El pasado 29 de noviembre se inauguró, por fin, la variante de Pajares. La mejora del transporte ferroviario de mercancías y pasajeros es un factor ... determinante del crecimiento económico y turístico de una región. Reduce el consumo de combustible y el tiempo de duración del viaje.
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En uno de los primeros viajes que hice con un amigo al Sur de España, cogimos un tren expreso nocturno cuyos vagones estaban divididos en departamentos y vagones-camas. Salía de la estación de Atocha a las nueve de la noche y arribaba a Málaga sobre las siete de la mañana. Ante el sentimiento de libertad y la ilusión que nos inundaba al emprender el viaje, se nos olvidó aprovisionarnos de agua u otra bebida para el largo trayecto. Serían alrededor de las tres de la mañana cuando sentimos una tremenda sed, debida entre otras cosas a que antes de subir al tren comimos sendos bocadillos de jamón muy salado y una lata de sardinas picantes en el bar de la estación. La cafetería del tren estaba cerrada y la alternativa que nos quedaba era beber agua del grifo instalado en el servicio, pero anunciaba un cartel con grandes letras que el agua no era potable. Volví al departamento y le dije a J. que tendríamos que soportar estoicamente la sed. Intentamos dormir, pero el calor, aquella noche de verano, comenzó a ser sofocante, insoportable, enrarecido (aquellos trenes carecían de aire acondicionado) y las ventanas del compartimento estaban herméticamente cerradas. En esta zozobra estábamos cuando el tren se detuvo en una estación y oímos una voz aguardentosa que chillaba en el pasillo: botes fríos de Coca Cola, Fanta, cerveza...Creímos que estábamos sufriendo un espejismo, una alucinación o soñando. Mi amigo y yo saltamos del asiento, salimos al pasillo y vimos a un hombre que llevaba un caldero en cada mano llenos de botes entre cubitos de hielo. Compramos cuatro porque la sed arreciaba. Mi amigo le preguntó retoricamente: ¿estarán fríos? El hombre corpulento y mayor, con ademanes enérgicos, con gotas de sudor en la frente y con prisa por vender su mercancía antes de que el tren arrancase, respondió: fríos no, están helados. Volvimos al habitáculo con caras de satisfacción con el deseado 'botín'. El tren arrancó. Nos dispusimos a aplacar la sed tirando de las anillas de los botes. Cuál fue nuestra sorpresa al comprobar que la bebida estaba congelada. El resto de la noche transcurrió en duermevela, esperando que la bebida se derritiera gota a gota, minuto a minuto, acompañada por el traqueteo incesante del tren.
Aquellos trenes expresos que iban hacia el Sur y que fueron admirables, se suprimieron arrollados por el torbellino del progreso. Elogiar la lentitud nos hace recordar con nostalgia otros tiempos en los que viajábamos más despacio pero no habíamos perdido la reserva de humanidad. El tren de alta velocidad ignora los imperativos y los obstáculos montañosos de Asturias, haciendo accesible en poco tiempo la meseta, poniendo a la voluntad en condiciones de triunfar sobre las resistencias naturales. Nos queda ver si el tren de alta velocidad, que despierta tantas pasiones, es competitivo en precios con el autobús o trenes más lentos. En cualquier caso, no se olviden, cuando cojan el tren, de aquella canción de 'Leño': «...El tren/ Un día yo quise viajar en él/ subí despacio y me acomodé/ Vi rostros deshechos de satisfacción/ Si controlas tu viaje serás feliz. El tren/ después de latir a velocidad ya va lento a su final/ Casi tú sabes cuándo va a parar/ Si controlas tu viaje serás feliz».
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