Curar el arte
El Museo de Bellas Artes de Asturias tiene su propio departamento para restaurar obras, pero otros museos y los coleccionistas han de recurrir a profesionales autónomos que trabajan con mimo y respeto absoluto a los artistas
Existen grandes departamentos de restauración como el del Museo del Prado, catalogado entre los mejores del mundo sino el mejor, es común que los ... grandes museos públicos cuenten con sus propios servicios para cuidar y mimar las obras que atesoran y tenerlas en perfecto estado de revista, pero no todos los equipamientos culturales tienen esa fortuna y han de recurrir a restauradores privados, lo mismo que sucede con los coleccionistas o con quienes simplemente conservan un retrato familiar que tiene para ellos un valor incalculable. El Museo Casa Natal de Jovellanos, el Piñole o el Evaristo Valle de Gijón y los coleccionistas de arte asturiano de finales del siglo XIX y la primera mitad del XX se encuentran entre los clientes de Laura Rodríguez Noval, una profesional con veinte años de trayectoria que tiene ya una cartera de clientes en Asturias labrada no sin esfuerzo. No son –revela ella– demasiados los que ejercen este oficio que exige por encima de todo grandes dosis de paciencia y de amor al arte. Por sus manos han pasado obras de Evaristo Valle, de Piñole, de Antonio Suárez, de Juan Martínez Abades. Ella es una veterana formada en la primera promoción de la Escuela de Avilés y por allí también pasaron Ángela Fernández García y Raquel Núñez González, que en 2018 abrieron en Gijón La Fermata, con idéntico fin restaurador. Ellas están en ese camino de hacerse un nombre y han realizado restauraciones de obras de Luis Pardo, Telesforo Cuevas o Pascual Tejerina. «No todo el mundo tiene obra de pintores famosos, pero sí con un carácter muy sentimental», revela Ángela Fernández. Esas también requieren de su mimo.
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Al margen del interés de las colecciones públicas por mantener en buen estado sus obras, los coleccionistas, que lo suelen ser por herencia familiar, también gustan de que sus tesoros estén perfectos, porque además en muchas ocasiones se recurre a ellos para muestras importantes. «Hace poco hubo una exposición de Antonio Suárez y me trajeron siete u ocho obras suyas para dejarlas a punto», relata Rodríguez Noval, que reconoce el esfuerzo de los propietarios por mantenerlos, por cuidar los lienzos, los bastidores y los marcos, porque todos los elementos que componen una pintura han de ser revisados.
Además del propio trabajo en el taller, surgen restauraciones en otros espacios, es el caso de obras que se hallan en iglesias, como los retablos de la iglesia de Cancienes, esculturas como una que hace no mucho se restauró en el parque de Isabel la Católica. Ejercen, además, estos profesionales, de conservadores o peritos en algunas ocasiones en las que al no existir equipo de conservación son reclamados por la Fundación de Cultura de Gijón, la Casa Natal de Jovellanos y el Piñole para hacer informes de entrada a la recepción de obras prestadas para una exposición.
Es mucho el trabajo que se hace para instituciones públicas, de ahí que profesionales como Gema Puente, especializada en papel, crea que sea necesaria por parte de estas una mayor apuesta por conservar en perfecto estado sus colecciones de una forma más preventiva que activa. Ahí está la clave, en que no sea necesario restaurar porque se conservan en perfectas condiciones las obras de arte.
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Es un oficio que se mueve en muchos territorios pero sobre todo en el del estudio propio, con la soledad y la paciencia infinita como compañía. Lleva tiempo. Un cuadro como 'Le Gôuter' de Evaristo Valle, que ahora se expone en su museo tras llegar de Francia, requirió de un mes y medio de empeño.
