«Yago Lamela era un monstruo de la naturaleza»
«Aquel día en el Mundial de Maebashi, cuando consiguió los 8,56 metros, pensó ‘aquí la voy a reventar’»Juanjo Azpeitia Histórico entrenador del saltador Yago Lamela
Jueves, 7 de marzo 2024, 01:00
«¿Quién se iba a esperar 8,56 metros? No sé, 8,15, 8,20, ya me parecía la de dios, pero 8,56 parecía ... increíble». Así lo recuerda Juanjo Azpeitia, entrenador, entre otros, del mítico Yago Lamela en torno a un café con EL COMERCIO el día que se cumplen 25 años de aquel mítico salto del atleta avilesino en el Mundial de pista cubierta de Maebashi.
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–La noche anterior a aquella jornada histórica, la de los mágicos 8,56 metros, habló con Yago y éste le dijo ‘le voy a ganar’.
–Fue algo como ‘lo voy a hacer, ‘voy a poner todo’. Yo lo comentaba con mi mujer. No sé si habré sido un poco fantasma soltándole que le pegara una paliza a Pedroso. ¡Qué se yo! Y ella me dijo ‘Juanjo, ¿qué quieres decirle, que va a perder...?. Va a ganar’. Y yo le contestaba ‘hombre, ya, pero con esa diferencia de marcas...’.
–Al que decía que iba a ganar era el dios del salto por aquel entonces. Un cubano elástico y ligero, con tobillos como muelles.
–Y los siguió teniendo muchos años. No olvidemos que Pedroso fue nueve veces campeón del mundo. Era el dios. A Yago le sacaba más de 50 centímetros. Pensar entonces en quedar segundos, ni borrachos.
–¿Cómo era aquel joven Yago?
–Muy disciplinado. Le decías ‘tírate desde aquí’ y lo hacía. Tenía una gran confianza en mí. Me decía a veces ‘Juanjo, pero no te das cuenta de que el que salto soy yo’ y yo le decía ‘ostia, Yago, si quieres también salto yo’. Él era el mejor a los 16 años. En una concentración en Barcelona, le dije a Ramón Cid que, ya que estaba allí también el saltador Antonio Corgos, que tenía entonces el récord de España con 8,23, podíamos llamarlo, a ver cómo veía a Yago. Al día siguiente vino. Yago estaba saltando con poca carrera y dice Corgos ‘¡la virgen! Yo no conocía a este chaval’. Se lo presentamos. Corgos le ofrece la mano y Yago se da la vuelta. ‘Ostia, se me acaba de ir el puto récord de España por los dedos’, dijo Corgos. Como expresión era fantástica, pero él lo había visto saltar y sabía lo que había detrás. Una potencia tremenda.
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–¿Qué le hacía ser tan especial?
–Su fuerza y, sobre todo, su capacidad de incrementarla. Él compartía entrenamientos con Íñigo Rubio, Ángel Azpeitia... La base era la misma. Me decía mi hijo ‘papá, no entiendo, cómo es que Yago puede levantar 160 kilos y yo no puedo con 140’. Yago robaba la fuerza a todos los que le rodeaban. Era pequeño, 1,77 metros, pesado, muy pesado, para ser saltador, no era un hombre de piernas largas, ni negro... Era de Avilés. Como si se hubiera caído en la ría, le hubiera pasado alguna radioactividad y se hubiera convertido en un monstruo de la naturaleza.
–¿Era una persona entrañable?
–Yo diría que tímido, desconfiado, muy desconfiado, poco hablador, yo diría que nada hablador, y con poca capacidad de relación social. Las veces que tenía que asistir a algún acto lo llevaba de pena. Recuerdo que, en una ocasión, tenía que ir a un restaurante, con una cantidad de gente del carajo, y el tío no llegaba. Por fin, viene con su novia, ve lo que había y me dice ‘qué hago yo aquí’...
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–¿Cómo lo conoció?
