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A propósito de «Sufre mamón»

Lunes, 7 de noviembre 2022, 01:15

Recogido expresamente en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos, el derecho a la libertad de expresión artística es esencial y comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole «en forma artística», sin consideración de fronteras.

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Hace unos días se generó en redes sociales una polémica de la que finalmente se acabaron haciendo eco todos los medios de comunicación y que a mí, por razones personales, pero también por mi condición de jurista, me llamó especialmente la atención.

La historia comenzó cuando la humorista Ana Morgade, como invitada del programa Pasapalabra, acertó a descubrir en una de las pruebas del concurso la canción «Devuélveme a mi chica» de Hombres G, más conocida popularmente como «Sufre mamón». Tras bailarla y cantarla con mucho ánimo, añadió dos comentarios sobre dos partes de la letra. Por un lado, el término «marica» y, por otro lado, el propio título del tema. Dejó entrever que decir «devuélveme a mi chica» puede sugerir que las mujeres no tenemos capacidad de decisión y somos simples objetos en manos de los hombres.

David Summers, líder de la banda, respondió de forma clara y contundente a través de Twitter recordando que la canción se compuso como una broma hace ya cuarenta años y que, si tanto les molestaba, sencillamente no la pusieran en el programa.

Y ahí se desencadenó la polémica. Cierto es que los seguidores del grupo los defienden a capa y espada pero también lo es que la discusión trascendió con creces ese campo y, al final, se han podido leer opiniones con la diversidad de los múltiples matices que un tema tan controvertido puede generar. Y no es la primera vez. Llueve sobre mojado. Hace unos años, por ejemplo, ocurrió algo similar en el programa Operación Triunfo con el tema de Mecano «Quédate en Madrid» que en uno de su párrafos dice «siempre los cariñitos me han parecido una mariconez». Los concursantes propusieron cambiar dicho término y el autor de la canción se negó. Ese tema se creó de esa manera, con esos términos, en un momento y contexto determinado y así debe permanecer.

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Confieso, de ahí este artículo, que la cuestión me atrae especialmente. En esta ocasión, sobremanera, porque también he de confesar que soy fan de los Hombres G desde que era apenas una adolescente y he seguido siéndolo todos estos años con la misma intensidad y lo soy tanto de sus letras más gamberras como de aquellas que destilan la sensibilidad tan característica de su líder.

Yo empecé a escuchar a los Hombres G con quince años, allá por el año 1985. Mi familia siempre ha sido un tanto especial. Mi madre se había separado de mi padre en el año 78, cuando ni tan siquiera existía el divorcio y mi abuela otro tanto de lo mismo unos años más tarde. Así que hemos sido siempre una familia de mujeres luchadoras. El emponderamiento femenino no nos lo dieron las ideas ni la creencia de que podíamos con todo sino las propias circunstancias de la vida. Para seguir adelante tuvimos que enfrentarnos a un mundo en el que las condiciones no son las actuales. En ese entorno mi familia me dotó de unos valores que, a pesar de las dificultades de todos estos años, he podido conservar intactos. Me enseñó a ser feminista (es decir, y creo tristemente que aún a fecha de hoy es preciso aclararlo, a creer que hombres y mujeres contamos con los mismos derechos), me enseñó a respetar a todas las personas con independencia de sus condiciones personales y me enseñó que yo era libre para elegir siempre que con ello no hiciera daño a los demás.

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Y con esos principios y no otros yo escuché la canción de Devuélveme a mi chica de Hombres G, Quédate en Madrid de Mecano, La mataré de Loquillo y hasta Mátalas de Alejandro Fernández. Vi películas en las que los valores eran otros muy distintos, visité museos en los que admiré la calidad artística de cuadros o esculturas que representaban actos violentos contra mujeres e incluso leí libros, y los sigo leyendo, que son una delicia literaria pero en los que la trama hoy chocaría con todas aquellas ideas que tan orgullosamente defendemos actualmente como avances. Y no me pasó nada y no me sigue pasando nada, es decir, no he perdido aquellos valores que me inculcó mi familia a lo largo de este camino, más bien al contrario, muchas experiencias me han servido para reafirmarlos, me han enriquecido, me han hecho más fuerte.

Creo firmemente que la base es la educación. Tenemos que educar en los valores y principios que hemos conquistado para que todos los respetemos pero esa educación debe abarcar el hecho de que seamos capaces de conocer, visualizar, escuchar e incluso valorar la historia, el arte, un cuadro, una obra de teatro, una película o una simple canción... tengan el contenido que tengan porque, o bien están hechos en otro momento, en otro lugar, en otras condiciones o bien el autor busca manifestar una protesta o hacernos sentir o pensar o emocionarnos.

