En tránsito por Carreño

Para conocer el mundo (en este caso Carreño) y sus aconteceres pasados y presentes, nada mejor que echarse al camino. Ha mejorado el tiempo y ... comenzado la fecha de salida de las vacaciones. Ya se ve mucho señorito sin corbata y mujeres sin tanta ropa. Miles de visitantes vivirán las playas, los espacios urbanos, las terrazas y los paseos de ciudades y villas costeras. Aunque el mundo nos sitúe en una realidad de pesadilla, el verano es una época propicia para soñar. ¿Y quién no soñó alguna vez con encontrar un tesoro? Echarse, digo, al camino, temprano, ligero, en silencio, sin prisas ni brújulas ni selfies. Preferible solo, o –mejor todavía– con alguien que esté dispuesto a recordarte lo maravillosa que es la soledad en compañía. Todas las certezas se ven más pequeñas desde una altura. Todos los nacionalismos se ven más patéticos desde una loma. El que camina, no sólo huye, sino que también acomete una curiosa forma de regreso. Decía Mark Twain que «caminar, salir a andar, dar una vuelta, viajar es un ejercicio para espantar los prejuicios, la intolerancia y la estreches de miras». Todas las grandes aventuras y todas las grandes ideas empezaron con un camino y con ganas de echarse a él. Pasar de todo, salirse un rato del inmenso grupo del WhatsApp y dirigirse, por ejemplo, al punto más elevado de Carreño, al llamado monte Iroba o monte Areo (monte de las aras) donde se encuentra la necrópolis mayor de Asturias y una de las más grandes de España, declarada el año 1997 Bien de interés cultural. Tiene cuatro kilómetros de superficie en los que se encuentran elementos funerarios con una antigüedad de cinco a tres mil años. Cuando el mundo de hoy tiene el poder de envenenar la tierra, caminando por el Concejo Carreño aún se puede ver un orden de cosas diferentes. Todo ello sin olvidar la mar contemplada desde otro de los puntos más elevados de Carreño: el precioso mirador de la Formiga. Y los tres faros: Torres, Candás y Peñas echándose guiñadas sobre la bahía.