Tinta a flor de piel
La Expo Tattoo del festival Metrópoli mostró en Gijón el trabajo en directo de tatuadores españoles e internacionales, verdaderas obras de arte indelebles en el cuerpo
PABLO A. MARÍN ESTRADA
Lunes, 1 de julio 2019, 07:15
Chus Ortega, lavianés de 36 años, se relaja en la camilla y observa la geisha que le está grabando en la pierna Kowah. Llevan seis horas juntos y el artista calcula que aún le queda otra larga para dar por concluido su trabajo. «De vez en cuando paramos para estirar las piernas y echar un cigarro», comenta el asturiano ante el asentimiento del profesional, un polaco asentado en Benidorm de nombre civil Piotr Kowalski. El de Laviana sonríe ante la observación del poco espacio libre que le queda ya en su cuerpo: «Algún huequín hay. Llevo 44 tatuajes. El primero me lo hicieron con dieciséis años». Como él, decenas de fanáticos de la tinta impresa en el cuerpo han ido desfilando por el pabellón de la Expo Tattoo de Metrópoli en los tres días que ha durado la convención que ayer concluyó.
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La mayoría de los clientes de los cerca de noventa artistas reunidos en Gijón conciertan sus encargos previamente con sus clientes. En el caso de Ortega, vio la obra que desarrolla Kowah en su perfil de Instagram y le gustó. El paso siguiente fue concretar con el polaco la cita y el presupuesto y llegado el momento, dejarlo en manos del artista. «Me enseñó el boceto. Fue verlo y decirle adelante», explica.
Julia Martínez, otra oriunda de la cuenca del Nalón, aunque residente en Gijón, descubrió también por las redes la producción artística de la sevillana Susana Chavero y contactó con ella para encontrarse aquí. En su caso, tenía claro el motivo que deseaba estampar en su antebrazo: «Mi abuelo fue sastre en Sama y mi padre tuvo tienda de ropa. Quería algo relacionado con esos oficios, como homenaje a ellos».
Su tatuadora captó la sugerencia de la langreana y el resultado es el boceto por el que ahora se guía en la pantalla de un ordenador: «La labor de creación está en el estudio. Cuando me pongo con la aguja, ya ha sido todo dibujado hasta el último detalle. No concibo otra manera de hacer mi trabajo». El que ahora tiene delante lo cifra en unas doce horas, dos sesiones. «¿Si tengo tiempo para disfrutar del festival? Ya me gustaría. El viernes me perdí el concierto de La Mala, pero lo primero es lo primero», admite.
Otro encargo relacionado con la vida personal del cliente es el que le está tatuando Zama, del estudio pamplonica Castle, a su paisano César Ugalde. Es un minero con su casco y de un puntillosismo entre lo hiperreal y lo fantástico: podría ser un picador del futuro destinado a otro planeta. «Trabajo en la mina, en Magnesitas Navarras. Me hacía ilusión», desvela sin entrar en detalles.
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En el estand de enfrente, Mao Calderón, colombiano de Bilbao, también se ha traído de casa al cliente, Cristian. Llevan con esta tres sesiones en un tattoo que simboliza, en sus palabras, «el juego de la vida y cómo, si te quedas quieto, pierdes».
Inspiración filosófica existencial guarda igualmente el dibujo que la portuguesa Verónica Pereira le graba a su marido Pedro en el brazo: «Es el poder de los sueños y de las decisiones que tomamos con la mente para vivir».
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Él, mecánico de vehículos, muestra orgulloso todo lo que ella le ha ido dejando impreso en el cuerpo «Me encantan los tattoos, pero mi imaginación solo dibuja motores. La artista es Verónica». Por todo el pabellón, la tinta sigue corriendo en la piel de los devotos de este arte que aprovechan las últimas horas del evento en llevarse su sueño para toda la vida.
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