–Fue mi mujer la que insistió. Yo sabía de él. Un chaval que se marcha al Campeonato de España y gana en longitud y en triple trasciende. A los seis años ya saltaba lo que no estaba escrito. Si ve unas imágenes de sus saltos en un foso que le hizo su padre detrás de casa, queda espantado. Para qué necesitaba ser sociable. Él era el salto de longitud. Se colocaba allí en el foso, apuntaba, corría y caía lo más lejos. Era tan sencillo como eso. Su padre era quien lo entrenaba fundamentalmente. Era quien estaba con el chico desde los cuatro años erre que erre. Pero se le empezaba a hacer complicado el entrenamiento de un chaval que apuntaba lejos. No era tonto. Era ingeniero. Buscó a alguien y me encontró a mí. Yo estaba un poco saturado. No quería. Pero él hablaba con mi mujer día tras día hasta que ella me dijo ‘Juanjo, por dios, entrena a ese chavalete’.
–¿Fue consciente de su potencial?
–Qué me iba a dar cuenta. Yo era un mísero licenciado en Educación Física que saltó longitud. Cómo vas a verlo en un niño de trece años.
–¿Y él lo era?
–Yo creo que no. Era consciente de que era campeón de España de sus categorías, que era un chaval de grandes marcas. Esa nadie lo podía evitar. Pero ¿cómo elabora el cerebro de un niño esa dimensión de éxito? No lo sé.
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–Pero Yago llega ya a aquella mítica cita de Japón con 8,22, a un centímetro del récord nacional.
–Lo normal es que tu atleta , que lleva expectativas de hacer su mejor marca, ronde su mejor salto. Ponga diez centímetros arriba, que me parece ya mucho, diez centímetros abajo, que sería lo normal. Esa es la franja. Pero que el tío pegue el primer salto y se cargue el récord de España... Quién iba a suponer eso.
–En aquella ocasión no había viajado con él a Maebashi.
–Fue una gran noche.
–El Telediario abrió con aquel salto. Estuve aquella madrugada pegado al teléfono con Ramón Cid, con su padre, que no tenía forma de saber qué estaba haciendo su hijo, con mi propio padre... Llamé a todo dios conocido. Fuimos viviéndolo salto a salto.
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–Porque aquello parecía un combate de boxeo por asaltos.
–Iván Pedroso tenía una estrategia. Era el mejor del mundo. El candidato a ser el campeón del mundo. Tras los 8,10 de Yago, hace un salto cómodo. 8,46. Sabe que con esa marca ya se cree campeón y, a partir de entonces, se dedica a ver si es capaz de superar el 8,75 que lleva buscando años. Pero Yago se encontraba deslumbrante y pensó ‘aquí la voy a reventar’. El primer salto le había salido sin forzar. El siguiente lo hace nulo, pero era un salto a tener en cuenta. Y con el tercero logra el récord de España. Pero Pedroso no es tonto y piensa ‘qué pasa con este blanco de los cojones’. Pero empieza ponerse un poco nervioso y hacer nulos porque intenta pillar el límite de la tabla. Y ve que el señor Yago Lamela, en el sexto salto, llega a los 8,56. Y, a continuación, le toca al cubano el último salto. Posteriormente, Iván me diría ‘maestro, tuve que hacer una esfuerzo mental como en mi vida, de serenidad, porque tenía que ir más rápido’. Y así fue.
–¿Alguna vez había pensado que Yago podía llegar hasta allí?
–Nunca. Yo no soy un mago. Pero, cuidadito. Era capaz de levantar de levantar 225 kilos, que es la parte delantera de un coche, y de correr a más de 11 metros por segundo. La capacidad fuerza que tenía este hombre no estaba escrita.
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–Aquello le cambió la vida a Yago.
–Lo primero, desde el punto de vista económico. Él era un hombre de gran habilidad. En Telecinco, fue capaz, vestido con corbata y, manejando una raqueta de ping pong con una mano, desvestirse totalmente. Pero no podía parar a tomar un café porque le abrasaban a fotos y autógrafos... No podía hacer nada.
–No estaba preparado para gestionar su nueva vida.
–Nadie lo está. Pero era un poco raro. Le costaba gestionar todo eso.
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