Alma grande, cuerpo enjuto

Convencido de que Gandhi había debilitado al hinduismo por sus cesiones ante Pakistán, Godse no tardaría en ser ejecutado -lo ahorcaron- como pago a su crimen. Aquí, 'Adeflor' definía a Gandhi como un «alma grande en un cuerpo enjuto». Y condenaba que sus palabras de concordia no hubieran llegado a los corazones «de unos pocos a quienes no les conviene la paz». «Una conjura, y no de los musulmanes, sino de los hindúes, condena a muerte al apóstol, y ayer se cumplió la sentencia», escribió García, buen conocedor de la situación internacional.

«No muere Gandhi como un ser vulgar. Deja de talentar como un santo, víctima de sus propias virtudes cívicas. Si hubiese muerto de debilidad por el ayuno, no hubiera sido su desaparición física tan emocionante. Merecía un fin más trágico. Y lo logró». Decía 'Adeflor' que el final de Gandhi parecía específicamente escrito para su historia «sin par», pero que, a su vez, no era un final completo. «Gandhi no murió. Gandhi sigue entre los indostaníes de todas las razas, como símbolo, como una oración eterna». La pluma privilegiada de nuestro director a la sazón no preveía las críticas que en un futuro se le harían al líder independentista, asegurando que en nuestros tiempos la vida de Gandhi sería «un cuento aleccionador para que los niños sean sanos de espíritu». Pero tampoco era momento de cuestionárselo.