Un hablar abierto abre otro hablar y lo hace salir fuera, como el vino y el amor», escribía Montaigne. Podemos colgar las máscaras de la ... costumbre en la percha de la entrada y penetrar en la gran sala de los diálogos con el corazón abierto al intercambio y sin cálculos retóricos. Podríamos hacerlo, pero reconozcámoslo: hoy en día no está bien vista la conversación. Se llevan más los monólogos, o la exposición pública de las miserias horrendas de los seres sin fundamento. Y sin embargo, ¿qué hay más dulce en la vida que la conversación? Para el autor de los Ensayos, «conversar es el más fructífero y natural ejercicio de nuestro espíritu». Mis ideas y mis opiniones puestas sobre la mesa y dispuestas tanto a ser espoleadas o modificadas, como a ser recogidas y aprovechadas. Un lugar de encuentro para mejorar. Pero la conversación es amiga inseparable de la duda, y tampoco la duda está de moda. Muchos prefieren mentir a dudar.
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Dialogar es, principalmente, escuchar. Y escuchar no es asentir, no es claudicar. La escucha es la necesaria predisposición al diálogo. El 'sine qua non' suele estar reñido con el diálogo. Dialogar es darse, ofrecerse, por eso el beso sincero es diálogo. Podríamos hablar de un principio ineludible para fundamentar un diálogo político: no se puede ofrecer aquello que es imposible entregar y no se debe esperar o exigir lo que en ningún caso se podría realizar. En el proceso de dialogar nos creamos y nos recreamos. Negociar no es dialogar, porque en la negociación no prima necesariamente la verdad, sino intereses determinados. En la negociación yo te doy y tú me das, independientemente de que las concesiones o los logros concuerden con la búsqueda de la verdad.
La política, ya desde Platón, no debe ser otra cosa que el quehacer ordenado hacia el bien común, la forma de organización de la convivencia. Y cada grupo, cada comunidad, cada individuo tienen una idea de cómo llevar a cabo esa organización. No hay individuo sin una idea de organización de su entorno, de su trabajo, de su vida, de su colectividad, por eso no existe el ser 'apolítico'. No es posible una sociedad sin política, porque no es posible una sociedad sin normas de convivencia, sin ideas organizativas, sin sentido de la pertenencia. No es posible la política sin diálogo.
En demasiadas ocasiones la impasibilidad en los sentimientos, el sentido exagerado de la grandeza personal o el oportunismo canalla y el desprecio hacia los más débiles, han generado dirigentes mediocres que en su tumorosa vanidad acabaron por creer que andaban situados por encima del bien y del mal. Ante estas crisis inéditas que venimos padeciendo, la reacción de algunos políticos deja mucho que desear al aplicar ellos el principio de la negación. Tienden éstos a minimizar capacidades y voluntades ajenas y maximizar las propias, porque les seduce sobremanera el espectáculo de su propia mezquindad. Son políticos incapacitados para los diálogos, incluso para la útil y sana negociación.
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La antesala de la negación al diálogo es el insulto, la descalificación personal, la falsa acusación. La negación definitiva conduce al enfrentamiento abierto, a la pelea e, incluso, a la guerra. La pérdida del sentido común es directamente proporcional a la crudeza de las acusaciones y al descaro de las disculpas. El auténtico discurso político no busca la adhesión incondicional (la fe), sino la reflexión; no afirma, sino que pregunta y espera. Negar la posibilidad de diálogos y acuerdos con 'el otro', es negar 'al otro', y si niego 'l otro' me niego a mí mismo.
Ahora más que nunca los gobernantes están cometiendo errores, porque ahora más que nunca la gobernación es tremendamente compleja, y esto despierta en los merodeadores del poder las telúricas pedanterías del narcisismo político. Desprecian la orientación dialogística de la necesaria política y la convierten en una fastidiosa e indigna algarabía. La demagogia es una estrategia consciente que consiste en utilizar adulaciones gratuitas y promesas imposibles de cumplir para convencer al pueblo y convertirlo en instrumento de la propia ambición. En la demagogia hay un actor que finge dialogar y engaña a sabiendas y un público que se abandona a la creencia ciega. El demagogo no dialoga más que consigo mismo. El diálogo es un arte y sus caldos de cultivo son el sentido común y la buena voluntad.
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