A pesar de que ya estamos en febrero, y no toca a estas alturas pensar en sanos propósitos y buenos deseos para el nuevo año, ... si alguien me preguntase ahora qué pediría para los once meses que aún tenemos por delante me limitaría a desear, salud aparte, que le fuera un poco bien a la gente corriente. Puede que esto suene a una simple banalidad, aunque visto lo visto, quizás no lo sea tanto.
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Cuando hablo de gente normal y corriente, imagino más o menos al noventa y nueve por ciento de la ciudadanía, entre los cuales a buen seguro nos encontramos usted y yo. Personas cotidianas, que cumplen sus obligaciones, respetan las leyes y aspiran vivir en paz. La gente que anda por la calle sin meterse con nadie, que viene y va, trabaja y descansa, produce y consume, hace sus cuentas, y cuida de los suyos. Ciudadanos que van cobrando lo que pueden y con ello van pagando sus deudas. Asalariados, o raros especímenes autónomos, que se toman de vez en cuando una caña en un bar, llegan a casa cansados y mañana Dios dirá. Ese perfil de tipo, o tipa, ni muy listo ni muy tonto, que miente lo imprescindible; ese que sabe al céntimo lo que cuesta un café y hace un poco de deporte desde que dejó de fumar. El entrañable vecino de toda la vida, vamos.
De un tiempo para acá, tengo la incómoda sensación de que este país cada vez le va mejor al minoritario uno por ciento no incluido en este amplio rango, a costa de todos los demás. La llamada mayoría, vulgo, plebe, peña, o como gusten referir a la dichosa gente normal, andamos como pisando huevos, asomándonos temerosos por supermercados y estaciones de servicio. Farfullando tras el televisor al enfrentarnos a las noticias de cada día, para luego irnos a la cama con la sensación de ser los tontos cumplidores de esta película social. Mientras tanto, los otros, la minoría, disfruta y se frota las manos ante nuestra civil candidez.
Por paradójico que parezca, aquí les va mejor a sujetos que incumplen las leyes, que agreden, que violan, que maltratan a quienes no se pueden defender. También les va fenomenal a terroristas, a condenados por delitos graves y a otros que simplemente se pasan por el forro la Constitución, sus derechos y libertades fundamentales, y el interés general. De perlas les va igualmente a quienes promueven, fomentan y permiten todo lo anterior, que lejos de reconocer sus errores, cada vez se gustan más. Buen rollo, risas, y 'smartphones' nuevos de regalo para todas sus Señorías como premio, por Navidad. Total, fue solo un millón y medio de euros de 'ná'. Todos tenemos derecho a meter la pata de vez en cuando, incluso una inexperta ministra enloquecida de soberbia, y su jefe, que nos ha hecho el gran regalo de ponerla ahí, y mantenerla en su dorado cargo. Mas hay asuntos que, siendo lo graves que son, precisarían de una inmediata rectificación, por razones de estricta higiene y respeto social. Puede que hasta fuese conveniente pedir perdón, que rima con contrición, compasión y dimisión. Palabras que hoy en día parecen denotar tan solo debilidad y han caído en desuso, al menos en nuestra sociedad, acostumbrada ya a todo, fatalmente domesticada.
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Tampoco les va del todo mal a muchos de los que manejan la gran pasta. La pública y la privada. Los bancos, batiendo récords de beneficios, forrándose mientras conceden préstamos a creciente interés con el mismo dinero que tiene usted en cuenta a rendimiento cero. Es que tienen mucha liquidez y no necesitan retribuir su pasivo, nos cuentan, y a uno le entra la risa, los cuentos de Andersen son mucho peores. Las energéticas, facturando también con alegría, disfrazadas de responsables ecologistas, y enseñándonos a poner la lavadora de madrugada. Las petroleras, apuntando con sus mangueras al bolsillo de la gente como Eastwood, sin perdón. Los supermercados, más de lo mismo, inflando precios de una forma que nadie entiende y pocos pueden pagar. Tecnológicas, medioambientales... De una en una, por favor.
Total, que a nuestro amigo el ciudadano corriente, a usted y a mí, nos atacan por tierra, mar, y aire, y nos dicen al unísono que la culpa de todo la tiene solo un tipo, que además está en Rusia. Que el hecho de que una manzana cueste el doble, casi un euro, es solo cosa de ese loco. Sale en la tele Christine Lagarde, delgada, esbelta, morena y estupenda, y nos los pone de corbata. Que nos preparemos, nos viene a decir. Tenemos demasiados rivales, y amontonados. Muchos Goliats para anónimos Davides. A ver si, en una de estas, alguien se da cuenta de que andamos por ahí, el noventa y nueve por ciento, y nos empiezan a mandar alguna señal, nítida y a ser posible, duradera. Un SOS a esa clase media, referida en otros tiempos como el termómetro que mide la salud económica de un país, que va deviniendo de modo inexorable en moderno proletariado, el truco del almendruco social.
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