Urgente Prisión para el acusado de robar en gasolineras de Asturias
Así lo contó EL COMERCIO.
1922. Hace 100 años.

Una fuga misteriosa

Tras evadirse de la prisión, un soldado del Regimiento del Tarragona intentó suicidarse por razones que se desconocían

Miércoles, 30 de noviembre 2022, 00:28

Todo ocurrió de forma tan rápida que costaba ver qué es lo que había pasado en realidad. A ciencia cierta se tuvo, eso sí, en ... el Gijón de hace un siglo, que el miércoles anterior por la mañana se había dado arresto a José Llamas, soldado del Regimiento del Tarragona (de los que se iban al África) número 78, por causas que no se publicaron en EL COMERCIO. Fuera por hache o fuera por be, una vez ingresado en los calabozos del Cuartel de Alfonso XIII Llamas fue asaltado por una constante preocupación. Dijimos que «en la prisión se entregó a reflexionar de qué modo podría evadirse, y sobre las ocho de la noche, decidióse a llevar a la práctica sus planes».

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Y lo hizo de la forma que sigue: pidió a la vigilancia permiso «para ir a hacer una necesidad»... y le fue concedido. Ya se había zafado, tan fácilmente, de los calabozos. Una vez llegado al cuarto de guardia, a Llamas solo le quedaba atravesar el puesto del centinela para llegar a la calle. «En el cuarto de guardia el evadido se apoderó de una carabina», contaba el ejemplar de EL COMERCIO de hace un siglo, «y salió al punto. El centinela le dio el 'alto' y como el otro hiciérale caso omiso, preocupándole tan solo poder alejarse de allí, echó la cara al fusil, disparando contra el fugitivo. La oscuridad reinando favoreció a José en sus pasos, saliendo ileso de aquel difícil trance». Y se acabó. «No se volvió a ver el soldado en toda la noche».

¿Un plan perfecto? Tal pintaba, pero por alguna razón a Llamas no le salió bien. Porque a las pocas horas de su huida, un hombre que transitaba por las inmediaciones del Sanatorio Covadonga, por la calle del General Suárez Valdés, se topó con el cuerpo inmóvil del soldado. Al lado, siempre, la carabina. Avisada la autoridad, en tanto en cuanto el testigo había creído encontrarse con un cadáver, acabaron trasladando a Llamas al cuartel con un hálito de vida. «El soldado no era sino una víctima del frío. Reanimósele con inyecciones», dijimos. Pero aún más: había intentado suicidarse de un tiro que, por fortuna, solo le dañó el cuero cabelludo. El por qué, sin embargo, permaneció incógnito. Casi mejor no saber.

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