Profundidad expresiva, fantasía y rigor
El pianista surcoreano Seong-Jin Cho cierra intensa y brillantemente en el Auditorio de Oviedo las Jornadas de Piano Luis G. Iberni
Se dice que los grandes pianistas orientales -China, Japón, Corea- poseen una técnica portentosa y endiablada, cierto gusto por las camisas floreadas, una excelente mercadotecnia ... influida por la música pop y una vaga frialdad interpretativa por lo que el maquinismo de la técnica predomina sobre la expresión. Pues bien, salvo en la técnica al máximo nivel, estas cualidades no coinciden con Seong-Jin Cho, el Radu Lupu del siglo XXI nacido en Corea hace veintinueve años. Ayer, Seong-Jin cerró apoteósicamente la temporada de las Jornadas de Piano de Oviedo. Unas jornadas muy particulares que trajeron a la capital del Principado de Asturias pianistas ascendentes como nuestro Martín García, consagrados como Perianes, y dioses del teclado como Sokolov. A estos, en la primera línea de lo sublime, hay que sumar, a Seong-Jin Cho, como dirían los flamencos, un «monstruo» que, dentro de una amplia gira de conciertos europeos, llegó ayer a Oviedo para interpretar un extenso programa con composiciones de Brahms, Ravel y Schumann. Con un 80% del aforo completo, el pianista fue muy aplaudido en este gran concierto del auditorio.
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Probablemente Seong-Jing posee el palmarés pianístico más apabullante de los últimos quince años, culminado con el primer premio del Concurso Chopin, de Varsovia, en el 2015. Indudablemente, los premios avalan su formación y técnica. La exactitud en el ataque, el control del pedal con lo que crea con precisión sugerentes atmósferas, la agilidad por la que los dedos vuelan sobre el teclado, son algunos rasgos de ese virtuosismo proteico. Sin embargo, lo que nos convence y arrebata es esa profundidad expresiva y estilística con la que nos sumergió en las diferentes obras del programa.
Comenzó el recital con una selección de los 'Klavierstücke' (piezas para piano), op. 76', de Brahms. A pesar de su juventud, fue un Brahms muy maduro, introspectivo, melancólico, especialmente en el intermezzo, pero con cierto vigor otoñal manifestado en el 'Capricho' número 5. No fue un Brahms frío, sino hondamente sentido.
En contraste con la expresividad romántica de Brahms, los 'Mirois', espejos, de Ravel, en los que el compositor francés evoca a algunos de sus amigos de juventud, son un muestrario de sonoridades transparentes, juegos de colores y sugerencias de atmósferas diversas que van desde la noche al mar, de lo oriental a lo español. Cada uno de los espejos fue una especie de milagro de color y de sugerencia. Impresionismo marino en 'Una barca sobre el océano', una interpretación muy debussiana. Sentido de lo hispano en 'Alborada del gracioso'. Todo un juego de sonoridades místicas, un tanto estáticas, en el 'Valle de las campanas'.
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En la segunda parte, la interpretación de Seong -Jin Cho alcanzó proporciones contrapuntísticas y orquestales con los 'Estudios sinfónicos', de Schumann, básicamente variaciones sobre un tema que se va adentrando a lo largo de la densa y extensa obra, en una atmósfera sinfónica y orquestal. Fue un Schumann exuberante en todos los sentidos, de un gran relieve polifónico, muy contrastado en las dinámicas y milagrosamente preciso en pasajes como 'El finale', en el que las manos más que tocar cabalgan sobre el piano, haciendo en cada dedo una melodía.
El público aplaudió con entusiasmo y Seong -Jin Cho fue generoso. Cambió de palo y nos deleitó con Haendel. La primera, un minué llevado con cierta lentitud en aras del reposo melancólico y la segunda, las 'Variaciones del herrero armonioso', tocadas con una transparencia exquisita. Sin duda, ayer estuvo en Oviedo uno de los tres o cuatro grandes pianistas del siglo XX.
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