Decía Darwin que engendraba la ignorancia más confianza que el conocimiento. Estudios de psicologías modernas confirman lo que ya señalaba Séneca, que las ... personas con escaso conocimiento tienden sistemáticamente a pensar que saben mucho más de lo que saben y a considerarse más inteligentes que otras mejor preparadas. La pandemia que padecemos o la reciente borrasca de nieve que asoló nuestros pueblos han servido para evidenciar la indiscutible verdad de la ignorancia atrevida y confiada o la proliferación de los sabios de todo sin conocimiento de nada. Hay muchedumbre de virólogos, expertos en vacunas, psicólogos, economistas meteorólogos y versados en catástrofes. Gentío de catedráticos eméritos sin necesidad de estudiar. Hay una ignorancia paciente, humilde, observadora, y hay una ignorancia atrevida y ciega de sí misma, confiada.
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Muchos son los políticos que se enganchan a estos vientos propicios de la ignorancia confiada. Incluso los más incompetentes aprovechan para sobreestimar sus propias habilidades y componen argumentos sin una sola premisa verificable y simplifican sus afirmaciones hasta rozar el desequilibrio mental. Pero es una estrategia, una táctica, un engaño. Ellos (salvo excepciones que todos conocemos) no son ignorantes. Saben lo que dicen y para qué lo dicen. Hablan como si fuéramos tontos todos los demás, pero ellos no son tontos. Se aprovechan de la propagada peste de la ignorancia confiada. Se muestran convencidos de estar entre los mejores, y cuanto más evidente es su inutilidad, más seguros están de contribuir favorablemente a su futuro político.
Esta dosis excesiva de orgullo y la conversión de la persona política en ceremonia misma, impide la expresión con discursos fundados, dificulta la manifestación de autenticidades asimilables y convierte al actor en marioneta de su propia distorsión. Una ceremonia de esta índole es, por ejemplo, que un político aparezca ante las cámaras con una pala en la mano apartando la nieve que dejó el temporal. O que otros políticos aparezcan resaltando la imagen del compañero paleador, equiparándola, en elemental y burdo sofisma, a la difícil tarea de arrimar el hombro. Con frecuencia el ciudadano percibe esta distorsión, pero la acepta como consustancial al papel del político y tiende a transformarla en ilusión. El espectáculo es inmoral.
Cada día hay cientos de estas grotescas representaciones. La gestión de la pandemia nos ha dejado y nos deja, por toda la geografía nacional y en políticos de toda índole, ejemplos de ceremonias que ilustran el esfuerzo por componer realidades alternativas. Los políticos ya no se rodean de sabios consejeros, sino de asesores de imagen que gestionan vanidades, superficialidades y descaros. En el triste escenario de la ceremonia abundan las frases aprendidas y contradictorias que buscan la explicación de lo inexplicable, interpretan el cinismo y airean dogmas sin fundamento.
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Lo más preocupante de esta grotesca escenificación es el permanente interés de los actores políticos en la construcción de realidades alternativas, el intento de sustituir conocimiento por percepción. No soy un político ignorante, pero actúo suponiendo la ignorancia de los ciudadanos. La palabra pronunciada ante los micrófonos es lo importante y nada importa la realidad. Mi ciudad ha sufrido una catástrofe de dimensiones considerables, véanlo ustedes mismos: calles intransitables, árboles caídos, basura sin recoger, bares cerrados y autobuses atrapados. Reparar esto, por arte de mi prodigioso talento para calibrar efectos de catástrofes, nos costará 1.398 millones, incluidas las palas de mano. La valoración del Banco Mundial sobre daños provocados por el terremoto del Océano Índico en 2004 (tsunamis de Indonesia, Sri Lanka, India y otras zonas de Asia), con más de doscientos mil muertos, cientos de miles de viviendas destruidas y un millón de desplazados, se quedó corta comparada con esta valoración sensata y precisa que yo hago de la catástrofe de mi desarbolada y compungida ciudad. Este es sólo un ejemplo de la ceremonia de creación de realidades alternativas.
Hay demasiados políticos ocultando su incompetencia en la magnitud de la excepcionalidad. No son payasos, no son ignorantes. Son prestidigitadores de la frase hecha pronunciada ante las cámaras, de la frase que construye en segundos una realidad alternativa que desprecia el entendimiento y ahuyenta la esperanza. Tal vez este tsunami político insoportable sea consecuencia, entre otras cosas, de la marea cultural que desarrolla un modelo de comunicación no basado en la información, en la descripción de la realidad, sino en la manipulación de la percepción. Me fatiga tanta falsa afectación en este viejo escenario de las vanidades y las intrigas, tanta incompetencia mostrada como liderazgo útil.
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