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Gaspar Meana

Vuelta al hogar

La revalorización del silencio, de la sobriedad e, incluso, de la familia y el matrimonio vuelven a asomarse como referencias significativas en sociedades que parecían haberlas dejado atrás

Tras años dominados por contenidos breves y fugaces, están resurgiendo los formatos largos en todos los ámbitos culturales: vídeos extensos en YouTube, canciones más largas, ... conciertos maratonianos, podcasts de varias horas y libros más densos. Así lo dice el crítico y artista musical Ted Giogia en su boletín 'The Honest Broker' del mes de junio. Según Giogia, esto refleja un cambio profundo: las personas empiezan a cansarse de la estimulación constante y superficial, y buscan experiencias más duraderas, valiosas y plenas. En ese estar de vuelta de algunas cosas para mirar a lo esencial, pienso yo que hay otras muchas cosas, como la revalorización del silencio, de la sobriedad, e incluso del hogar, la familia y el matrimonio, que vuelven a asomarse como referencias significativas en sociedades que parecían haberlas dejado atrás. De esto último es de lo que me ocuparé a continuación.

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En efecto, cada vez más personas valoran el proyecto familiar como fuente de realización personal. Un estudio de Tinder (2024) reveló que los jóvenes priorizan relaciones estables y de calidad frente al sexo casual. En EE  UU., la economista Catherine Pakaluk publicó en 2024 un libro de entrevistas a mujeres con estudios universitarios que eligieron tener familias numerosas (cinco hijos o más) y que ven la maternidad como un camino de plenitud y fortalecimiento del matrimonio, pese a los sacrificios que implica. En Europa, según un estudio publicado por el 'Journal of Marriage and Family', entre quienes están satisfechos con sus vidas, el porcentaje de padres es superior al de quienes no tienen hijos.

Se está recuperando el valor del matrimonio y la familia porque muchos empiezan a ver que su debilitamiento está en la raíz de numerosos problemas sociales. Factores como la ausencia del padre, la falta de tiempo compartido en casa, los conflictos por custodia de los hijos o los cambios constantes de pareja generan heridas profundas que afectan al desarrollo y bienestar de los menores. Y desde una perspectiva mucho más tangible, en Estados Unidos, una investigación del Institute Family Studies publicada en mayo de 2024 arrojaba, por ejemplo, el resultado de que los niños cuyos padres están casados suelen tener mejores resultados en la vida: es más probable que se gradúen de la universidad, consigan empleo y eviten problemas como la pobreza, la depresión o el delito. En promedio, la pobreza infantil es –según ese estudio– cinco veces más alta en familias encabezadas por madres solteras que en familias con padres casados. Investigaciones anteriores sugieren que, si la proporción de familias monoparentales no hubiera aumentado desde 1970, la tasa de pobreza infantil actual sería un 20 % más baja.

No obstante, este horizonte favorable a los valores de la familia choca a día de hoy con una situación social en la que todavía son mayoritarios los planteamientos que dificultan la construcción de matrimonios y familias satisfactorias. Mirando a España, un informe del Observatorio Demográfico CEU, de 2024, realizado a partir de datos del INE y de Eurostart, arrojaba los siguientes datos: en torno al 50% de los españoles jóvenes y de mediana edad no se casaría nunca, y un porcentaje similar de los matrimonios españoles se acaban divorciando. Por otra parte, el número de niños y jóvenes españoles que se crían sin un progenitor es cercano a 2 millones, y los hogares monoparentales son ya en torno al 20% de los hogares con hijos; además, en el 3,6% de los nacimientos de 2022 no consta el padre.

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En mi opinión, la crisis de la familia tradicional (un matrimonio estable en el que los hijos se agradecen como un don y de cuyo cuidado y educación se responsabilizan sus padres) representa una de las causas más importantes de los males que la sociedad padece. Por eso, resulta preocupante que dicha crisis tenga tan poca presencia en la conversación pública, que se considere poco progresista defender la familia tradicional y que, en aras de la diversidad, se la ponga al mismo nivel que cualquier tipo de convivencia en la que medie el afecto, mascota incluida. Aunque las posibilidades de la política en este ámbito son limitadas, no hay que desdeñarlas: adecuadas políticas de conciliación laboral, ayudas a la natalidad y a la educación de calidad y, sobre todo, hacer más asequible el acceso a la vivienda juegan a favor de la familia. Si bien la política no es la solución, es deseable que sea, al menos, parte de ella.

De todas formas, hacen falta profundas transformaciones culturales para que los jóvenes encuentren sentido al compromiso matrimonial y quizá sean los jóvenes quienes mejor preparados están a día de hoy para salirse de la lógica consumista que tan fuertemente viene marcando a nuestras sociedades. Diversos informes en los últimos años, tanto en España como en otros países, apuntan a que los jóvenes le piden a la vida algo más que buenos sueldos. Las empresas comienzan a interiorizar que, si quieren retener talento joven, han de asumir que estos tienen más objetivos en la vida, entre los que no pocas veces se encuentra el de realizar un modelo satisfactorio de familia. Quizás los jóvenes están de vuelta de muchos postulados ideológicos y están descubriendo que formar un hogar representa la aspiración que más valor puede añadir a sus vidas. Quizás, la civilización occidental, como si se tratara del mismísimo Ulises, está volviendo al hogar.

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