13.600 asturianos que han pasado este año de la pandemia de coronavirus ingresados en uno de los 243 centros geriátricos de la región. Que desde el 12 de marzo de 2020, cuando el Principado decretó el blindaje de todas las residencias, no han tenido libertad de movimientos. «En nuestro caso, fue antes, porque los centros de la Asociación de Residencias Geriátricas de Asturias (Argas), con muy buen criterio, lo habían hecho ya antes. Desde el día 1».
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Porque, aunque ahora resulte difícil creerlo, en la primera semana de marzo de 2020 la covid seguía pareciendo algo propio de otros lugares. Pese a que China sumaba miles de muertos e Italia ya estaba al borde del colapso, España no parecía registrar muchos casos. Ni mucho miedo. En aquel momento, se pedía no alarmar a la población e, incluso, se garantizaban las reservas turísticas para Semana Santa.
En Asturias, las alertas se dispararon el 11 de marzo, cuando se produjo la primera muerte por covid. Fue la pérdida de Avelino Uña, jefe de estudios de la Fundación Masaveu. Al día siguiente se blindaron todas las residencias geriátricas, tanto públicas como privadas. El 18 de marzo falleció una mujer de 95 años, usuaria de la residencia pública de Grado. Y tras ella se disparó una pandemia que, sobre todo en la primera ola, ha tenido en el centro de la diana a los usuarios de centros para mayores. Se ha llevado la vida del 4% de ellos.
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Improvisación
«Había mucha improvisación, pero es lógico, porque apenas nadie sabía nada de este virus», reconoce Ordiales. El blindaje de los centros se convirtió en la única posibilidad de evitar que se propagaran los contactos, «pero ha sido muy duro. Para ellos y para nosotros. Sé que las medidas han sido para salvar sus vidas, pero los que no mueran de covid, morirán de pena. Necesitan ver y tocar a sus familiares».
En el caso de su padre, «que va a cumplir 85 años». vive en Cálida Residencial, un centro geriátrico de El Berrón del que Ordiales no tiene más que buenas palabras. «Nunca hemos tenido problemas de visitas, de acceso. Antes de la covid, mi madre venía todos los días. La traíamos mi hermano o yo. Ella pasaba la tarde con mi padre y, cuando comenzó a empeorar, a tener problemas de deglución, se quedaba para darle la cena».
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Ni besos ni abrazos
Pero desde el 1 de marzo de 2020 «solo le hemos podido ver cuatro veces. Y siempre con distancia. Nosotros vestidos con protección, mascarilla. A mi madre la está consumiendo», asegura. Una situación que, está convencido, «también le pasa a mi padre. Evidentemente, su patología es degenerativa, pero este año ha dado un bajón impresionante. Porque, aunque está muy bien cuidado, le falta el abrazo, el mimo. Si ni siquiera los trabajadores de la residencia les pueden dar los abrazos de antes», lamenta.
Una situación similar vive Marisol García Villa, que suma a su puesto de directora de residencia privada, Nuestra Señora del Amparo, en los terrenos del antiguo pozo Mosquitera, la condición de hija de una usuaria de su centro. «Mi madre decidió venir a vivir a la residencia porque se sentía más acompañada. Aunque el edificio tiene un apartamento, ella reside en el centro, con el resto de usuarios», explica.
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García, que no ha registrado ningún caso de covid en el centro, asegura que los residentes «han dado un ejemplo de vida: Han sido los primeros en ser responsable, mantener distancia, poner mascarilla. Y las familias nos han dado todo su apoyo».
La imposibilidad de visitas ha sido «muy duro», reconoce, aunque su centro «tiene verjas al jardín y ha habido muchas familias que han venido para hablar desde ahí con los residentes».
Unos residentes que no solo han tenido que soportar, y siguen soportando, la limitación de movilidad (ni siquiera hoy, con todos vacunados con doble dosis, pueden salir libremente del centro), sino que «se han tenido que adaptar al uso de material de protección, a que se les tome la temperatura dos veces al día, a la distancia de seguridad...», enumera Marisol.
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El plan de desescalada aprobado el jueves por el Principado no convence demasiado. «Sigue siendo muy duro», critica Rubén Ordiales. «Cada vez que haya un positivo en el centro, volverán a estar encerrados. Mi padre, lo está ahora, por ejemplo. Será salud, sí, pero no es vida», resume.
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