Un milagro de expresividad y emoción en el Auditorio Príncipe
La violinista María Dueñas y la Deutsche Kammerphilarmonie Bremen ofrecieron un prodigioso concierto dirigido por Paavo Järvi
La tradición musical de Bremen tiene sólidas raíces. Recordemos aquella serie llamada 'Los trotamúsicos' protagonizada por un burro, un gallo, un gato y un ... perro inspirada en el cuento de los hermanos Grimm 'Los músicos de Bremen'. Ayer, en el Auditorio Príncipe Felipe, otros músicos del mismo lugar, los de la Orquesta Alemana de Cámara de Bremen, bajo la dirección de Paavo Järvi, interpretaron un fabuloso recital cuyo punto culminante fue la mágica versión del 'Concierto para violín y orquesta en sol menor' de Mach Bruch. El Auditorio estaba totalmente lleno, de un público entusiasta que aplaudió largamente a la violinista.
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A María Dueñas la escuchamos en el 2021 con la OSPA, en un inolvidable 'Concierto para violín' de Sibelius. A los veintiún años, María es una violinista de una técnica consumada y una musicalidad fascinante. Su versión del concierto de Mach Bruch, impregnada de un romanticismo muy comunicativo, fue mágica. Posee un sonido que parece por su riqueza de color todo un cosmos violinístico. Frasea y canta con una naturalidad expresiva y emotiva. Dialoga con la orquesta de igual a igual, sacando unas dinámicas prodigiosas que van desde pianísimos sugerentes y misteriosos, muy delicados pero perfectamente audibles, hasta sonoridades fuertes, interpretadas con contundencia y redondez.
El concierto fue como un sueño imaginativo, muy continuo, del que no se sabría decir si duró un minuto o treinta. El público se quedó en éxtasis, en suspenso. Tras los aplausos, interpretó dos propinas: la primera, 'Después de un sueño', de Gabriel Fauré, bellísimamente cantado, y una endiablada página para violín solo en la que parecía que a cada cuerda la hacía hablar con un ritmo y una manera propia.
Paavo Järvi, el director titular de la Deutsche Kammerphilarmonie Bremen es un músico estonio de amplia versatilidad. Paavo tiene cierta querencia tanto por el postromanticismo musical, con versiones integrales de Mahler y Bruckner, como por la claridad del clasicismo vienés. En el concierto de ayer dirigió la 'Primera Sinfonía en re mayor' y la 'Segunda Sinfonía en si bemol mayor', de Schubert. Obras tempranas, compuestas antes de los veinte años, influidas por Haydn, Mozart y en menor grado por Beethoven, pero que muestran la frescura melódica y la inspiración del malogrado compositor vienés. La orquesta tiene una cuerda perfecta y un empaste muy completo, que produce una sonoridad global muy homogénea. De Schubert destacamos especialmente el 'Andante con variaciones' de la 'Segunda sinfonía', una página que preludia el sentido melódico de los lieder posteriores del compositor. Versiones muy claras, a tiempos generalmente más rápidos que los actuales, lo que sugería una idea de vitalidad y alegría.
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Terminó el recital con otro nuevo bis: el famoso 'Vals triste' de Sibelius, interpretado dinámica y rítmicamente con sugerentes y expresivos contrastes. Un gran concierto en el que siempre recordaremos la apoteosis de María Dueñas.
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