¿Quieres despedir a tu mascota? Puedes hacerlo en el nuevo canal de EL COMERCIO

Paso libre al populismo extremo

La izquierda recela y tiembla y la derecha se deja querer, aunque esto suponga renunciar a su identidad y, mientras, la extrema derecha prospera

Viernes, 12 de julio 2024, 02:00

Como una peste irresistible y trágicamente contagiosa se extiende por el mundo una ideología (tan vieja como la humanidad) que ya creíamos acorralada por la ... implantación generalizada de democracias modernas, cuyo común denominador parecía ser la procuración de la convivencia y el respeto a derechos humanos y tratados internacionales. Esta ideología atiende a derivaciones varias, bien actualizadas, que apuntan violencias contra los diferentes (xenofobias, racismos, homofobias, machismos o fundamentalismos religiosos), nostalgias de antiguos totalitarismos, pensamientos supremacistas, justificación de la violencia política (opresión, limpieza étnica o genocidio), nacionalismo agresivo, autoritarismo militarista o difamación sin escrúpulos de las instituciones democráticas y de sus representantes.

Publicidad

En el momento actual y debido al avance de los diferentes grupos o partidos de ultraderecha y a la presencia universal y constante de sus líderes en medios de comunicación y redes sociales, se están produciendo diferentes operaciones políticas y sociológicas de 'blanqueo' de algunas de estas posiciones inequívocamente extremistas, disimulos construidos con el efectivo pegamento populista que ofrece soluciones mágicas a problemas complejos. Estos 'blanqueos' se conforman como una amenaza evidente al sistema democrático de la convivencia y del bienestar, pues difuminan las fronteras entre las posiciones extremas y los puntos de vista de las derechas tradicionales. Al 'blanqueo' también contribuye la participación de algunos de estos grupos en el juego democrático, si bien su objetivo es bien manifiesto y siempre tiene que ver con la destrucción del sistema.

Tal vez la definición de la ultraderecha no sea homogénea, pero es bien cierto que todos sabemos de qué estamos hablando cuando nos referimos a ella. Quienes parecen no terminar de saberlo son algunos partidos de una derecha tradicional con problemas de identidad y desorientada por la proliferación de estos grupos que, en su mayoría, se han generado en su propio seno y que amenazan su espacio electoral. Hay dificultades a la hora de diferenciar determinados planteamientos de la derecha tradicional (con perenne vocación centrista) y de la extrema derecha. Algunos ejemplos en los que se manifiesta esta confusión podrían ser: rechazo a cualquier intento de frenar la influencia de las élites económicas; vuelta al capitalismo despiadado; reducción de la presión fiscal a cargo del evidente debilitamiento de los servicios públicos; consideración de los gobiernos de izquierdas como ilegítimos; identificación continua de las socialdemocracias como comunismos extremos; políticas de provocación; negacionismos diversos sobre asuntos sociales o científicos; denostación de la justicia social como la fuente de todos los males; apropiación exacerbada de los símbolos nacionales; tibieza en la condena (cuando no exaltación) de las pasadas dictaduras fascistas o intentos de contaminar la ética política con determinados moralismos religiosos.

Pero tal vez lo más urgente para nuestras democracias, más allá de la uniformidad de las definiciones, tenga que ver con las causas del éxito actual de la extrema derecha y del aumento de su presencia en los parlamentos del mundo. Se habla mucho de la extrema derecha, pero, a mi modo de ver, muy poco sobre las causas de su prosperidad. Quiero apuntar algunas de estas causas, si bien no hay aquí espacio para su desarrollo.

Publicidad

En primer lugar destacaría las políticas pusilánimes de los gobiernos socialdemócratas que, aun teniendo en sus manos (incluso con mayorías absolutas) la posibilidad de legislar en favor de la igualdad, de la distribución más justa de la riqueza, del desarrollo del derecho al trabajo y a la vivienda o del apoyo definitivo e incondicional a los más débiles, han navegado en numerosas ocasiones por los océanos de la indecisión y de la ambigüedad y han mostrado con demasiada transparencia los miedos ancestrales a los poderes económicos. Este complejo de los demócratas progresistas en las últimas décadas, unido a su pusilanimidad frente a la corrupción, ha provocado demasiada desilusión y ha generado desconfianza en la política y hasta en el sistema.

En segundo lugar situaría asuntos como la necesidad del reforzamiento del sentido de la pertenencia; la búsqueda desesperada de referencias perdidas, antes presentes en el universo de la proximidad; tendencia a la destrucción frente a la construcción propiciada por la banalización de la violencia; fortalecimiento del individualismo frente a cualquier idea de solidaridad; una memoria social con demasiada niebla (no se sabe qué pasó ni por qué pasó); la aceptación acrítica de los relatos simples e interesados y de las falsedades; una asombrosa y total inconsciencia a la hora de valorar los servicios públicos; la vorágine de la sociedad actual que parece descartar como argumento político las soluciones o los proyectos a medio y largo plazo y el empobrecimiento de un espíritu crítico necesario para diferenciar los bulos y las mentiras de la información contrastada y veraz.

Publicidad

La izquierda recela y tiembla y la derecha se deja querer, aunque esto suponga renunciar a su identidad, y, mientras, la extrema derecha prospera,

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad