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La noción deltiempo digital

El tiempo digital propicia una existencia aceleradaque nos carga de estrés y ya nadie, o casi nadie,dispone libremente de su propio tiempo

Domingo, 30 de julio 2023, 22:14

Estamos en verano y para muchos llegaron las ansiadas vacaciones. El tiempo transcurre de otra manera y deberíamos ir más despacio, descansar, detenernos a contemplar, ... desconectar el móvil, aligerar la vida, respirar al ritmo de la lentitud recuperada y poder pensar, que es ir menos deprisa (Zafra). Pero las vacaciones solo son un paréntesis. El resto del año estamos acelerados, soportando ritmos frenéticos, que nos pasan factura psíquica y corporal, porque nos sometemos, o nos someten, a bioritmos que solo pueden soportar las máquinas. Y es que el tiempo digital en el que estamos instalados ha devenido en un tiempo maquínico. Por eso, se hace necesario promover una relación apacible con el tiempo y elogiar la lentitud.

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Ay, la noción de tiempo, esa dimensión existencial. Lo que existe no existe en el tiempo, sino que es producto del mismo. Ganar tiempo se convierte en una obsesión de la época actual y tiene algo de paradójico porque la única realidad posible para ganar tiempo se manifiesta en el periodo cada vez mayor que pasamos como zombis ante las pantallas. Nos hacemos sujetos multitarea, nos impacientamos en las colas de espera en el supermercado, en el banco, en la consulta con el médico y queremos navegar cada vez más deprisa, consecuentemente nos falta tiempo. Hay estudios que afirman que nos pasamos una media de 137 días al año frente a las pantallas, unas nueve horas diarias mirando y atendiendo el dispositivo que interrumpe nuestra vida. Dedicamos más horas al «Smartphone» que las dedicadas al sueño reparador.

Juan Luis Suárez en el artículo 'La condición digital', menciona un estudio que llevó acabo con su hijo cuando este tenía 12 años y llevaba un año con su primer teléfono. Descubrió cosas sorprendentes. «El teléfono estaba conectado las 24 horas. Durante la noche casi todo el uso se limitaba a la recepción de notificaciones, pero también había actividad esporádica entre la 1 y las 2 de la mañana y luego muy elevada tan pronto como se despertaba para ir al colegio. El chaval dormía con el teléfono encendido todos los días del año, no paraba de recibir notificaciones, aunque estuviese dormido y averiguó que dormía, como la mayoría de su generación, con el móvil bajo la almohada. Lo primero que hacía cuando despertaba era conectarse a la red para revisar notificaciones, enviar mensajes, usar aplicaciones, ver vídeos y escuchar música, entre otras actividades. Aunque el ritmo de actividad descendía durante el horario de colegio, nunca decaía totalmente y en algunos casos era muy elevada. No se trataba solamente del periodo de recreo o entre clases, sino durante el tiempo de las clases, de forma que o estaba desarrollando la capacidad de las nuevas generaciones de dividir la atención y hacer varias tareas a la vez, o la educación estaba siendo poco efectiva en su caso (…) Es decir, su hijo vivía social y culturalmente por medio del teléfono».

Lo triste de este caso individual es que se puede extrapolar a una gran mayoría de la población. Estamos conectados y disponibles durante todos los días con sus correspondientes noches, fines de semana y vacaciones. El tiempo que pasamos conectados hacen indiferenciables los periodos laborales de los vacacionales. No solo nos han expropiado el tiempo, también ocurre lo mismo con el espacio. El teletrabajo permite trabajar desde cualquier lugar, por lo que nuestras casas se convierten, por arte de magia, en oficinas y muchas veces cuando estamos en el servicio, en la cama o mientras comemos, respondemos compulsivamente a los requerimientos e interrupciones de mensajes y correos electrónicos.

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En síntesis, el tiempo digital propicia una existencia acelerada que nos carga de estrés y ya nadie, o casi nadie, dispone libremente de su propio tiempo. Ni siquiera en vacaciones, porque nada más asistir a una comida, un concierto o a cualquier lugar, nos dedicamos a grabarlo o fotografiarlo, en vez de disfrutarlo, y corremos raudos a colgarlo en las redes sociales para enviarlo a nuestros contactos. Por eso, sería conveniente que volviéramos a humanizar el tiempo y recuperar la inmóvil plenitud, tanto de los periodos de ocio como los de trabajo y ritualizar las cosas importantes de la vida para frenar la aceleración en la que estamos inmersos como apéndices de las máquinas. Está en juego nuestra salud mental. Párense un poco, reposen y disfruten del verano.

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