«Soy un exportador de la tierrina»
El árbitro asturiano de Primera lo tiene claro: «Hay más presión en el fútbol base» | «Si te insultan 40.000 o 50.000 personas al mismo tiempo no te enteras, si son veinte te enteras de todo»
M. F. ANTUÑA
GIJÓN.
Domingo, 22 de diciembre 2019, 03:14
En el parque de Isabel la Católica comenzó a caminar; años después allí aprendió a andar en bicicleta, y más adelante realizó sus primeras pruebas físicas para dedicarse al arbitraje. Así que para este gijonés de pro, callejero, enamorado de su tierra y que va vendiendo Asturias por los campos de fútbol de todo el país -«soy un exportador absoluto de la tierrina»-, ese espacio verde a la vera de El Molinón es mucho más que un parque, es un lugar único en un mundo inmenso por vivir y descubrir.
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Pablo González Fuertes (1980), el único árbitro asturiano en Primera División, pasa casi doscientos días al año fuera de casa, así que entre avión y avión, solo puede que hallar en casa el paraíso, el nirvana, el edén. «Yo si no fuera de Gijón y me preguntaran dónde me gustaría vivir diría que en Gijón. Y en segundo lugar Salamanca, no me preguntes por qué».
-No se lo preguntó. ¿Qué otros lugares son especiales para usted?
-El lavaderu de Deva, lo descubrí ya de mayor, por la película 'Volver a empezar', y es maravilloso, con tanta paz, tanto verde, tanta historia, que sigue igual que hace 39 años. Y Villabona del Puente, el pueblo de Zamora de mi abuela por parte de padre. Todavía tengo marcas en las rodillas de aquellos veranos en bicicleta.
Se crió en El Llano y en El Llano sigue viviendo el hijo mayor de Vicente y Loli, un tipo de sonrisa fácil y generosa que un buen día, con 16 años, decidió ir contracorriente. Y anunció el acabose: «Llegué a casa y se lo dije a mí madre que clamó aquello de 'solo te faltaba ahora ser árbitro', pero, mira, 23 años después se emociona cuando me ve en la tele», ríe. El caso es que Loli pasó el trance y su Pablo, junto a los cuatro colegas del colegio con los que había ido a estudiar al instituto Jovellanos, cogió el silbato fuerte y con ganas. «El arbitraje no tiene vocación, somos el demonio, más antes que ahora, pero a nosotros nos dieron una charla en el instituto y los cuatro amigos decidimos probar, entre otras cosas porque podíamos ganar unas perrucas y entrar a El Molinón gratis». Los cuatro, en diferentes categorías, siguen al lío. «Mira, 23 años después, tengo la gran suerte de que los cuatro seguimos viéndonos todas las semanas gracias al arbitraje».
Él, que estudió Empresariales, que trabajó en una asesoría y en una empresa de maquinaria y se especializó en calidad y medio ambiente, llegó hace tres años a lo más alto del arbitraje. Veinte años le costó el ascenso. La receta: «Esfuerzo, trabajo y sacrificio, porque al final cada temporada que empieza es nueva y tienes que trabajar más, esforzarte más y sacrificarte más». Seis días a la semana entrena para aguantarles el ritmo a los futbolistas -«tienes que entrenar como ellos y más»- este árbitro que asegura que su carrera es tan lenta que cuando llegan a la élite lo hacen curtidos y listos para todo. Por eso, ni siquiera pisar un estadio mítico provoca una emoción sublime. «Yo recuerdo la primera vez que arbitré en Primera, esa vez sí, fue en el campo del Español, y cuando me vi allí dije 'he cumplido mi sueño', pero en realidad lo de menos era el lugar». Pero es que además ocho años en Segunda B vez ejerciendo como cuarto árbitro en Primera y Segunda le hicieron recorrer todos los campos grandes. «Pude ir al Bernabeu, al Camp Nou, al San Mamés antiguo, que posiblemente no conozca otro estadio como aquel, tan inglés, tan peculiar, tan familiar, así que el choque cuando vas de primer árbitro es menor».
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Están capacitadísimos para soportar la presión, entre otras cosas porque el fútbol base prepara al más blandengue y pusilánime para el apocalipsis. «Cuanta más gente hay menos te enteras de lo que hay alrededor, si te insultan 40.000 o 50.000 personas a la vez ni los oyes, pero en el fútbol base, que hay veinte, te enteras de todo, escuchas todo lo que dicen».
Acostumbrado a pasar todos los fines de semana fuera de casa, cuando hay un rato libre solo piensa en hacer planes con su pareja, sus amigos y su familia, y cuando no hay que volar por obligación, lo hace por el puro gusto de viajar. Le enamora Sevilla, le encanta Cordoba, le marcó la diversidad de Nueva York, y piensa que algún día se irá a conocer el lejano Oriente.
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