Pero los tiempos son siempre relativos. El estado de conservación lo es todo. Cuatro meses estuvo en el taller de La Fermata un retrato de Luis Pardo propiedad del Instituto Jovellanos, de mayor porte que el Valle y en peor situación. Lo bueno que tenía el lienzo llegado de Normandía es que no había sido intervenido y eso siempre facilita las cosas. En todo caso, cualquier trabajo comienza por tomar fotografías de la obra de arte sobre la que hay que actuar, tal y como explican Laura y Ángela. A continuación, se procede con el desmontaje del marco y acto seguido, se protege la pintura con un papel japonés y una cola orgánica. Estos dos materiales citados, como todos los empleados, son cien por cien reversibles. Este empapelado es una protección de la policromía que permite desmontar el bastidor y trabajar sobre él sin temor a afectar al anverso. Ya con la tela sola, comienza el trabajo con focos, lupas, pinzas, tijeras, bisturíes... Se procede a una limpieza en seco, es decir, sin productos acuosos, con una especie de goma de borrar. Hay que, cuidadosamente, aspirar el polvo, que suele acumularse en las zonas donde el lienzo coincide con el bastidor y pueden aparecer insectos como arañas pequeñas. El Valle requirió un parche de tela porque tenía un roto y para eso hay que estudiar también qué tejido emplear, si algodón, si sintético. Requirió algún injerto de tela en las zonas donde coincidía la carcoma del bastidor que afectó al lienzo. Se colocan, además, en muchas ocasiones bandas a los bordes del lienzo con un adhesivo reversible que ayuda a tensarlo después sobre el bastidor. Se refuerzan, digamos, las orillas de la tela para poder trabajar mejor después, cuando se volverá a reintegrar a su bastidor original siempre que sea posible. Y eso significa que también ha de ser tratado. En el caso que nos ocupa, había sufrido un ataque de insectos xilófagos, o sea un poquito de carcoma, y eso obligó a una limpieza y un tratamiento con un producto específico en una bolsa estanca durante un par de semanas. Este bastidor se salvó, el de la obra de Luis Pardo que restauró Ángela fue preciso sustituirlo destrozado como estaba por la carcoma y el lienzo requirió de un reentelado, que es también un reforzamiento para garantizar su conservación y posterior tensado incorporándole una nueva tela por la reverso.
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El reverso está listo; el bastidor también y es tiempo de reunirlos y llevar la obra al caballete. Con toda la parte estructural restaurada e intervenida, comienza el trabajo estético. Se retira esa protección de la policromía y comienza el proceso de limpieza. Aquí no hay reversibilidad que valga. Hay que comenzar con pruebas de disolubilidad, es decir, ver con qué disolvente es el más idóneo para eliminar la suciedad de la obra. Hoy en día existen en el mercado productos absolutamente increíbles, incluso vinculados a la nanotecnología para proteger las obras de arte. La toxicidad es cada vez más baja para los restauradores y se respeta más la obra, no dejan residuos. Es preciso, en todo caso, hacer mezclas para dar con el producto que no dañe la policromía original. A partir de ahí, hisopos de algodón, mojar y limpiar. «Se trata centímetro a centímetro», y todo depende de la suciedad. Por ejemplo, la nicotina deja mucha huella y afecta a los colores. No es raro que los cuadros lleguen a los talleres muy apagados, sin luz... Dos semanas de limpieza fueron necesarias para el cuadro de Valle aparecido en Francia. Luego le llegaría una capa de protección sobre el lienzo el original que permite que se advierta la diferencia que la restauradora aporta. Hay que discernir con claridad lo que es original y lo que no; quien mira debe observar el cuadro en la distancia tal cual fue y de cerca advertir esas pequeñas intervenciones para recuperar el color que se hacen mediante acuarelas, también reversibles y de altísima calidad. También hubo que estucar las lagunas, esos huecos sin color que es preciso nivelar. Hecho todo lo dicho, un barniz final y está listo para ser visto y disfrutado.
El trabajo para restaurar papeles es más complejo. Y además apela más a lo público que a los coleccionistas, más centrados en la pintura que en el documento gráfico. Gema Puente es una de las pocas especialistas en este ámbito que trabajan en Asturias y que aborda desde dibujos hasta obra gráfica, así como fotografías y cartelería. Todo empieza con estudiar a fondo el material que tiene entre las manos. Ella que, por ejemplo, ha dado nueva vida a un dibujo de Chillida y ha trabajado también sobre uno de Antonio Saura, sabe bien que la meticulosidad es la clave de todo. Restaurar un papel puede llevar semanas, más tiempo incluso del que autor empleó en crearlo. «Es importante hacer un estudio de la obra previo que tiene que ver con el PH, la conductividad del papel, es importante conocer esos datos para afrontar la limpieza», detalla Puente. Se sirve de distintas iluminaciones, de luz transmitida, de radiaciones ultravioletas para advertir posibles manchas. Todo eso aporta información para dar con el mejor tratamiento. Pueden hacerse limpiezas en seco, acuosas, por inmersión, por capilaridad... Hay que tener cuidado de mantener los aprestos del papel, sus texturas, que no se pierdan las huellas de la estampación en el caso de los grabados, hay que secar con imanes, pinzas. Y todo con materiales inocuos, compatibles con la obra, de gran calidad, lo mismo que ocurre a la hora de reintegrar cromáticamente las piezas cuando es necesario. Se emplean técnicas japonesas en un proceso lento en el que la máxima es que el restaurador si deja su huella se vea en la cercanía pero no en la distancia. Si hay que aplicar color, a través de acuarelas o acrílicos, siempre un tono por debajo. El suyo es arte que cura. Arte anónimo pero imprescindible.
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