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José María Hevia y Manuel Ángel Acebal a su salida del Palacio de Justicia ayer. E. C.

«La Perdonanza no puede terminar así, a palos»

Los canónigos y el sacristán golpeados en la Catedral renuncian a acusar a su agresor; y la Fiscalía quiere saber si el hombre es imputable

Jueves, 23 de septiembre 2021, 21:45

«La Perdonanza no puede terminar así, a palos». José María Hevia, aún con una gasa cubriendo la herida que sufrió a paraguazos en la sacristía de la Catedral cuando salió en defensa de Manuel Ángel Acebal, canónigo como él, y del sacristán José Angel Flórez, tuvo ayer su primera experiencia con la Justicia terrenal y sus cosas. Los tres quisieron misericordia para su agresor y renunciaron a acusarle; el hombre, de 58 años de edad, quedó en libertad, pero aún investigado como presunto autor de un delito menos grave de lesiones y de dos delitos de lesiones.

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También aprendieron que los juicios rápidos pueden demorarse horas. Más de tres esperaron ante la sala de vistas, mientras la magistrada del Juzgado de Instrucción 3 despachaba otros asuntos en espera de un informe forense que determinase si el presunto agresor es inimputable, si es o no responsable penal de sus actos. No fue posible ayer y la magistrada transformó el asunto en unas diligencias previas y, tras tomar declaración a víctimas y reo, dejó en libertad a este último y a los canónigos un poco descolocados. «Es que no sabíamos dónde estaba esto», confesaba Hevia. Con sorna bromearon que, «de Derecho, nosotros poco» porque cuando ambos estudiaban en el Seminario «se había derogado el código de Derecho Canónico del siglo XVII y aún no se había redactado el del concilio» Vaticano II.

De Derecho, no, pero de Astrofísica, la especialidad de Hevia, se habla a las puertas de la sala de vistas. El canónigo entretiene la espera recordando sus visitas al observatorio de La Palma y oficiar misa en la parroquia del Llano de Aridane. A su titular le mandó un mensaje de ánimo cuando entró en erupción el volcán. «Me llamó a las seis de la mañana, que ya tenían la lava muy cerca y tenían que irse. Es terrible», resume Hevia.

Tras la misa

De la agresión que sufrieron, prefieren no hablar. Ese día, comieron en el Seminario con el resto de los canónigos y bajaron a la Catedral para poner fin a la Perdonanza con la misa de las 18.30. Acebal oficiaba y Hevia, de confesor. Acabada la eucaristía, un hombre penetró en la sacristía y reprochó al primero que le hubiese negado la comunión. El padre trató de explicarle que, por motivos sanitarios, no podía darse la sagrada forma en la boca, pero el hombre se soliviantó y acabó por propinarle un empujón. Entorpecido por el alba y la casulla, Acebal cayó al suelo. En su auxilio acudió José Ángel Flórez, el sacristán, que fue recibido a paraguazos. Terció Hevia, que logró agarrar la empuñadura del 'arma' agresora, pero se quedó con ella en la mano y con el bastón de metal, el atacante le propinó un golpe que le abrió un tajo en la frente. El agresor fue detenido fuera del templo, protestando por la comunión y que no le había gustado la misa. Hevia recuerda a un sacerdote que conoció en Alemania y se ordenó el mismo día que él: «Tenía que oficiar con escolta en Sarajevo», bromea.

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