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María José Olay. MARIO ROJAS

Una vida en imágenes

María José Olay
La perfecta definición del no parar

Sonríe. Médico, amable, ocupada y muy activa. Repitió el MIR para poder ser traumatóloga y asegura que hasta después de desayunar no permite que nadie le hable, aunque después del café es una persona encantadora que disfruta de su trabajo y está orgullosa de su familia

Domingo, 25 de mayo 2025, 00:00

Seis de la mañana, suena el despertador, 20 minutos de deporte, ducha y desayuno. Hasta después de desayunar no aguanta a nadie, quizá para domar sus demonios, a partir de ahí es dulce, atareada, perfeccionista, habladora y alegre. Le gusta su vida y se nota. Habla deprisa y despacio casi a la vez, es decir, se acelera cuando habla de las cosas que le apasionan, principalmente medicina y familia, y se muestra más pausada para el resto de asuntos.

De todas formas, no para quieta: «Soy muy activa, creo que nunca se me verá sentada en el sofá viendo la tele». Pero dentro de una vida intensa tiene tiempo, «poco porque trabajo mucho», para más cosas como la vida familiar, pasear, salir con sus amigas; tienen un grupo de whatsapp que se llama 'Hay vida los martes'. Reconoce: «Me gusta la cerveza, ahora me ha dado por la sin filtrar», mientras se toma una.

Con su hermano Luis.
En la orla de la facultad.
Agarrada a su padre, Luis.

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María José Olay (Oviedo, 1968) es médico traumatólogo y jefe médico de la mutua Fremap, y ahora está estudiando un máster de experta en incapacidad temporal. Hija de Luis, un afamado traumatólogo ovetense, y Marisefa, que se ocupaba de la familia y la consulta de su marido, vivió su infancia en la calle Uría, «donde el pasaje», y tuvo como lugar de juegos «un gran jardín como es el Campo San Francisco, donde jugábamos a la comba o a la goma».

Estudió en el colegio École y luego en las Teresianas. Pasó la niñez en La Corredoria, donde «jugábamos los fines de semana». Estudió Medicina, de casta le viene al galgo, y tras seis años de Universidad se presentó al MIR, pero lo dejó correr porque no había sacado el número para hacerse traumatóloga. Al año siguiente sacó lo necesario e hizo la especialidad en el San Agustín de Avilés. Acepta a regañadientes que es algo empollona, aunque prefiere definirse como «hormiguita trabajadora».

En 1997 se casó con Luis. Tienen tres hijos (Paula, Santiago y Sofía) y un nieto, Hugo, que como buenos abuelos se dejan gobernar por el rey de la casa. Rey junto al perro Jacko, un golden retriever tranquilo y reposado, pero vigilante.

Muy oviedista, no en vano su padre fue traumatólogo del Real Oviedo, ha sido catequista en San Juan el Real y veranea en Luarca, dato importante en su vida porque «ya lo hacía con mis padres y seguimos a día de hoy. Estoy muy enraizada en Luarca y mis hijos también».

Trabaja por la mañana en Fremap «hasta las tres», por las tardes «tengo un día de quirófano, dos de consulta privada y una tarde para el máster». Como madruga es de acostarse pronto, así que como a las diez y media ya está en la cama, «y me duermo enseguida». No hace mucho deporte «porque no tengo tiempo, pero me apasiona el yoga y me ayuda mucho porque paso mucho tiempo sentada y no tengo bien la espalda, aunque nunca me he mirado lo que tengo». En casa del herrero, cuchillo de palo.

Nerviosa y activa, asegura que no sabe cocinar –«para eso está Luis, que es un guisandero»– y lee poco porque el estudio acaba con las ganas. Sonríe y se le iluminan los ojos. Le gusta agradar.

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