¿Quieres despedir a tu mascota? Puedes hacerlo en el nuevo canal de EL COMERCIO

Ver 47 fotos

Joaquín Sabina, acompañado de sus músicos, volvió a mostrar su cariño hacia la ciudad de Gijón. Fotos: Damián Arienza

El día en que Joaquín Sabina dijo adiós a Gijón

Gijón Life. El gran bardo de Úbeda emocionó a las más de 8.000 personas que llenaron el parque de los Hermanos Castro. «Esta vez es, de verdad, la despedida de mi querido Gijón. Muchas gracias por una noche maravillosa», dijo antes de abandonar el escenario

Miguel Rojo

Gijón

Jueves, 17 de julio 2025, 00:05

Lo de anoche bien puede compararse con un combate de boxeo, con Joaquín Sabina en una esquina, la del escenario, lanzando ganchos emocionales, la ... mayoría al corazón, y algún directo al hígado, casi siempre de izquierdas; desde la otra esquina, un público que le devolvió como gigantesco karaoke vociferante cada uno de sus temas al mentón. Si hubiese habido árbitro, hubiese declarado nula la pelea. La velada estaba fijada a las diez de la noche, en el parque de los Hermanos Castro, mirando de reojo a El Molinón, en cuyos alrededores merodeó su Semana Negra, la de su querido Ángel González, para quien tuvo un recuerdo; también al Palacio de Deportes, donde reapareció tras su recordado 'gatillazo' del Jovellanos, con bombín y bastón, postrándose de rodillas ante el respetable. Pero lo de anoche era diferente, no era para pedir perdón, era para despedirse.

Publicidad

Con la voz ajada por el paso constante de los whiskeys y la nicotina, Sabina no tiene ya nada que demostrar. Sus dos horas de 'Hola y adiós' pasaron así, como un suspiro, desde ese último vals que ambientaba su salida a escena hasta la canción de los buenos borrachos que se quedó sonando después de una noche de esas que, en Gijón, se dejan ver muy pocas veces en la vida: no hacía falta 'rebequina' y había concierto al aire libre.

Gigantesca pantalla que ofrecía videoclips sin pausa, bonitos motivos alusivos a las canciones y fotografías cubría el fondo del escenario, y otras dos laterales, continuación de la anterior, permitían ver cada detalle desde cualquier parte del recinto. Y ahí estaba él, bombín blanco, camisa de lunares y pantalones amarillos, acompañado de su banda. «Gijón es de las ciudades más importantes en mi carrera, muy al principio me sentí muy bienvenido. Me ayudó mucho en aquellos inicios», dijo, mientras el público le recibía puesto en pie. Entonces, recordó unas estrofas que escribió con Ángel González para la Semana Negra: «¡Qué noches de callejón sin salida! / Derroches, / 'Asturias patria querida' / Mi coche / vuela en dirección prohibida / rumbo a la Semana Negra / que le alegra el corazón / a Gijón».

Tres guitarras, bajo, batería, vientos, teclados, el colchón musical de Antoñito García de Diego y el respaldo vocal de Mara Barros permitían que el sonido fuese perfecto. Comenzaron derramándose en escena sus 'Lágrimas de mármol', esas que escribió junto a Leiva para contarle a todo el mundo que seguía vivo en su disco de regreso, 'Lo niego todo'. Una canción que sonaba ya en su día a despedida, aunque tengo que decir que anoche todas lo parecían: 'Mentiras piadosas', 'Ahora qué...', 'Calle melancolía'...

Publicidad

Sonó después '19 días y 500 noches', temón que el maestro interpretó por primera vez en directo en 1999, antes de que saliese el disco, en la también cercana plaza de toros de El Bibio. Anoche, sin embargo, le tocaba tocar y tocó –por primera y última vez– en el festival Gijón Life, que recibirá también este verano a otros dos gigantes: el ya mencionado Leiva (26 de julio) y Juan Luis Guerra (22 de julio). Así, entre meses de abril perdidos, peces de ciudad nadando por El Piles y otros de sus grandes clásicos, fue avanzando la noche. Y aunque todas y cada una de ellas podrían haber sido la canción más bonita del mundo, nos habían dado ya las once y las doce cuando llegó el momento de la despedida. «Hasta ahora había sido el hola, ahora empieza el adiós. Y esta vez es, de verdad, la despedida de mi querido Gijón. Muchas gracias por una noche maravillosa», agradeció el de Úbeda, quizás un poco emocionado.

Tan joven y tan viejo, Joaquín Sabina se sacó finalmente de su chistera -a esas horas había sustituido ya a su bombín sobre su cabeza- a su 'Princesa', dio las gracias mil y una veces a Gijón y se fue, dejando atrás una ciudad sabinera como pocas. «Gracias eternas, Gijón. Hasta siempre». Si se hubiese marchado dando un portazo, hubiese sonado como un signo de interrogación. ¿Será cierto que no vuelve o será una más de sus más de cien mentiras?

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad