El Congreso de Babel
Es una de las historias más conocidas de la Biblia, pero al mismo tiempo no resulta fácil de descifrar. Como ustedes saben, hubo un tiempo ... en el que las personas se entendían en un solo idioma. «Sobre la tierra se hablaba en una sola lengua», nos dice el Génesis. Tal vez hartos de vagar de un lado a otro, los terrícolas decidieron construir «con ladrillos quemados al fuego una gran ciudad, con una torre que llegue hasta el cielo». La torre tenía una ventaja sobre las casas de adobe de una planta. «De este modo nos haremos famosos y evitaremos que nos dispersen sobre la tierra», nos informa el Libro de los Libros. El Señor fue a ver se trajinaba por esa ciudad y pensó: «Si todos son un solo pueblo y hablan el mismo idioma... todo lo que se propongan lo podrán lograr. Será mejor que bajemos a confundir su idioma para que ya no se entiendan entre ellos mismos». Y así, los habitantes de Babel se fueron dispersando por la faz de la tierra.
Interpretando la leyenda con hechos de ahora, la torre es el Congreso; la ciudad en la que las personas se entendían en un solo idioma es España, nuestra lengua oficial. El Señor, es ese 'genio maligno' que posee más formas que un popurri y cuya finalidad es extraviar la razón y confundir a las personas. El nacionalismo catalán, que exigió como un posible apoyo de investidura a Pedro Sánchez; la pintoresca Francina Armengol, presidenta de las Cortes y tercera autoridad del Estado, que viene rebotada de las Baleares, comunidad en la que a un cirujano se le pedía, antes de la maestría con el bisturí, el dominio del mallorquín o catalán son algunas de esas formas del genio maligno que atenta contra la razón.
Uno de los aspectos más pintorescos de este 'Congreso de Babel' que comenzará su singladura el próximo martes, es el de aquellas lenguas que no son oficiales, caso del aragonés o el asturiano, pero que se pueden utilizar, siempre que el diputado se auto traduzca. La TPA tendrá que retransmitir las intervenciones de Adriana Lastra en castellano, bable central y eonaviego. Al margen del ridículo, lo que se pierde en espontaneidad dialogante, se gana en tridimensionalidad reiterativa. «De esta manera, el Señor los dispersó desde allí...» termina el apartado bíblico de la Torre de Babel, un final que no desearíamos a las Cortes Generales.
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