«Es duro, pero volveríamos a hacerlo»
Un equipo de enfermeros de Atención Primaria lideró la intervención de la sanidad en los geriátricos: «No te puedes relajar. En cuanto uno tose, hay que volver a empezar»
M. F. ANTUÑA
Sábado, 9 de mayo 2020, 02:43
Cuenta Eduardo Guerra que allá por Semana Santa su teléfono no paraba de sonar y, al otro lado, personas y cargos del Servicio de Salud que no sabía ni que existían. Relata Nevada Morís la chifladura de organizar los espacios, aislar los positivos, estudiar los contactos en jornadas de doce y catorce horas con el estrés y la angustia pegadas a la piel y al alma. Habla Silvia Fernández de tantos y tantos malos ratos, con protocolos aún no ajustados a una realidad confusa, y con cada positivo sabiendo a derrota. Fueron los tiempos más duros para el equipo formado por diecisiete enfermeros y seis 'eire' (enfermeros internos residentes) que, cuando se decidió que las residencias de ancianos debían ser intervenidas por las autoridades sanitarias para tratar de frenar el impacto del COVID-19, sin apear guantes ni mascarillas y con EPI bien amarrado si era menester, se arremangaron para poner un poco de orden en medio del caos.
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Más de treinta residencias fueron intervenidas en el Área Sanitaria V. Y ellos, enfermeras y enfermeros, coordinados por Rosendo Macía, sacaron a relucir el aspecto quizá menos conocido de su profesión. «Hay como una visión solo de la parte asistencial, pero en este caso salimos de las consultas y realizamos una labor de gestión y educativa, porque también enseñamos a compañeros de las residencias medidas de higiene y prevención de la infección, e hicimos una labor de vigilancia de los mayores, con detección de síntomas nuevos». Quien resume lo que fue y sigue siendo su día a día en tiempos de pandemia es Anaí Izaguirre, que explica que, en cierta forma, se encargaron de organizar microhospitales.
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Pero solo en cierta forma. Porque un centro gerontológico no es un hospital y ellos lo tenían claro en los momentos más difíciles, y también en estos en los que -obvio es- nadie se ha relajado. «Yo empecé en Plaza Real, en Somió. Fue una de las que más casos tuvo. Al principio el brote fue muy fuerte, salían personas con síntomas cada dos días, y había que organizar las zonas de nuevo, lo que habías hecho no te valía, había que agrandar espacios, derivar a Cabueñes, Cruz Roja...», explica Eduardo Guerra. Esa fue su Semana Santa.
Porque su tarea consiste en gestionar espacios, en ubicar a los internos infectados en un sitio y al resto en otros, en reducir aquí y hacer crecer allá, en pedir y recoger muestras de test para internos y personal, en decidir quién necesita qué o va a dónde, cómo y de qué manera. «Yo estuve en un centro grande con muchos positivos y lo pasamos muy mal. Porque empiezan aparecerte casos, aíslas, pero de pronto aparece otro. Porque los tiempos de incubación son los que son y, cuando creías que lo tenías controlado, aparecían otros y vuelta a organizarlo todo», resume Nevada Morís, que ha tenido que convertir habitaciones dobles y triples en individuales y viceversa, sin obviar, por supuesto, los contactos que cada interno hubiera tenido con los infectados. Un bucle infinito; un puzle de muchas fichas. «Yo tuve una planta entera con once positivos en la que había que entrar con EPI», dice ella. «Es muy estresante. Yo ahora estoy más relajada, pero es que no te puedes relajar, porque de pronto el bicho asoma la patita y te vuelve a asustar. Cuando crees que lo tienes todo controlado, uno te tose y vuelta a empezar, porque, con un mínimo de síntomas, con tos y décimas, tienes que sacarlo y aislarlo». Ayer tenía todo negativos Nevada, que constata el extraño efecto de los teléfonos móviles con la batería temblando: «A mí también me llamaba gente que no sabía ni que existía».
La casuística de los ancianos no es baladí. Y lo constata Silvia Fernández, que relata cómo ellos han tenido que ir encontrando soluciones a cada problema, porque los protocolos sanitarios no se ajustaban al funcionamiento de los centros y porque los propios mayores no se comportan igual que los jóvenes. «Una de las cosas que nos complicó es que la clínica de la gente mayor es diferente. No siempre es tos y fiebre: la mayoría de las veces eran décimas, era un bajón, era dejar de comer... Hemos tenido que rascar mucho para encontrar positivos», dice.
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Loli Escudero dice que al principio se sintieron más desprotegidos y que todas esas dudas fueron un hándicap con el que lidió un oficio del que se siente orgullosa. «La enfermería dio lo que es: el corazón del sistema», dice, y no se olvida de que la batalla no termina, que todos esos ancianos que hasta ahora mantienen aislados tienen que volver a vivir, que la enfermería tiene que ayudar a devolverles lo que la pandemia les ha robado. Ahí está uno de los retos de futuro para María Jesús Barrio, que, como el resto, se ha llevado el estrés a casa. O Jesús Guzmán, que ha visto cómo en un mundo en el que «tienes que hacer 20.000 llamadas para mover un papelín», de pronto, sus compañeros estaban disponibles las 24 horas para echar una mano -«es maravilloso que todo el mundo tuviera tantas ganas de hacer las cosas bien y de que esto se solucionara; yo me llevo eso de positivo»-. O Nacho Rodríguez, uno de los 'eire' que se ha encargado de controlar las residencias no intervenidas. O Lara Menéndez, que, junto a Anaí, puso en marcha el plan de contingencia de la Residencia Mixta. Ellos saben que su profesión sale fortalecida y que el futuro se presenta incierto, pero, si miran al pasado, no hay ninguna duda. Lo dice alto y claro Natalia Lobo: «Sabiendo lo duro que es y aunque estés las 24 horas del día pendiente del teléfono, creo que todos volveríamos a hacerlo. Siento que era necesario que la enfermería estuviera ahí, porque tenemos mucho que aportar».
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