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Homenaje realizado por sus compañeras en el Antiguo Instituto.

«Siempre formarás parte de todos nuestros éxitos y de nuestras historias de superación»

El homenaje de su hija a Charo Castelao, la policía local de Gijón fallecida en un accidente en la montaña en 2017

o. v.

Miércoles, 20 de mayo 2020

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El destino era la montaña leonesa, el pico La Collada, en el valle de Riaño. Una llamada a los servicios de emergencia alertaba pasadas las tres de la tarde que se había precipitado de una altura de varios metros en una zona pedregosa y se encontraba inconsciente. Estaban a unos 1.700 metros de altura, en una zona inaccesible para los vehículos por tierra. Sus acompañantes no podían acceder hasta el lugar en donde se encontraba.

Charo era una policía muy cercana, convencida de que la primera obligación de un agente es «ayudar al ciudadano». Tenía 57 años y sus compañeros la recuerdan como una mujer «profesional, cariñosa y que ayudaba a todo el que tenía oportunidad». Llevaba unos tres años destinada en el Servicio de Atención a Víctimas de Accidentes de Tráfico (SAVAT) de la Policía Local de Gijóny se ocupaba, además, de otros trámites administrativos de la Jefatura. «Para nosotros una persona que sufre un accidente no es un número más, nos interesamos por cada uno de ellos de forma personal para ayudarle en todo lo que tengamos en nuestra mano», decía ella misma en una entrevista para EL COMERCIO. Y no eran palabras vacías porque con más de una víctima llegó a entablar una buena amistad, al igual que sus otros compañeros de servicio.

Su hija, Andrea García Castelao, instó a los asistentes al homenaje que se le rindió en el Antiguo Instituto a que «no os vayáis de aquí llorando, dedicadle una sonrisa, que sería lo que ella querría». «Era sobre todo una mujer valiente y pionera, que demostró que en esta vida se puede hacer lo que una se proponga, con esfuerzo y dedicación. Siempre se enfrentó a todo con una sonrisa».

Charo fue pionera en 1981 en la primera promoción de mujeres que accedieron a la Policía Local. Fue también la primera embarazada en estar de servicio; fue por ella por lo que tuvieron que cambiar el uniforme e incluir el pichi. Con 40 años se diplomó en Trabajo Social y luego cursó un máster con la fuerza de voluntad y el tesón que le acompañaron siempre.

En ese homenaje, Alejandro Martínez Gallo, jefe de la plantilla de la Policía Local, a la que Charo pertenecía desde los 21 años, indicó que «se nos ha ido una policía de raza, de esas con las que siempre quieres trabajar y que todo ciudadano querría que estuviera a su lado en un mal momento».

Hoy, en el tercer aniversario de su partida, Andrea no puede estar en Gijón, ''por culpa del coronavirus''. Desde Nueva York, donde trabaja, sí que quiso compartir con los lectores de EL COMERCIO esta reflexión sobre su madre, con todo el amor de una hija por su madre:

Otro mes de mayo en La La Land

Era sábado en Nueva York, íbamos a ir a un concierto de jazz en el Django pero llovía, ¡llovía a cántaros! Así que decidimos quedarnos en casa y ver la película de moda: La La Land.

Desde luego, no es mi película preferida. De hecho, es casi sarcástico que probablemente pase a la historia por no haberse llevado el Oscar (incluso cuando la anunciaron como ganadora por error de los presentadores).

Para mí, La La Land, es una película sobre como los cuentos no terminan como esperábamos y las historias que, simplemente, no transcurren como hubiésemos pensado. Y quizá esa sea mi historia con esta película: nunca hubiese pensado que todos los meses de mayo (y muchos otros los días) me acordaría de ella.

Al día siguiente, era el día de la madre en Estados Unidos (una semana después que en España) y todos contentos porque una de las cosas buenas de tener una hija en Estados Unidos es que podías celebrar el día de la madre ¡dos veces! Íbamos a ir a mi sitio preferido de Brunch en Brooklyn pero, por supuesto, no había mesa. Así que, sin ninguna acritud, nos fuimos a otro distinto. Total, ibas a volver a verme en septiembre y ya haríamos reserva con más tiempo. Pues eso…La La Land.

Charo, con su hija Andrea.

Una semana después, dejaste la cama sin hacer y la tabla de planchar sin recoger, parar irte al monte. Qué pena que aquel día, tus malas compañías de cordada no llevaban cuerdas, y aquella ruta que, según decían, no tenía ninguna dificultad técnica, en un error de apoyo tonto, te costó la vida…

Y así, en un segundo, el siguiente sábado en Nueva York, pasamos de disfrutar del primer fin de semana con buen tiempo a lidiar con esos cuentos que, simplemente, no transcurren como hubiésemos esperado.

Recuerdo aquella sensación y todavía hoy, paso por la barandilla de hierro del café donde estaba pidiendo un latte mientras paseábamos al perro. Eran aproximadamente las 11 de la mañana en Nueva York. Recuerdo perfectamente aquella bofetada, tan fuerte y dolorosa que te deja sin aliento y te caes al suelo inconsciente y quieres despertarte (aún hoy) pensando que no es real.

