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Los vecinos de El Puerto tienen tras de sí una historia de mucho trabajo.

El Puerto, una historia de sudor y nieve

Un pasado inolvidable. El Pueblo Ejemplar tiene tras de sí siglos de trashumancia, que forjaron el carácter luchador de estos vecinos, vaqueiros de alzada

Ana Ranera

Gijón

Sábado, 4 de septiembre 2021

Los orígenes de Santa María del Puerto, en Somiedo, se remontan al siglo XIV. En aquellos tiempos, este rincón asturiano, situado a 1.486 metros de altitud y recién convertido en Pueblo Ejemplar de Asturias, se constituyó como localidad y empezó -aunque, seguramente, continuó- una historia de sudor y de nieve, que marcaría el carácter luchador de sus vecinos. Hoy son 61 los que viven allí, pero hubo épocas en los que fueron muchos más y, en sus caminos, se respiraba la vida, hasta que llegaban las heladas para acallar el bullicio callejero.

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Si viajamos 600 años atrás, entre estas montañas, se descubre un lugar que se hizo a sí mismo, a base de coraje. En el siglo XV, cuando las praderías pertenecían a la nobleza y a las grandes familias, ellos, los vaqueiros de alzada, se negaron a renunciar a ellas e iniciaron una lucha para hacerse con su propiedad. Aquella fue la revolución de los cercados, de la que salieron vencedores y cerraron las parcelas -como aún hoy se puede apreciar- y así, pudieron, por fin, consolidarse como pueblo. Entonces decidieron utilizar los pastos alejados como espacios comunales para el ganado y los cercados, para recoger hierba y plantar. De esta manera se desarrolló su día a día, durante décadas, y ya, a principios del siglo XX, los vecinos pudieron comprar esos pastos, esos que tanto trabajaron y que no podrán venderse a personas que sean de fuera del pueblo.

Las cosas hoy por allí siguen bastante parecidas, porque, aunque estén muy cambiadas, aún se siente el espíritu de esos antepasados. La tradición pervive. De hecho, basta con charlar con cualquiera de sus vecinos para darse cuenta. Son bastantes los testigos que se reparten por el pueblo y que ejercen de memoria viva porque viven allí desde la década de los treinta. Ellos recuerdan cómo fue el pasado por esos lares y lo reviven, sintiéndose unos privilegiados por llevar en su sangre ese genio de los vaqueiros de alzada. Lo llevan en sus venas y también en sus apellidos, donde se repiten los Lorences, Riesgo, Riesco y Verdasco, que dejan ver de dónde vienen y que avanzan sin perder de vista ese ayer entre brañas.

Santa María de El Puerto, en la actualidad, sigue ligado a la ganadería y al cuidado de la naturaleza J. C. Román

Cualquiera de ellos, si mira atrás, fija la vista en la ganadería, su sustento y seña de identidad. «Antes hacíamos la trashumancia». Con estas palabras resume José Luis Riesgo siglos de historias, que les hicieron pasar «una vida muy dura, de mucho trabajo y de mucho frío», prosigue. Esas circunstancias, además, se recrudecieron después de los años treinta. «Esto quedó muy mal tras la guerra civil», recuerda José Riesgo, que entonces era niño. «Para los que nos tocó la vida de antes, fue muy dura. Había que sembrar las tierras, arar y hacer la trashumancia», enumera.

Por eso, él rememora cuando empezaron a llegar hasta allí los primeros coches, porque aquello les cambió radicalmente la existencia, se la mejoró con creces. «Antaño, solamente había caballerías. Fue hace unos sesenta años cuando empezaron a venir camiones», indica. Ese cambio vital a él le pareció espectacular, casi inalcanzable. «Después de años arriando con todo, cuando la gente empezó a tener coches, vivíamos como marqueses», se ríe.

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En la carretera de la localidad se encuentran un burro y un coche.

De aquella, eran más los vecinos que vivían en El Puerto y en los caminos era habitual escuchar los ecos de las voces infantiles. «En la escuela, éramos sesenta niños», explica. Aquel cole nada tenía que ver a lo que podríamos imaginarnos ahora, porque allí hasta la enseñanza tenía que adaptarse a la meteorología. «La escuela la abrían la temporada de verano porque en invierno esto se quedaba vacío», señala Riesgo. «Estudiábamos de mayo a octubre y, antes de que cayeran las primeras nevadas, cerraba», indica. Hoy, por hoy, son cinco los niños que viven allí «de quieto» y les toca coger el coche y bajar a la escuela a Pola de Somiedo.

Pese a la falta de cole, las comodidades han hecho que, por mucho que llegue el invierno, «queda gente aquí», porque las quitanieves ya pueden abrirles el camino, algo que en tiempos de caballerías hubiera sido impensable. Igualmente, muchos se marchan y eso apena a Eladio Lorences, aunque entiende que ahora los jóvenes «buscan otra vida» y, por eso, «se escapan». Se van porque prefieren una rutina distinta o porque creen que allí arriba tienen pocas opciones laborales, y es cierto que hay algunos inconvenientes para desarrollarse como la distancia y la falta de señal telefónica. Es innegable: más de uno de los vecinos reconoce que llamarlo al móvil y que lo escuche es misión imposible porque lograr una raya de cobertura es una proeza. Seguro que esto cambia pronto como otras tantas cosas mejoraron en los últimos años.

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Que se lo digan si no a todos los que, cuando entraba el invierno, cerraban sus casas y bajaban a Belmonte de Miranda y a Salas, para esperar la primavera. Ellos son Vicente Riesgo, José Riesgo y José Luis Riesgo, entre otros muchos. Y que se lo digan también a Joaquín Lorences, que recuerda aquellos cinco meses al año que pasaba incomunicado porque su padre era el vecinderu y su trabajo consistía en resistir allí al invierno, para cuidar del lugar y atender a quienes se dejaran caer por su zona.

Una vista general del pueblo, en los años treinta, con uno de sus vecinos.

Las cosas han cambiado mucho y en este Pueblo Ejemplar hay presente y hay futuro, basta con abrir la mirada para creer en él. Ahora mismo, hay veinte ganaderías especializadas, la mayor parte, en la producción de carne de la raza asturiana de los valles, y más de una decena de estos ganaderos son menores de cuarenta años. Aquí hay vecinos que siguen practicando la trashumancia y otros que viven en el pueblo durante todo el invierno. Y hay más: hay niños, hay turismo y hay ganas de pelear. Basta con ver que presentaron su candidatura a este galardón diez años consecutivos. Ellos saben lo que son y lo que fueron y con ese orgullo trashumante tienen que seguir luchando para que su pueblín sea el rincón donde perviva la historia de los vaqueiros de alzada, guardianes del paraíso y, ahora, también sus referentes.

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