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Camino con retorno

Que haya rebaños de cabras y ovejas por las brañas de Braniego y Fonte Baxa. Para ello es preciso que dejen de emigrar los jóvenes y hagan emigrar al hermano lobo

Domingo, 31 de agosto 2025, 02:00

Me hiciste caso y has visto a mi lado la gran película 'Rocco y sus hermanos'. 60 años hará que yo la pude contemplar en ... una pantalla grande, y las escenas se me quedaron grabadas como si me las marcaran con un punzón.

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Después de todo se trata de una familia de emigrantes que buscan una vida mejor. Algo que también corresponde a mi biografía, como a la de tantos otros, con la común creencia de que dejan atrás las malas tierras. El primer paso de Rocco y los hermanos –las primeras liras que consiguen meter en el bolsillo– llega después de palear la nieve de Milán. Algo es algo, para calentar el puchero y dar calor también al cuchitril donde malviven.

La ciudad se va tragando a los emigrados de Lucania, como una gárgola de los frontispicios: golpes entre las cuatro cuerdas de un ring, y romances impetuosos con prostitutas, caminando en las noches heladas. Quizá debido a las pasiones desatadas por la sangre caliente del Sur todo acaba en tragedia. Coletazos del neorrealismo que Viscontti quiso contarnos desde su sillón de aristócrata comunista.

Las andanzas de Rocco y la familia alguien apuntaba que eran un culebrón bendecido por esnobs y progresistas. En realidad se trata del viejo asunto interminable del hambre y la miseria. Las manos vacías impulsan a buscar un camino que conduzca hacia algo mejor.

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Rocco y sus hermanos son engullidos por la gran ciudad. Pero Rocco da fin a la historia con un atisbo de esperanza, volviendo los ojos hacia la tierra abandonada. La película concluye con el diálogo que mantiene con su hermano menor, haciéndole recordar la región hermosa de donde proceden. Allí, en Lucania, había de todo, menos trabajo: campos de naranjos, viñedos, olivares... Y un cielo azul que aún no había manchado el progreso. «Nosotros los mayores moriremos aquí –le dice–, pero tú tal vez puedas volver algún día a nuestro pueblo, cuando se convierta en madre y deje de ser madrastra para sus hijos».

Por eso me atrevo a decirte a ti, querido amigo del lejano Oeste, como le dijo Rocco a su hermano más joven: que para mí ya no hay ninguna esperanza de volver a nuestra tierra profunda y siempre olvidada. Ahora también calcinada. O tal vez sí que yo también pueda regresar, porque como único bien propio de los antepasados queda un panteón. Solo un panteón, y la pared derruida de un cortín de abejas. En ese caso no iré por mi propio pie, pero podrán llevarme si les apetece. Pero tú, que eres joven, tal vez podrás volver.

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Tendría que producirse el milagro de que un viento recio arrastrase con su soplo a los babayos y babayas que nos desgobiernan para que sobre las extensas tierras volvieran a llenarse de erizos los castañedos. Las cerezales ponerse de color rojo y negro, como antaño. Que haya cortinales de trigo y centeno, rememorando las mayadas de comuña. Que los minerales escondidos se saquen al exterior, como promesa de un pan: oro de los Carcabones, volframio, antimonio, canteras de mármol y de losa, copiando de los provechos que activan de ello en El Bierzo. El corcho de los alcornocales. Y los madroños, que tiñen de rojo los otoños. Y esos cortinos de abejas, para la mejor miel del mundo.

Otra vez los rebaños de cabras y ovejas por las brañas de Braniego y Fonte Roxa. Para ello es preciso que dejen de emigrar los jóvenes y hagan emigrar al hermano lobo. ¡El hermano lobo!: hermano de su putísima madre.

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