La barbarie, en su laberinto
Hamás no busca ganar, nunca ganará con terrorismo, secuestros, explosiones suicidas y toma de rehenes, sino asegurar que Israel no puede ganar
Cada vez que estalla el conflicto sempiterno entre israelíes y palestinos, con sus horrorosas secuelas, sin atisbo de duda me pongo del lado del pueblo ... palestino. Es como si mi pensamiento pusiera peso en la balanza de la justicia ciega al lado del débil. Pero en esta ocasión debo huir de maniqueísmos porque me surgen muchas preguntas: ¿Qué objetivos políticos globales persiguen los activistas de Hamás con los ataques masivos del 7 de octubre? ¿Tienen algún sentido estos actos de barbarie por parte de Hamás, que sólo busca su voluntad de poder, para defender al pueblo palestino? O, por el contrario, ¿este ataque destruye cualquier vía para la paz y acabará masacrando otra vez a su propio pueblo?
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Hamás sabía que la represalia de Israel no se haría esperar y, una vez más, destruiría a sangre y fuego la Franja de Gaza. A la barbarie terrorista se respondería con más barbarie y sed de venganza, que sufriría otra vez el resignado pueblo palestino, al que Hamás paradójicamente afirma defender. Por esta falta de cálculo en apariencia, hay algo que no me cuadra. Es cierto que el ataque masivo mostró que Israel es un gigante con pies de barro, pues aunque es un país que cuenta con una economía basada en la tecnología de la información, la seguridad y la vigilancia que exporta al resto del mundo, no fue capaz de proteger a su población civil. De hecho, el ataque indica un gran fallo por parte de la inteligencia israelí. En ese sentido, Hamás se apunta una victoria pírrica, porque la respuesta del Estado israelí es la de siempre y no iba a haber proporcionalidad en la represalia: «por un ojo los dos y por un diente la dentadura entera», como estamos viendo. Lo único que han logrado es cuestionar el dominio militar de Israel y dejar claro a los ojos del mundo que la agencia de inteligencia israelí, el Mossad, no es tan poderosa e infalible como la propaganda ha hecho creer. Pero Hamás no busca ganar, nunca ganará con terrorismo, secuestros, explosiones suicidas y toma de rehenes, sino asegurar que Israel no puede ganar. Pero esto no es suficiente, tiene que haber algún objetivo más que se me escapa. No puede ser casual, como afirmaba Naomi Klein, que «la decisión del Estado israelí de colocar el antiterrorismo en el centro de su economía de exportación haya coincidido, precisamente, con el abandono de las conversaciones de paz, de la misma manera que es una clara estrategia para redefinir su conflicto con los palestinos, no como una batalla contra el movimiento nacionalista con objetivos específicos por la tierra y derechos, sino que Israel ha convertido la seguridad en algo más importante que la paz».
Por otra parte, a quien más ha beneficiado el ataque de Hamás es a Netanyahu y a su Ejecutivo, contra los que hace poco se manifestaban los mismos israelíes, porque querían promulgar leyes que derrumbaran el estado de derecho, destruyendo la independencia del poder judicial. Ahora, con la declaración del Estado de Guerra, las leyes vigentes en democracia se pueden saltar y ni siquiera se respetará el Derecho Internacional que regula las guerras estipulado en las Convenciones de Ginebra. Hamás ha errado en el tiro.
La barbarie de la apuesta militar, por ambas partes se convierte en un laberinto que nunca encontrará la salida del conflicto de una forma digna, tanto para palestinos como para los israelíes. Solo podrá haber alguna esperanza de solución si se negocia en primer lugar un alto el fuego, que tiene que ir seguido por poner fin a la extensión de los asentamientos israelíes, fronteras definitivas y la creación de un estado palestino viable y soberano. Y el pueblo palestino tiene que echar del poder a estos activistas radicales que claman por una solución violenta y se justifican a sí mismos. Va a ser muy difícil, hay demasiado odio, pero para que las dos partes se pongan de acuerdo en términos aceptables se necesitan árbitros imparciales y justos, y dudo que este papel lo puedan desarrollar la administración de los Estados Unidos e injerencias extranjeras, internacionales o regionales, que manipularán a unos y a otros, como han hecho otras veces, en beneficio de sus propios intereses geoestratégicos.
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