Las redes sociales se muestran cada día sembradas de voces que exponen opiniones que generan influencias, y entretienen a una población razonadamente decepcionada y tristemente ... descreída. Algunas de esas voces son atendidas por millones de seguidores. Son voces que utilizan lenguajes desenfadados y directos y cuyo poder, sin embargo, no siempre escapa al abrazo interesado de patrocinios corporativos. Nuestra mirada y nuestro corazón necesitan aprendizaje para adquirir la capacidad de distanciarse de las pulsiones de la generalización y de la superficialidad. También de la curiosidad perversa. Utilizamos la palabra con premura para interpretar y sucumbimos a la inclinación irresistible de opinar, justificar o juzgar. Nuestros juicios suelen ser momentáneos, emocionados y propensos al desvanecimiento. Las voces poderosas opinan y juzgan para millones de atentos escuchantes, ávidos de señales luminosas o estrellas de Belén.
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Priman los contenidos referidos a lo relacionado con la política. Entre las voces más celebradas parece que abundan aquellas que aluden a la política como alegoría necesaria para la expiación común, como símbolo de lo desfavorable, como atributo del engaño y efigie de la hipocresía y como algo negativo que acarrea corrupción, perversión e injusticia. Por extensión, la crítica desfavorable se extiende al sistema que nos contiene, renegando de la utilidad de la política para organizar la convivencia y reprobando a cualquier representante político por el hecho de serlo. La negación del sistema resulta curiosa cuando es anunciada por quienes, sin duda, se están favoreciendo notablemente del 'pernicioso y negado' sistema.
Atendiendo a la intención y actitud del emisor y al modo de formular el mensaje, deduzco que las críticas de algunas de esas voces influyentes no son constructivas, pues no se encaminan a la proposición de soluciones factibles y concretas, sino que proclaman generalizaciones, confunden con argumentos falaces y transmiten los mensajes con resentimiento, resaltando únicamente los aspectos negativos de cualquier realidad. Se trata de la utilización del desahogo como herramienta de comunicación, de la destrucción grandilocuente como método de captación de seguidores y de la conversión perversa de la opinión en información y de lo instintivo en sustancia principal de los argumentos. No hay intención de favorecer la esperanza. Dicen los psicólogos (para algunas de estas voces los psicólogos son ineptos y agradecidos funcionarios del sistema) que las personas que se instalan en la permanente crítica constructiva tienen la mente abierta y son empáticas, altruistas, comprensivas y compasivas, y que aquellas que recurren con insistencia a la crítica destructiva manifiestan egoísmo, rigidez mental, insensibilidad e intransigencia. Por eso las críticas importantes, las que contribuyen a mejorar la sociedad y al crecimiento en valores del ser humano son siempre constructivas. Y hay, afortunadamente, voces de esta índole positiva en esta poblada selva de los púlpitos virtuales.
Las voces destructivas hablan permanentemente de la inutilidad de la política y proclaman la expulsión fulminante de todos los políticos. Banalizan el noble y necesario ejercicio de la política. Hablar mal de la política como circunstancia sustantiva e ineludible a nuestra naturaleza social es hablar mal de uno mismo, porque al opinar sobre la forma corrupta de gobernar, sobre la injusticia de las prebendas, sobre los impuestos abusivos o los privilegios sin justificar uno ya está haciendo política en su acepción más principal, pues está expresando su propia opinión sobre el gobierno de la sociedad a la que pertenece. Si aceptamos la necesidad de una articulación social y de unos preceptos que regulen la convivencia, que determinen deberes y garanticen derechos, aceptamos la existencia de representantes que propongan políticas, legislen sobre ellas y regulen su cumplimiento. Así pues, tan político es el 'político' como quien asegura renegar de los políticos, porque en uno y otro lado, en el de quien legisla u organiza de manera más o menos afortunada, y en el de quien responde más o menos efusivamente a la decisión que lo afecta, existe una idea de organización social.
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Es muy perjudicial para nuestra sociedad banalizar el ejercicio de la política. Lo hacen esas voces de la destrucción, y, sobre todo, lo hacen aquellos políticos que han sido imputados, condenados y encarcelados, y los partidos que aceptan prebendas, trafican con dinero negro o bendicen a los tránsfugas. La política debería ser oficio necesario y noble en un mundo en el que la cooperación, la solidaridad, la justicia y la atención a los más débiles es condición indispensable ara supervivencia de nuestra especie. De quienes la ejercen, pero también de quienes se proclaman líderes de opinión, y por supuesto de todos nosotros, depende la no banalización de la política.
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