Esas oscuras facturas de la luz
El desconcierto más preocupante ocurre cuando, bien cargadosde razón y convencidos de nuestra valía mental, intentamoscomprender la llamada compensación por el tope del gas
Uno mira la factura de la luz y se siente abandonado, impotente, imbécil. Uno intenta entender tantos conceptos señalados en tan poco espacio (discriminación horaria, ... peaje de transporte, mercado libre o regulado, consumos bonificados, margen de comercialización, impuestos sobre electricidad y sobre valor añadido, alquiler de equipos de medida o potencia facturada) y piensa en aquellos tiempos en los que intentaba descifrar la fenomenología del espíritu de Hegel o las ecuaciones de la física de Einstein. El desconcierto más preocupante ocurre cuando, bien cargados de razón y convencidos de nuestra valía mental, intentamos comprender la llamada compensación por el tope del gas, que es dinero que llega a la factura de la luz como por una especie de mística coalición entre el hegeliano ideal del absoluto y la teoría de la relatividad. Ni qué decir tiene lo que nos cuesta entender las diferencias entre mercado regulado y mercado libre, pues regulado está absolutamente todo y utilizar el concepto de libertad en este conglomerado de imposiciones e intereses es acercarse a la metacognición, que es como razonar sobre el razonamiento mismo, o entender la factura de la luz a la vez que somos conscientes de la arbitrariedad del mundo.
Ante todo esto, la reacción no puede ser racional al no entender los argumentos o los fundamentos que llevaron a la compañía eléctrica, con la correspondiente anuencia gubernamental, a señalar el desorbitado precio final. La reacción, por tanto, tiende a ser inevitablemente emotiva. Y en esa reacción emotiva, además de improperios, blasfemias diversas y expresiones de desesperación hay una búsqueda inmediata de chivos expiatorios. Necesitamos dirigir nuestra agresividad propiciada por la percepción de injusticia hacia algo o alguien. Ese alguien pueden ser las compañías eléctricas o gasísticas, que son quienes se hacen cargo del grueso de las facturaciones finales y aumentan groseramente sus beneficios, pero no suelen estas compañías tener cabezas visibles y públicas, así que lo más frecuente es que sea el gobierno el objeto de la indignación. Y no importa que gracias a ese llamado mecanismo ibérico para el tope del precio del gas se haya evitado un incremento de más del 15% en nuestras facturas con respecto a otros países; da igual que se camine hacia la imposición de nuevos gravámenes sobre los groseros beneficios de estas empresas; no importa que IVA de luz y gas (que es impuesto de recaudación estatal) se haya reducido del 21% al 5%; no nos vale que exista una guerra en Europa que esté provocando desequilibrios económicos graves en energías y materias primas; nada de todo eso importa, porque las facturas son una mierda y los precios un escándalo y entonces la culpa la tiene el gobierno.
La emoción es una reacción psicofisiológica que representa un modo de adaptación a ciertos estímulos (objetos, recuerdos, personas o sucesos). La respuesta emotiva altera la atención, busca patrones conocidos y activa asociaciones mentales desde los archivos de la memoria. Las emociones establecen nuestra posición con respecto al entorno y nos empujan a identificar chivos expiatorios. En esta identificación pueden influir la ideología, la tradición o las antipatías hacia personas concretas. La asignación de la responsabilidad la hacemos desde la emoción y no desde la razón y esto oscurece el camino de la verdad. No pocas veces la elección del chivo expiatorio tiene que ver con el miedo a ser engañados o injustamente tratados. La deshumanización sistemática de la economía, es decir, su funcionamiento al margen de un ser humano digno y con derechos incuestionables, ha contribuido a incrementar ese miedo. Hemos construido un mundo que depende completamente de las fuentes energéticas fósiles y no hemos sabido elaborar leyes eficaces para distribuir equitativamente esa dependencia, para limitar las plusvalías indecentes y para universalizar las energías limpias.
La emoción es una estimable cualidad humana, pero no es recomendable recurrir a ella para valorar sosegada y racionalmente la factura de la luz ni cualquier otro asunto que tenga que ver con la economía o con la política. El gobierno, una vez reducido el IVA, debe contener o gravar notablemente esos desorbitados beneficios empresariales y debe contribuir a la simplificación de las facturas para que en ellas el pan sea pan y el vino vino. Y debe reaccionar inmediatamente ante las situaciones injustas y absurdas que las medidas apresuradas de lucha contra la crisis desencadenan, como la consideración de las comunidades de vecinos con calefacción central como grandes consumidores. Legislar con justicia e informar con transparencia detiene los abusos y ahuyenta el miedo. Juzgar desde la emoción nos debilita.
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