El viernes pasado, con la primera representación de 'Hänsel y Gretel', el Campoamor saldó una deuda con una de las grandes óperas del siglo XIX, ... hasta ahora ausente de las temporadas de ópera de Oviedo. Más allá de ópera de hadas, como la calificó Engelbert Humperdinck, su compositor, 'Hänsel y Gretel' es una gran ópera romántica de variadas lecturas que trascienden el cuento infantil. La nueva producción de la Ópera de Oviedo nos ofrece una lectura que introduce nuevos ingredientes al libreto de Adelheid Wette, hermana del compositor. El más original de estos aspectos está en la sugerente relación que se establece en el segundo acto entre el estilo de vida americano de los años cincuenta del pasado siglo con el cuento de los hermanos Grimm.
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El sueño americano, la felicidad del nuevo estilo de vida, procede de la década del 50 del pasado siglo. Una sociedad expansiva, consumista, pero con contradicciones familiares íntimas. La principal es que la mujer estadounidense, que en los años cuarenta, por necesidades militares, trabajó en las fábricas, una década después debe volver al hogar en aras de esa familia formada por el padre trabajador, que cuando vuelve a su casa besa a su esposa, entregada ama de casa, y trae un coche de regalo para su hijo y una muñeca para la hija. Aparentemente una familia feliz y sólida, pero apoyada en una mujer frustrada.
Todo esto lo introduce de una manera muy sutil en el segundo acto el director de escena, Raúl Vázquez, con lo que aporta una nueva dimensión tal vez poco explícita a la ópera de Humperdinck. El diseño escenográfico de Sánchez Cuerda, con una evolución de la oscuridad y pobreza a la luminosidad florida, además de ingenioso, es bello. Aspectos como la presencia constante de los hermanos protagonistas, incluso en las escenas en las que no cantan; la concepción de todo el tercer acto en torno a la casa de los dulces o las intervenciones escénicas del coro infantil subrayan la visión dinámica que Raúl lleva a una escena casi siempre bien trabada y animada. Lo menos convincente, por inapropiado y superfluo, es la escena final en la cabalgata de las brujas con el revolcón superfluo del hombre de arena y el duendecillo del rocío. Se me escapa su significado, tal vez relacionado con las fuerzas telúricas del bosque, o sencillamente, para rellenar caprichosamente una escena.
Una de las maravillas de 'Hänsel y Gretel' es que la orquesta no solo acompaña y enriquece las voces, sino que describe y narra, tanto desde una perspectiva interiorizada como desde una plasticidad externa, por ejemplo, en los murmullos del bosque o el canto de los pájaros, la acción. Pablo González, al frente de la OSPA, aborda todos estos aspectos sinfónicos con claridad de fraseos, movimiento interno y riqueza tímbrica verdaderamente magistral. La obertura, en la que se sintetiza a la manera de un poema sinfónico las líneas generales de la obra, fue modélica. Como en un adelanto o resumen de la obra, las trompas proyectan en la frase inicial la sugerencia del bosque; en otra frase se indica el canto infantil de los niños, y en otra, la oración de la tarde. Un mosaico sinfónico inicial que continuará durante casi dos horas, entremezclando la complejidad wagneriana y una sencillez casi esquemática que nos recuerda a la sobriedad luterana.
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Continuidad vocal
El trabajo escénico del Coro Infantil Escuela de Música Divertimento corre pareja a su labor vocal. Efectos de eco, intervenciones siempre naturales, o el canto final en el que se muestra de forma progresiva y creciente cómo los niños van despertando y recobrando la vida, fueron momentos estelares de la actuación de este coro dirigido y empastado por Cristina Langa.
Aunque 'Hänsel y Gretel' cuenta con números cerrados, lo que caracteriza a la obra es la continuidad vocal, muy recurrente en sus motivos melódicos, muchos de ellos de inspiración folklórica, lo que da a la ópera una cohesión que en muchos aspectos se asemeja a la idea fija o el leitmotiv. Entre las melodías muy sencillas y de líneas similares está la 'Canción del hombre de arena' que interpreta Vilma Ramírez con la dulzura de una nana y la 'Canción del hada del rocío', que entona con seguridad Sofía Gutiérrez-Tobar. Fueron dos momentos plenos de magia y ensueño. La mezzo mexicana Teresa Fuentes debutó en el Campoamor con el papel de Gerturd, la madre malhumorada de los dos hermanos. Su escena inicial en torno a la leche derramada tuvo fuerza dramática y poderío vocal. Luego, a lo largo de la obra, este papel se va desdibujando. El último acto estuvo coprotagonizado por Stephanie Muther, que utilizó diferentes registros vocales, desde la emisión nasal hasta la fuerza de una valkiria, para interpretar un papel más cómico que trágico.
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Carles Pachon, la única voz masculina, estuvo espléndido, seguro y con una bella emisión de barítono en el papel de Peter, el padre de los protagonistas. De los dos hermanos, la partitura hace que destaque Gretel, la hermana que inicia generalmente los dúos y que interpretó Erika Baikoff. Más allá de una emisión aparentemente infantil en las canciones, Erika posee un timbre muy hermoso de soprano, tesitura amplia y homogénea y amplia capacidad de matización. Anna Harvey adorna y complementa con seguridad el papel de su hermana. El dúo de 'La oración de la tarde', perfectamente empastada, nos da idea de la belleza ensoñadora de estas dos voces omnipresentes en una ópera total.
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