De Cánovas a Sagasta
El turnismo político establecido a la vuelta de los Borbones al trono, en 1885, imponía ahora un cambio de concejales en Gijón
«Era de esperar, pero es de lamentar», titulaba EL COMERCIO en su portada de hace hoy 125 años. Ese era el mejor resumen para ... el hecho de que, a escasos meses del ascenso al poder del liberal Sagasta en el Consejo de Ministros capitalino, tocase renovar el Ayuntamiento 'playu' destituyendo a los concejales contrarios, los canovistas, e imponiendo a los liberales. Y eso, que era lo que se estilaba desde que se impuso para dar estabilidad a la monarquía tras la subida al trono de Alfonso XII, era a lo que considerábamos, por aquel entonces, 'política' frente a los intereses locales. «Desde que la invasora política, hace ya algunos años, se coló de rondón por las puertas de nuestro Ayuntamiento, como por todos los de España, no nos cogen de sorpresa estos cambios», decíamos.
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Sin culpa, por cierto, de los ediles de turno. «Era de suponer que los concejales liberales, tan injustamente destituidos, fuesen repuestos en sus cargos, como es de esperar que los concejales conservadores 'botados' ahora con 'b' de sus puestos vuelvan a ellos 'votados' con 'v' tan pronto como el mango de la sartén que hoy tiene Sagasta caiga en poder del sustituto de Cánovas, que aún está por decidir quién será». Ocurría que, desde que se escogían desde Madrid los colores políticos de los dirigentes locales, la masa social andaba descreída y desconfiada, «desde que se buscan hombres de determinada filiación política para los cargos públicos, prescindiendo por completo de las condiciones personales; desde que los concejales no se llaman, como siempre se llamaron, concejales de Gijón, sino de este o del otro partido». Pero, además, sin que el pueblo pudiera elegir entre unos y otros. Andaba, así, «la administración de los pueblos (...) siempre en manos de la pasión política, manchada siempre por el caciquismo», gran mal de la Restauración. «Gijón precisa, necesita, un periodo un poco largo de paz y tranquilidad para que pueda llegar a la meta de sus aspiraciones», defendíamos entonces, en contra del mismo sistema que había venido a nacer, precisamente, para -presuntamente- aportar paz a un país siempre agitado. Pero no.
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