Urgente Prisión para el acusado de robar en gasolineras de Asturias
Gaspar Meana

Una democracia divorciada

El Principado contabilizó en 2022 dos divorcios por cada tres matrimonios, un dato superior a la media española, que no es baja. En nuestro país, la duración media de los matrimonios que acabaron en divorcio fue de 16,7 años

Un peligro en la investigación de asuntos criminales es la visión de túnel. El investigador fija la atención en una hipótesis plausible y en un ... potencial criminal, desechando multitud de información que podría haber llevado la investigación por otros derroteros y, así, descubrir al verdadero culpable. Los procesos electorales también ejercen ese efecto túnel en la atención pública, que pasa a ocuparse casi exclusivamente de la contienda política. Hazañas como la de Carlos Alcaraz nos sacan momentáneamente del túnel, pero enseguida volvemos a él. Todo esto viene a cuento de que quizás hemos prestado poca atención pública a los datos que, sobre el divorcio en España publicó el 13 de julio el Instituto Nacional de Estadística (INE). EL COMERCIO daba cuenta de que, según esos datos, el Principado contabilizó en 2022 dos divorcios por cada tres matrimonios, un dato superior a la media española, que no es baja. En nuestro país, la duración media de los matrimonios que acabaron en divorcio fue de 16,7 años y la franja de edad que más divorcios acumuló fue la comprendida entre los 40 y 49 años.

Publicidad

Lo que no se recoge en esta información es el número de reincidencias, es decir, de rupturas de matrimonios posteriores a un divorcio previo. Tampoco disponemos de la información sobre el número de parejas que conviven sin casarse y de sus rupturas. Una imagen sociológica completa sobre el matrimonio y la familia requeriría también esa información. En todo caso, el aumento de la convivencia de parejas sin casarse no hace sino mostrar con mayor claridad la provisionalidad de las uniones.

Seguramente, la mayoría de las personas consideran preferible fundar una familia mediante un matrimonio que dure toda la vida y que los hijos lo sean de quienes forman dicho matrimonio. Lo que sucede a la vez, probablemente, es que muy pocas personas se consideran capaces de contraer un matrimonio de ese tipo. Esto significa, en mi opinión, que el matrimonio tradicional -el que gestó esa familia ideal que casi todo el mundo querría tener- se ha hecho culturalmente inasumible. La idea de libertad socialmente vigente se caracteriza por la reversibilidad de las decisiones. La irrevocabilidad se considera una aberración, porque identificamos la libertad con poder elegir entre varias opciones y perdemos de vista la importancia de las promesas. En definitiva, la renuncia a contraer un matrimonio indisoluble no obedezca quizá tanto a no desear ese tipo de matrimonio y de familia cuanto a la dificultad para comprender que el buen ejercicio de la libertad se mide más por la calidad de las ataduras que por la ausencia de ellas.

El imperio de la libertad banal tiene consecuencias desastrosas en todos los órdenes, porque la revocabilidad hace provisionales todos nuestros proyectos e inciertos los amores más importantes. Desconozco si la psicología ha estudiado los efectos nocivos de la provisionalidad afectiva, pero mucho me temo que tienen que ser descomunales. No sólo para los hijos, algo sobre lo que parece que hay más sensibilidad social, sino para los adultos protagonistas de la ruptura. El ser humano necesita una seguridad afectiva básica, que actúe como las estrellas fijas para el navegante, proporcionando orientación vital. Si falla esta orientación, estalla el caos. Que nuestros afectos más profundos resulten enormemente inciertos tiene que ser una importante fuente de desequilibrio emocional.

Publicidad

Por supuesto, el amor nunca puede ni ha podido estar garantizado; el amor siempre puede fracasar. El problema es que antes -cuando la indisolubilidad era una pretensión- fracasar en el matrimonio era algo que simplemente sucedía; ahora es algo prácticamente asegurado y asumido de antemano. Esto hace que tenga lugar el maleficio del autocumplimiento de una profecía: si te casas asumiendo que probablemente te acabarás divorciando, eso es exactamente lo más probable que ocurra. Si las parejas no entienden que la unión que forman marido y mujer representa un valor superior al de sus vidas por separado es muy difícil que no acaben divorciándose. La maximización de la libertad de elegir está impidiendo realizar uno de los propósitos más valiosos que podemos acometer los humanos.

En 'Otra vida por vivir', Theodor Kallifatides dice que «antes no había razón que nos hiciera divorciarnos. Ahora nos divorciábamos por cualquier razón. De ciudadanos pasamos a ser individuos». Lo que dice este escritor greco-sueco tiene una derivada política demoledora. El divorcio, como fenómeno social masivo, como mentalidad, responde, en efecto, a una concepción de la libertad que, por individualista, también posee poco voltaje ciudadano. Nuestra condición ciudadana es poco coherente con un individualismo que ve la comunidad política sólo como una instancia proveedora de servicios públicos, que pagamos mediante nuestros impuestos y cuyos gestores podemos elegir en las citas electorales.

Publicidad

Es la versión individualista de la libertad la que dificulta apreciar el valor superior del matrimonio en el orden personal y el de la comunidad política en el social. El divorcio de las parejas resulta coherente con una democracia también divorciada. Mejorar la democracia quizá tenga algo que ver con tomarnos en serio el fracaso que para la sociedad representa la actual pandemia de divorcios.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad