Estado de guerra en Gijón
El golpe de estado del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, hizo estallar la alarma. Pronto obtuvo el beneplácito real
Todo lo que podía ir mal fue peor. Pero paulatino, eso sí. Más de dos años después del desastre de Annual, que puso en solfa las corruptelas de las cúpulas militares en Marruecos, las tensiones entre los poderes civil y militar habían llegado a máximos históricos, que ya era decir. Un niño nacido durante el transcurso de la Semana Trágica, en el verano de 1909, tendría ahora, hace un siglo, 14 años. Poco más había demostrado el sistema de la Restauración ser un fracaso, pero lo suficiente como para que la sorpresa del golpe de estado de Miguel Primo de Rivera, a la sazón capián general de Cataluña, no nos pillase tan de sorpresa como cabía esperar. Ocurrió en el tránsito del 12 al 13 de septiembre; lo contamos en portada el 14, y al día siguiente Alfonso XIII le dio al golpista el beneplácito real.
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Así arrancó la dictadura. Aquí, en Gijón, nos avisaron las cornetas y los tambores de un piquete del regimiento del Tarragona, que salió del cuartel a las siete de la mañana del día 15 para advertir a la población, a mando del capitán Granda, de que en la ciudad se había decretado el estado de guerra. Como en todo el país. Aquí se ordenó la inmediata incorporación a los cuarteles del personal de la Armada en estado de licencia, y los transparentes de EL COMERCIO fueron visitados por centenares de obreros. Algunos de ellos, como los del centro de la calle de Benito Conde, se reunieron para hablar de la situación.
A comer a casa
Dato curioso que también se contó en nuestras páginas fue que, aunque las tropas permanecieron acuarteladas en toda la población, en Oviedo se permitió «la salida de los soldados de cuota durante una hora, para que fueran a comer en sus casas». Había habido un golpe, es cierto, pero siguió la vida: el Jovellanos presentaba un espectáculo de ventriloquía, y el 16, el día en que se supo que el rey había dado su bendición al golpista, en el Real Club de Regatas se celebró un 'te dansant' por el fin de la temporada estival. Hubo bodas: la de Paquita Cebreiro, hija del comandante de Marina, con Ricardo Francés, capitán del 'Víctor Chávarri', por ejemplo. En el 'Mercedes', como cada día, se sirvió fabada. Todo cambiaba, pero también nada a la vez.
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