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Y aquí es donde enlazamos con la parte jurídica de la cuestión. ¿Puede un artista manifestar lo que desee a través de sus obras de arte? ¿Existe la libertad de expresión artística? La respuesta a esta pregunta es el inicio de este artículo. En el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos se refleja expresamente este derecho que tiene, como casi todos los derechos, dos caras: el derecho a la libertad de expresión del autor, del creador, del artista y el derecho a recibir esas expresiones artísticas que tenemos todos los demás.

Existe una amplia discusión doctrinal acerca del hecho de considerar la libertad de expresión artística como un derecho independiente o considerarlo como una parte del derecho a la libertad de expresión general. Sin duda el derecho a la libertad de expresión artística tiene sus singularidades porque no va dirigido tan solo a expresar una opinión o un contenido. Una obra de arte, tal y como ya adelanté, busca hacernos sentir, emocionarnos, tocarnos por dentro, y para ello es lícito, desde mi opinión, el empleo de muchas más opciones y la atenuación de limitaciones que puedan coartar a los artistas a la hora de crear.

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No obstante, y sin entrar en aspectos tan técnicos, de lo que no cabe duda es de que se trata de un derecho del que, además, somos todos titulares. No sé ustedes pero yo, que escribo poemas y relatos, no quiero estar pensando a qué colectivo puede molestar cada palabra que escribo porque, además, probablemente ni siquiera esté redactado ese término con ese sentido o para mí no tenga la misma apreciación. Y cuando soy la receptora de obras de otros quiero ser libre para escuchar, decidir si me gusta o no, si me molesta, me emociona o me enfada. Considero que una obra es mejor en la medida que nos hace reaccionar, en uno u otro sentido.

Con esto no quiero decir que la libertad de expresión artística no tenga límites, que los tiene, pero también debe estar protegida frente a las injerencias de los que buscan limitarlo, especialmente los Estados. En la mayoría de los casos en los que existe tensión entre la libertad de creación artística y otros derechos o bienes jurídicos igualmente protegidos, el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos siempre ha primado a la libertad de creación con dos únicas excepciones: cuando existe colisión con los sentimientos religiosos y en aquellos supuestos de obras con contenidos obscenos vinculados al sexo extremo.

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En España, el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional mantienen que el derecho a la libertad de expresión artística nunca puede suponer un derecho al insulto por medio de expresiones difamantes, injuriosas, vejatorias o similares. Sí cabe la crítica, aunque resulte mordaz o incómoda o satírica.

Volviendo a Sufre mamón, un amigo me dijo algo que me hizo pensar: no se puede valorar una letra de una canción de los ochenta con los valores y principios actuales del mismo modo que no se puede valorar un comentario actual con principios y valores de los ochenta. Después de analizarlo, he llegado a la conclusión de que claramente no es lo mismo. Sin duda, no se puede valorar una canción de los ochenta, una película de los sesenta o un cuadro del siglo XIX, con los principios y valores actuales, no tiene ningún sentido. Ha sido creado en otro momento y circunstancias y debemos valorarlo por lo que nos transmite no con las reglas actuales. Del mismo modo que nos puede resultar chocante hoy en día ver una película en la que los protagonistas están fumando en la oficina o en el hospital.

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Pero un comentario de hoy no es una obra artística es una opinión que, dicho sea de paso, obviamente, debe respetarse porque igualmente se encuentra amparada por la libertad de expresión. Cuando yo critico o manifiesto mi oposición a ese comentario no estoy aplicando mis principios de los años ochenta, estoy aplicando los derechos que tenemos reconocidos hoy y que, se supone, son más avanzados o deberían serlo que los de entonces. Otra cuestión es que pensemos que en aquel momento ni siquiera habría surgido esta polémica y que muchos de los que vivimos los ochenta pensemos que estaba mucho más protegida en aquella época la libertad en general.

A toda esta reflexión podemos sumar además otros muchos factores. Por ejemplo, las letras de las canciones actuales, creadas ya con los principios y valores que rigen actualmente son, en algunos casos, muchísimo más machistas u ofensivas que las de entonces.

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A pesar de todas estas variables históricas, jurídicas y personales, mi conclusión sigue siendo la misma que al principio: la clave se encuentra en la educación y la educación también consiste en saber apreciar y discriminar cuando tengo contacto con una obra artística la belleza, lo criticable, lo admisible y lo emocionante.

¿Preferirían ustedes vivir en un Estado que prohibiera o eliminara todas aquellas obras artísticas que, aplicando los valores actuales, pudieran resultar ofensivas? ¿Preferirían no ver esas obras y no ser ustedes mismos quienes descubran qué emoción les provoca, aunque esa emoción sea la de rechazo? ¿Preferirían que alguien eligiese por ustedes qué ver, qué escuchar, qué sentir...?

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A mí eso me suena a tiempo pasado que es mejor no repetir.

Yo, entretanto, seguiré escuchando «sufre mamón devuélveme a mi chica o te retorcerás entre polvos pica pica» porque, lo crean o no, es una canción hecha con buen rollo, que genera buen rollo y que transmite buen rollo y que hasta Ana Morgade bailó y cantó antes de criticarla.

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