Reflexionando ahora sobre aquel día, a veces los cuentos que transcurren de forma inesperada también traen sorpresas positivas. Allí en Barajas estaban esperándonos nuestros amigos y en concreto, Ana, que se cogió un taxi conmigo y marido a León.

Llegamos los tres al instituto anatómico forense y una vez más… La La Land. El cuento que te imaginas es que alguien va a estar allí para darte los detalles y abrazarte… Te visualizas a ti misma diciéndoles que no se sientan mal, que es un accidente, que le puede pasar a cualquiera... Pues no; allí estábamos los tres y un señor muy agobiado que no sabía cómo contarme todo lo que me tenía que contar…

Llegaron algunas de tus amigas, padre y tío, a quien siempre agradeceré, junto con Isabelita, que comunicasen tu muerte a mis abuelos. Después de las horas de drama, mi única preocupación era volver a Gijón para verlos. Aquel día, había sido el peor día de su vida.

Pero en todas las historias, incluso en las que no transcurren como hubiésemos querido, siempre surgen personas con súper poderes que hacen que, incluso los momentos de dolor puedan recordarse con cariño.

Tres años después, cuando pienso en aquellos días, recuerdo con cariño y con admiración como las policías municipales se organizaron para atender tu tributo todas vestidas de gala, compartiendo piezas del uniforme y acompañándome en aquellos momentos. En la crisis y el dolor, encontraron la oportunidad y el empoderamiento, en este caso de unirse y hacer algo único por mi madre.

Nunca olvidaré las muestras de empatía que mi familia y yo recibimos aquellos días. Desde nuestras amistades más cercanas pendientes de nosotros y mandándonos apoyo incondicional, hasta la copa de vino a la que me invito Tono o Alex dándome los vasos que le había encargado mi madre, mi abogada Maite ayudándome con todos los papeles, la dentista con la muela que se me rompió… hubo mucha gente que su papel en el cuento fue excepcional.

En mi opinión, probablemente fundada en la educación que me diste, uno vive más feliz cuando es capaz de enfocarse en lo positivo. Por eso, incluso en esta experiencia que me tocó vivir, me siento afortunada por estar rodeada de muchas personas que tienen súper poderes: personas solidarias y resilientes, que encuentran la forma de hacerte sonreír y que te ayudan a siempre pensar en positivo. Mi madre era una de ellas. Siempre animaba a todo el mundo a soñar y a pensar en todo lo que podían alcanzar, por difícil que pareciese.

Este mes de mayo, las amigas habían puesto un montón de tiempo en organizar un tercer aniversario sin precedentes. Íbamos a plantar un árbol para que todos los que nos acordamos de ti y de tus súper poderes tuviésemos un sitio al que ir para recordarte. Sin embargo, y una vez más, La La Land.

Resulta que esta semana que íbamos a estar todos juntos en Gijón, recordándote y celebrando tu vida y lo muchísimo que nos aportaste, hay un virus que nos está manteniendo a todos físicamente separados. Sin embargo, me atrevo a decir que también nos está manteniendo emocionalmente más unidos.

Leía el otro día un articulo de Harvard que decía que estamos viviendo un duelo colectivo. Explicaba la importancia de llamarlo por su nombre y de entender que todos pasamos por las distintas fases: primero, negamos que el virus fuese un problema; luego, nos enfadamos porque teníamos que confinarnos; posteriormente, teníamos miedo pero negociamos unos plazos y encontramos cosas que hacer en esta nueva situación; ahora, muchos de nosotros estamos atravesando una fase de depresión (cosas que antes no apreciábamos como ir libremente a ver a nuestra familia se convierten en imposibles)… y así, llegaremos a aceptar que el virus ha cambiado nuestras vidas y que cambiará algunas cosas para siempre. Pero la más interesante de las fases es la gratitud. A esta tenemos que aspirar. Quizá algún día seamos capaces de llegar a esa fase y, en todo lo malo de esta situación y de este duelo, encontremos ciertas cosas que nos hayan cambiado como sociedad para mejor.

El caso es que este cuento, aunque no transcurra como se esperaba, va a transcurrir inexorablemente y, en tu memoria, vamos a intentar superar las expectativas. Porque en el fondo, el final de La La Land no es mejor ni peor, simplemente es distinto.

Muchos de nosotros queremos aproximarnos a esa fase de gratitud. Tú misma lo dejaste escrito en tus apuntes de terapia de reencuentro. Querías, si te pasaba algo, que agradeciésemos (este mes de mayo y cada vez que esa sensación de bofetada vuelve a acecharnos) que te tuvimos -no muchos- años y que somos afortunados por todo el tiempo que pudimos disfrutarte y por el gran impacto que tuviste en nuestros cuentos.

Siempre vivirás en todas las personas que te conocimos. Siempre estarás detrás de todos los gestos positivos, siempre formaras parte de todos nuestros éxitos y de todas nuestras historias de superación.

Viviremos muchos otros meses de mayo en La La Land -juntos o separados- pero siempre unidos por tu sonrisa.

Andrea García Castelao, hija de Charo Castelao

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