Un fonógrafo en el Ateneo
El curso se inauguró con la exhibición del aparato de Edison, germen del tocadiscos. Pertenecía a Eladio Carreño y fue la sensación
Jueves, 5 de octubre 2023, 01:30
Distaban ya doce años, que al ritmo de los avances técnicos decimonónicos no eran tantos, de que la canción 'Mary had a little lamb' fuera el primer sonido reproducido por un aparato. En 1898, sobremanera en España, el fonógrafo de Edison seguía siendo una novedad, y por eso fue uno de los grandes momentos de la inauguración del nuevo curso de la Sociedad Ateneo-Casino Obrero de Gijón. Aquel día, el salón del Ateneo «aparecía ocupado por algunas distinguidas familias que honraban con su presencia acto tan culto, tan humanitario y misericordioso cual era el que se celebraba, pues cultura, humanitarismo y misericordia representa la bienhechora obra que con no pocos sacrificios se impone todos los años el Ateneo, honra de Gijón». Pero había, también, muchos humildes, alumnos del centro, y «algunas personas amantes de la enseñanza del obrero». Presidían Francisco Prendes Pando, alcalde a la sazón, y Julio Mencía, presidente del Ateneo. Se leyeron actas, se presentaron las memorias del curso anterior y se premió a los alumnos más destacados «por su constancia y laboriosidad» el año anterior con tinteros, escuches de dibujo geométrico y cajas de pinturas. Solo después de todo eso, cuenta EL COMERCIO que «el distinguido médico don Francisco López (...) explicó a la reunión, de un modo familiar, el curioso mecanismo del fonógrafo perfeccionado de Edison, uno de cuyos aparatos, propiedad del señor don Eladio Carreño, hijo, aparecía en el fondo del estrado». López explicó el funcionamiento de la máquina y, finalmente, la activó.
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Leovigildo al piano
Fue el momento que todos esperaban. «La concurrencia escuchó con gran complacencia las distintas composiciones líricas grabadas en los cilindros, porque es de advertir que en el fonógrafo de que hablamos, estaba previsto de una bocina para que la reproducción de las ondas sonoras pudiera ser percibida por todos los concurrentes a un tiempo mismo». Para rellenar los intermedios, entre cilindro y cilindro, Leovigildo Llaneza «tocó al piano escogidas piezas musicales, que fueron muy aplaudidas por el concurso». Hubo entretenimiento, arte, y, al final, vinos, pastas y licores. Un magno acontecimiento, digno del Ateneo.
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