Adiós a Luis Sepúlveda, el revolucionario que buscaba la ternura
Unió letras y compromiso político, escribió novelas y guiones de cine y sabía que el oficio es más esfuerzo que talento | Fue el primer caso en Asturias contagiado por coronavirus y llevaba ingresado en el HUCA desde el 29 de febrero
m. f. antuña
Jueves, 16 de abril 2020
No había acabado el siglo XX cuando tomó la decisión. Luis Sepúlveda, chileno universal, exiliado y torturado, escritor, ecologista, revolucionario, rojo hasta el karma y alma, había conocido Gijón de la mano de la Semana Negra y un buen día de 1997 decidió que a la vera del Piles estaba su lugar en el mundo. El escritor chileno falleció en Asturias, una tierra que había hecho suya, a los 70 años. Fue la primera persona ingresada por coronavirus en la región. Para él, nacido en octubre de 1949 en Ovalle, hay casas que tienen voz, que hechizan, que atrapan. Y él optó por desmantelar las paredes que le acogían en Hamburgo y París mientras su mujer, Carmen Yáñez, hacía lo propio con las suyas en Gotemburgo, y se instalaron ambos en el chalé número 4 de la colonia del Río Piles. Ese ha sido su hogar durante más de veinte años, ese ha sido el espacio de encuentro de amigos con los que hablar de literatura, de cine, de vida y de jugar al ping-pong.
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Una zona quizá demasiado pija para el revolucionario al que echaron de las Juventudes Comunistas de Chile y que con 17 años ya publicó su primer libro, que fue periodista, que se formó como director de teatro, que en 1977 se exilió de su país después de estar detenido por el ejército pinochetista, que vivió en Argentina, en Uruguay, en Brasil, en Paraguay, en Perú, en Ecuador y que hasta hizo la revolución sandinista en Nicaragua. Su vida podría ser una película, una novela, una dramaturgia que incluye hasta un giro de guion absolutamente inesperado y dramático en el último momento, como si lo convencional no fuera con un tipo capaz también de hacer cine, de trabajar con Greenpeace y que por encima de todo amó profundamente las letras.
Sus abuelos leían muchísimo. Y de ellos heredó y aprendió su pasión. La vena poética y la lucha por la justicia social fueron de la mano, juntas, y con la ayuda inequívoca de su paisano Francisco Coloane, el escritor que le marcó en sus inicios, comenzó a hilar palabras, ideas e historias. «La literatura te da una sensibilidad que se puede volcar en la participación política», solía decir él que, como su mujer, fue torturado en las cárceles de Pinochet. Que no olvidó, pero sí supo sobreponerse y mirar al frente: «Al principio, predomina el odio, la bronca, el ansia de venganza. Después, cuando ves que triunfa la razón de los puntos de vista que defendías, entiendes que no puedes envilecerlos siendo como el enemigo. Solo queda el deseo de justicia», decía el autor, que consideraba al hombre un ser intrínsecamente noble «hasta que apareció el concepto de propiedad y los mitos culturales derivados».
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Ella y él, chilenos los dos, literatos ambos, tuvieron también su propia historia novelesca. Se casaron a principios de los setenta en su país, tuvieron un hijo, se separaron y veinte años después se reencontraron en Alemania. En Hamburgo vivió el escritor durante 14 años y allí se casó con su segunda mujer.
Siempre escribió, pero fue 1989 cuando la novela fruto de su experiencia con la tribu amazónica de los shuar 'Un viejo que leía novelas de amor' (que ganó el Premio Tigre Juan) se convirtió en un auténtico fenómeno. Luego llegarían infinidad de obras: 'Patagonia Express', ' Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar', 'Desencuentros', 'Historias marginales', 'Hot Line', 'La lámpara de Aladino', 'Historia de un perro llamado Leal', 'Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud', 'El fin de la historia', entre otras muchas obras, algunas escritas a varias manos y con colaboraciones de lujo, como la que le hizo firmar 'Últimas noticias del Sur', un libro de viajes, con fotos de Daniel Mordzinski. «Mi literatura tiene una sola meta, hacer de la escritura una defensa de la ternura, con fuerza y hasta con rabia», dejó dicho Sepúlveda, que quitaba tiempo al sueño para vivir la vida más intensamente por una temprana convicción.
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Gustaba en Gijón de madrugar –cinco horas de sueño le bastaban– para caminar hasta la Providencia, desayunar fuerte y ponerse después a escribir con disciplina y sin prisa. «Me conformo si logro una buena página, que no siempre es posible. El 95% es voluntad; el resto, talento». Y fruto de lo uno y lo otro en porcentajes o en otros, sus aventuras en pantalla grande. 'Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar' se convirtió en película de animación, mientras 'Un viejo que leía novelas de amor' igualmente se hizo celuloide de la mano de otros creadores. Hubo otras adaptaciones de sus obras, pero es que él escribió su propio guion y dirigió 'Nowhere', y el cortometraje 'Corazón verde', premiado en Venecia. También firmó el guion de 'Tierra del Fuego', película dirigida por Miguel Littín, y en 2011 Sylvie Deluele rodó una película sobre su vida.
El Magallanes de Santiago de Chile fue su primer equipo de fútbol, luego se haría sportinguista cuando ya era un gijonés metido a fondo en la vida cultural de una ciudad que hizo suya, cuando ya había echado andar el Salón del Libro Iberoamericano que tantos nombres mayúsculos en portugués y castellano acercó a la ciudad durante los 14 años que estuvo activo. «Vuelvo cada año a Chile y me siento muy querido, pero mi vida está en Asturias. Es donde he hallado mi lugar en el mundo y donde me siento querido y contento», dijo.
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Luis Sepúlveda fallecía esta mañana en el Hospital Universitario Central de Asturias donde llevaba ingresado desde el 29 de febrero.
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