Identidades, naturalezas y circunstancias
Si no nos subimos al tren de la oficialidad es probable que no pasen más trenes y que la maleza de la ingratitud oculte las vías para siempre
La oficialidad es la calidad de lo oficial, como la humildad es la calidad de lo humilde, es decir, la oficialidad es una propiedad que ... permite juzgar el valor de lo oficial. Y oficial es aquello que pasa a ser reconocido por la autoridad que tiene competencia para ello. Y reconocer, además de aceptar algo como legítimo, es también examinar hasta el estudio para conocer identidades, naturalezas y circunstancias. A propósito de la decisión de declarar por fin la lengua asturiana como oficial en el territorio asturiano, se están multiplicando declaraciones y opiniones, unas veces fundamentadas en la argumentación sensata y otras en el impulso visceral precipitado. Me alumbran las palabras del filósofo y lingüista George Steiner, recogidas por la judía sefardí Myriam Moscona, defensora del moribundo idioma ladino: «Cuando desaparece un idioma muere con él un enfoque total de la vida, de la realidad, de la conciencia».
Proclamar como lengua oficial el asturiano es reconocer una realidad incontestable. Existen pocas dudas sobre la realidad de una lengua que cuenta con gramáticas y diccionarios, con una historia y con una literatura, si no muy extensa, sí conformada por obras de calidad reconocida. No existe ninguna lengua que en su período de consolidación no haya necesitado un ejercicio de normalización. La realidad del asturiano está en las casas, en los mercados, en los chigres, pero, sobre todo, está en nuestra memoria como pueblo. «¿Qué bable hacemos oficial de todos cuantos existen?», preguntan algunos. La variedad conforma y enriquece las lenguas y justifica la normalización. ¿O es que el gallego de Cambados es igual que el de Viana do Bolo? ¿O es que el catalán del Delta del Ebro es como el de los pueblos del Pirineo de Lleida? A veces los argumentos contrarios a la oficialidad expresan recelos, miedos, terror ante una posible instrumentalización de la lengua como herramienta de adoctrinamiento nacionalista o como elemento de rechazo hacia la lengua castellana o como resuello de segregación. Los miedos existen, por experiencias habidas a nuestro alrededor. Pero existen otras experiencias con resultados bien distintos. La lengua asturiana, que tantos trenes lleva perdidos, tiene la oportunidad de analizar lo bueno y lo malo de otras experiencias lingüísticas. De ese análisis sereno debe surgir una ley de oficialidad que sea ejemplo de mesura, transigencia y libertad, una ley que elimine asperezas y proteja nuestra lengua asturiana de manera definitiva.
Entristecido me pregunto qué habremos hecho tan mal en las últimas décadas para no ser capaces de reconocer nuestra propia imagen en el espejo de la convivencia. ¿Cómo hemos podido volvernos tan sordos y tan ciegos para no reconocernos en nuestra forma propia de hablar? No soy nacionalista. Puedo pensar, incluso, en los nacionalismos como formas anticuadas y egoístas de afrontar la convivencia de los seres humanos, aunque respeto profundamente el pensamiento nacionalista. Amo la lengua castellana en la que escribo. Me parece una lengua poderosa, generosa, hermosa e inmensa. Pero Asturias debe unirse ya a Galicia, País Vasco, Cataluña, Valencia, Baleares, Navarra y Valle de Arán para completar este mapa lingüístico maravilloso que conforma y define la realidad de la nación española. «Lejos de ser una maldición -concluye George Steiner- Babel ha resultado ser la base misma de la creatividad humana, de la riqueza de la mente que traza los distintos modelos de la existencia».
Se lo debemos a los nuestros, a los que nos entregaron lo que tenemos, a quienes nos enseñaron a nombrar en asturiano sentimientos y cosas. Nos lo debemos a nosotros mismos, por la salud de nuestra memoria y de nuestra conciencia. Cualquier lengua es sabiduría y la sabiduría siempre suma o multiplica sin ocupar un lugar. Atender la propia lengua, protegerla, estudiarla y defenderla responde al compromiso ineludible del ser humano con su memoria, con sus antepasados, con lo que cada uno en definitiva es. Puedo entender la pereza, comprender la dificultad del estudio, del cuidado, de la resurrección. Pero no puedo entender la negación. Si no nos subimos al tren de la oficialidad es probable que no pasen más trenes y que la maleza de la ingratitud oculte las vías para siempre. Si no hacemos lo que ya hicieron los navarros, los vascos, los mallorquines, los valencianos, los catalanes, los gallegos o los araneses es posible que la estación del asturiano se derrumbe de manera definitiva sobre nuestra memoria y sobre nuestras conciencias.
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