Llegó la rabia a Gijón
Tras declararse oficial la vuelta de la hidrofobia canina a la ciudad, el alcalde obligó a la vacunación de todos los perros sanos
Lunes, 11 de septiembre 2023, 01:47
Casi cada año, desde tiempos inmemoriales, la misma cantinela: los calores del estío, aunque en esta ocasión más bien del fin del mismo, traían la rabia a Gijón. La enfermedad, fácilmente transmisible y muy peligrosa, era imposible de atajar si no se tomaban decisiones inmediatas, por lo que las autoridades estaban siempre prestas a resolver el entuerto a golpe de comunicado. Hace 75 años, el alcalde, José García Bernardo, solo tardó un par de días en hacer el suyo después de que el 7 de septiembre el BOPO declarase oficialmente la vuelta de la hidrofobia canina a Asturias. Para intentar frenar la epidemia se obligaba, en primera instancia, a vacunar «a cuantos perros existan en este término municipal». Recuérdese que en Asturias la vacunación anual canina contra la rabia es obligada, sea cual sea el estado de la situación, solo desde hace unos meses.
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No era así, por lo tanto, en 1948. Solo la emergencia obligaba a ello, y también a la inscripción de los canes «en el correspondiente registro municipal». García Bernardo prohibía, así mismo, que los perros circulasen por la vía pública sin estar provistos «del correspondiente bozal y collar portador de una chapa metálica en la que estén inscritos el nombre, apellido y domicilio del dueño del perro, así como las que indiquen su inclusión en el registro municipal y el haber sido vacunado»: quedaba mucho para que llegasen a nuestras vidas, y a las de nuestros peludos compañeros, los microchips.
La peor parte de las medidas antirrábicas se la llevaban, sin duda, los perros vagabundos «o de dueño desconocido», y, en general, «todos aquellos otros que circulen por la vía pública sin los requisitos mencionados». Serían capturados por el lacero municipal, «y sacrificados sin derecho a indemnización», enfermos o sanos. La ejecución también sería inmediata en todos aquellos animales (también gatos) que hubieran sido mordidos por otro rabioso, «aun cuando en ellos no haya manifestaciones rábicas». Para evitar disgustos, el veterinario municipal pasaba consulta todos los días, de diez a una, en la inspección. Más valía, y vale, prevenir que curar.
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