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HISTORIAS DEL CAMINO DE SANTIAGO

El peregrino al que tentó la moura de Armenande

Leyendas. En el descenso del Palo las peladas sierras con vestigios de la minería romana del oro proliferan los relatos de tesoros y ayalgas

PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA

Viernes, 7 de enero 2022

El peregrino que asciende el Puerto del Palo, un poco antes de llegar al alto, tiene a la vera del camino la llamada Fonte de las Muyeres, un chorro de agua fresca –incluso en los días más cálidos de agosto– donde saciar su sed y remojarse para seguir valle abajo, entre las desoladas sierras que lo van a acompañar casi hasta las puertas del concejo de Grandas de Salime.

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En esa fuente se cuenta que se paró a beber un extranjero, probablemente un franco, que hacía la ruta a Compostela. Al pie del caño, se encontró con una joven que cuidaba el ganado y el viajero, por entablar conversación con ella, enviándole a la vez un requiebro galante, señaló las cimas peladas que los rodeaban y exclamó: «¡Qué mozas más guapas crían estos montes tan pobres!». La muchacha lo miró de arriba abajo y, dándole la espalda, apuntó con su palo de 'llindiar' hacia el otro lado del puerto: 'Si eiquí son probes los montes, val.le abaxo son ricos, que las fontes l.lievan l'ouro a los ríos'». Y, llamando a sus vacas con un silbato de cañavera, se alejó por el monte, sin volver la vista al viajero.

Sorprendido por la reacción de la moza, el peregrino llenó su calabaza en el manantial y siguió su camino, interpretando la frase con la que le había respondido como un desplante sin más y sin otro sentido. Paso a paso, fue dejando tras él las ásperas lomas de las Sierras del Palo y, al acercarse a Montefurao, observó que pronto caería la noche y decidió quedarse a pasarla allí.

Entonces la aldea era apenas una braña que habitaban los pastores en verano. El viajero se topó con un corro de ellos que se arremolinaban a la sombra de una higuera y como antes hiciera con la joven del Palo, se arrimó al grupo y comenzó a preguntarles por la vida que llevaban por aquellos altos, si era llevadera o cómo se entretenían para que los días no fueran tan duros y tan largos.

Uno de ellos, el que parecía más sociable, le confesó que, ciertamente, no era fácil pasar allí las horas, alejados de familia y vecinos, y que se aburrían de hablar solo con sus compañeros.

El recién llegado vio el cielo abierto al oír este comentario. «Si me dejáis pasar la noche con vosotros, os doy una cosa con la que no os vais a aburrir nunca», les propuso, y, abriendo su zurrón, desplegó sobre el suelo un juego de bolos de los que hoy son deporte federado como Bolos de Tineo o Bolo Celta.

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Era la primera vez que aquellos rapaces veían algo similar, aunque siglos después habría de convertirse en una diversión muy popular por toda la zona. El francés los llevaba consigo para distraerse con otros viajeros a los que se encontraba en su camino, pero no eran costosos de volver a hacer con unos cuantos palos de haya. Y aquella noche durmió al calor del fuego en una cabaña. Fue a la mañana siguiente, cerca ya del mediodía, cuando, al pasar junto al lugar de Armenande, de camino entre Lago y Berducedo, sintió la corriente de un río entre la espesura. Se acercó a él para beber y entonces vio en el fondo del cauce cristalino unos destellos que parecían de oro. Introdujo la mano en el agua para coger un puñado de aquellas arenillas y, al sacarla, comprobó asombrado que realmente aquello era oro. Recordó las palabras de la pastora del puerto y, como suele suceder en este tipo de relatos, bastó pensar en ella para que se le apareciera delante justo en ese preciso momento. En esta ocasión, se mostraba más abierta y locuaz, rememoró su advertencia de que valle abajo las fuentes llevaban oro a los ríos y que aquellas areniscas no eran nada en comparación con lo que ella guardaba en una cueva de los mouros.

Para impresionar al viajero y que viese que no hablaba por hablar, le pidió que abriese su zurrón.

El peregrino, tan deslumbrado por la belleza de la joven como por sus palabras, no dudó en cumplir su petición. Deshizo los nudos del hatillo y de él salió un juego de bolos como el que había entregado a los pastores de Montefurao, pero todo de oro. «Si me respondes a una pregunta, tendrás esto y una montaña más de oro, todo el que tú quieras desear», le propuso. En realidad, más que una cuestión, se trataba de resolver un dilema. «Si tuvieras que elegir, ¿qué prefieres mi riqueza o mi belleza?», planteó ella.

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Y el francés que a ojo de buen cubero valoró que, si optaba por la riqueza, la belleza ya iba incluida, señaló con una sonrisa hacia la bolera de oro. Llegaría a Santiago sin lo uno ni lo otro.

«En Allande, el Camino de Santiago siempre ha sido un elemento vertebrador»

Andrés Menéndez Blanco Historiador

El historiador y arqueólogo Andrés Menéndez Blanco es autor de una tesis sobre el paisaje y el poblamiento en Allande entre los siglos I y XIII y en sus trabajos de campo ha localizado varios campamentos romanos vinculados a la minería aurífera en la zona. Residente en el concejo, afirma que, «en Allande, incluso más que en territorios vecinos, se ve claramente que el Camino es un elemento vertebrador. Desde Fonfaraón, el paso del Palo y toda la zona en torno a Berduceo, es la ruta natural, la propia configuración orográfica del terreno te obliga de alguna manera a pasar por ahí. Eso, históricamente, tuvo unas consecuencias evidentes a la hora de la fundación de La Puela, que está en un ramal del Camino en una parte baja cerca del puerto del Palo. Parece claramente pensado como sitio transitable y vinculado a esa vía histórica, que era la principal de la Asturias interior en esta zona».

La antigüedad de la ruta jacobea tampoco ofrece ninguna duda al estudioso: «No podríamos hablar de una vía romana en sentido estricto, como obra de ingeniería, pero es evidente su uso en la época, porque no había otra y lo muestran los campamentos militares hallados, que solían establecerse en las zonas más cómodas y transitables. Existen también numerosos monumentos megalíticos en torno al Camino, que señalan cómo era un territorio ya transitado por las primeras sociedades ganaderas».

En cuanto a la Edad Media, apunta que «hay una serie de pueblos que hasta entonces eran brañas, como Berduceo, L.lago, Montefurao, que son promocionados como cabeceras parroquiales. La iglesia y la administración favorecían así que hubiese asentamientos permanentes en torno al Camino».

De su importancia actual, señala Menéndez que, «aunque el turismo no es una receta milagrosa, están reavivándose negocios que iban a cerrar y abriéndose otros nuevos. Es un recurso que está sirviendo para compensar en parte la sangría demográfica que tenemos»

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