Quizá al tenerla de serie no valoras tu envidiada nacionalidad. No eres un europeo, asiático o africano vulgar soñando con el «gordo planetario» que debe ... conformarse con la pedrea de la vecindad, haber sido colonia o turista. Se es español por genética o mérito, por huevos o por cojones, no hay más. Si quieren serlo deben estar a la altura; por algo somos el país –perdón, nación– de la nobleza, del arrojo y valor, de la honradez… y eso, o se trae de serie o lo ganas sudando la camiseta. Cierto que los guardianes de la esencia apuntan dos vías: la extrema derecha, casting, la derecha extrema, concurso-oposición.
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Abascal repudia el examen; mejor la intuición que le permitió encontrar su lugar en el mundo: vista –al buen español se le ve– y olfato –el ADN huele a distancia–; vista sobre oído, olfato sobre tacto… sobre gustos nada hay escrito.
Lo reafirma su sagacidad para hallar gen patrio allende los Pirineos y ver que «éste es de los míos» y «el español es tan grande que nace donde quiere»; lo ilustran insignes patriotas nacidos lejos o vástagos de troncos trasplantados como H. Tertsch, Ortega-Smith, B. Ndongo, Garriga Vaz de Conceicao, Rocío de Meer, Rocío Monasterio… todos con denominación de origen certificada.
Feijóo, más abierto e igualitario, ve posible forjar el carácter con estudio y tesón: oposición. Ser español es como obtener plaza de funcionario patriótico. Va en su ser: Aznar, Inspector de Finanzas del Estado, Rajoy, Registrador de la Propiedad, él, funcionario del Cuerpo Superior de la Admón. Gral. de la Xunta y tantos otros ejemplos… ejemplares.
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España se reserva el derecho de admisión fijando «numerus clausus» para convertir tipos corrientes en españoles excelsos, pues, como dice Feijoó, la «nacionalidad española no se regala, se merece». No todo el mundo es digno del Edén. Adán era español y, para no repetir errores, examinemos a Eva, acaso necesaria, pero maleable.
En este frenesí de orgullo nacional, cuesta entender por qué tanto español, censado en el mejor de los mundos posibles, teniéndolo todo, eligió el infierno y se fue por el mundo; extraño que, habitando el paraíso, poseyendo nacionalidad top, eligiera el purgatorio. ¿No eran españoles genuinos?, ¿eran imbéciles?, ¿apóstatas de ADN? o, sin más, ¿traidores?. Sería clarificador que Feijóo explicara por qué abundan los «gallegos» por el mundo y que Abascal nos contara la historia de tanto navegante vasco por esos mares de Dios.
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