Ser jurado, un fastidio
Lo parco de las comunicaciones de Gijón con Oviedo generaba problemas a las personas elegidas para impartir justicia
«Ya lo saben los jurados de Gijón», dijimos, con agria ironía. «Los días cuatro, seis, siete y ocho de Octubre habrán de abandonarlo todo: ... su familia, su casa, sus intereses, sus ocupaciones, por perentorias y del momento que ellas sean. Si no quieren ir en tercera clase, les costará dinero el trasladarse a Oviedo, y aún yendo en tercera se verán y desearán para comer con lo que por concepto de dietas les den en la Audiencia, si les dan algo y si no los despachan, como ha sucedido en otras ocasiones, con un papel, título de cobro en lontananza; esto es, tarde y mal».
Se pagaba mal y había pocos trenes que llegasen a Oviedo a una hora que, frecuentemente, acababa siempre por no cumplirse: los Tribunales solían tardar una hora o más en constituirse, y no todos los llamados resultaban, al final, elegidos. Estos se veían abocados a perder el tren correo, viéndose obligados a ir «en forzosa vagancia, a contemplar la catedral, el Hospicio y lo demás que encierra en su recinto la ciudad episcopal, hasta las siete de la tarde, hora ya de la noche, en la que pueden ponerse en camino, para volver al día siguiente a repetir la operación, y al otro día y al otro, y así sucesivamente». ¿Qué se le iba a hacer? Las quejas -elevadas ya desde nuestro diario al mismísimo ministro de Gracia y Justicia- no terminaban de funcionar. ¡Paciencia y resignación!
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