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Los moldes para fabricar las piezas, en una de las naves abandonadas del recinto de la fábrica de loza de San Claudio.
La ruina de la fábrica de loza

La ruina de la fábrica de loza

Cinco años después de su cierre, la malograda locería se encuentra en un estado lamentable y busca comprador para sus 23.800 metros

SUSANA NEIRA

Domingo, 19 de octubre 2014, 01:11

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En medio del debate por el futuro de la fábrica de armas de La Vega y de los centros sanitarios de El Cristo, hay otra centenaria factoría, en San Claudio, que literalmente se cae. La locería, un lustro después de su combatido cierre, permanece en el más absoluto abandono. Solo los saqueadores, los grafiteros y los okupas transitan a sus anchas por el malogrado recinto y el interior de las naves, con el peligro de la ruina, pero invitados por un enorme boquete que anima al paso y sin ninguna prohibición ni cierre más allá de un cartel a la entrada.

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  • 2009. Cerró sus puertas, tras una intensa lucha sindical y política, la fábrica de loza de San Claudio, creada en 1901 por Senén García. El concurso de acreedores terminó en la liquidación.

  • 2011. El Tribuna Superior de Justicia de Asturias (TSJA) anula la declaración de Bien de Interés Cultural (BIC) para la fábrica, que incluía vajillas, moldes y hornos.

  • 2014. La Agencia Tributaria saca a subasta el recinto fabril, sin ningón tipo de protección, por 1,33 millones de euros. Tras un primer concurso que quedó desierto, y uno posterior con una rebaja del 25%, ahora aguarda por ofertas de los posibles interesados.

Así se encuentra la antigua factoría. Aquella planta fundada por Senén Ceñal que hoy cumpliría 113 años y que en tiempos dorados fabricó vajillas y objetos para las mejores mesas de España y el extranjero. Ha quedado en el más absoluto olvido a la espera de encontrar un comprador.

La Agencia Tributaria la subasta. Lo intentó por 1,33 millones de euros y ante la ausencia de interesados rebaja su precio un 25%. Mientras tanto, la antigua fábrica se esconde cada vez más entre la maleza, con centenares de moldes apilados, cristales rotos y basura.Una simple visita refleja el estado desolador de las emblemáticas instalaciones de San Claudio, que el Gobierno regional declaró, a petición de la última plantilla, Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de Conjunto Histórico y fue anulado posteriormente por el Tribunal Superior de Justicia (TSJA). Atendió la solicitud de los administradores concursales, por las dificultades con las que se toparía para una venta futura.

El paso del tiempo ha corrido en contra de la conservación, con la maleza coronando todos los rincones. Las hierbas crecen a sus anchas por el recinto, incluso un árbol brota del antiguo horno. Ya dentro, las naves donde llegaron a trabajar 600 obreros han perdido cualquier resto de sus tiempos de intensa producción, hasta el punto de convertirse en un lugar desolador.

En los últimos cinco años, la locería ha despertado gran interés entre los saqueadores. Los ladrones han desvalijado por completo las instalaciones, entrando bien en busca de vajillas o de cobre. Muchos se han marchado cargados sin más vigilancia que la de un caballo que durante años campó a sus anchas en las zonas verdes.

En otras ocasiones, la intervención de la Guardia Civil ha frustrado sus planes. En 2010 arrestó a una docena de hombres con cinco furgones repletos de numeroso material, un botín valorado por aquel entonces en 36.000 euros. Solo ese año detuvo a 21 personas por delitos contra la fábrica.

El último suceso reciente lo protagonizaron unos okupas. La tarde del sábado 9 de agosto una llamada alertó a Bomberos de Oviedo de las llamaradas que salían de un edificio ocupado en su día por la gerencia. Tardaron varios días en sofocarlo. Los agentes, después de trabajar día y noche para evitar que los rescoldos se reavivaran, concluyeron que, sin electricidad ni combustible, solo la presencia humana podría haber provocado un fuego que desplomó el 80% del techo y, ante el peligro por el mal estado en que quedó, obligó a acordar su perímetro. En San Claudio a nadie le extrañó lo sucedido. Los vecinos parecen acostumbrados a ver entrar y salir gente de la locería.

Con la madera y el hormigón por el suelo, y con las estructuras muy dañadas, la fábrica tiene riesgo de nuevos derrumbes. Algo que no ha desanimado a aquellos que han querido plasmar su obra gráfica en las paredes. Hay de todo, desde un 'estás muerto' en las naves donde se apilan los antiguos moldes, a una declaración de amor, 'Josefina quiere a Manuel', o una constatación que refleja las continuas visitas de extraños con un 'en esta fábrica me lo paso muy bien'.

En la tienda, donde se celebró una liquidación para vender los últimos productos en abril de 2009, solo queda intacto el cartel, colgado del techo, para indicar la salida. Poco ya del antiguo despacho sindical, en cuyo suelo hay aún restos de la lucha social de los últimos tiempos.

Luces y sombras

La historia de la conocida locería es tan popular como remota. Hay que viajar hasta 1901 para encontrar sus primeros orígenes, cuando el empresario Senén Ceñal, arropado por comerciantes y banqueros, arrancó su construcción en la denominada Huerta de Abajo. Con el sello en azul cobalto en todas sus vajillas, juegos de café o piezas decorativas, llegó hasta las casas de toda España y cruzó a Buenos Aires, La Habana o México por los encargos de la colonia de emigrantes.

Eran otros tiempos. No todos buenos. A lo largo de su historia sobrevivió a varias crisis. Llegó a contar en nómina con una amplia plantilla y competir con la famosa Cartuja de Sevilla. Tres décadas después comenzaron sus problemas serios. En 2007 escribió su capítulo final, con Álvaro Ruiz de Alda como propietario. Tras varios Expedientes de Regulación de Empleo, el último despidió a 44 trabajadores solo dos años después. Una mala noticia que derivó en cualquier esperanza de reapertura. El concurso de acreedores terminó en liquidación.

La Agencia Tributaria intenta ahora venderla para recuperar algunas deudas. El próximo 30 de octubre finalizará el segundo plazo para recibir ofertas y que un nuevo propietario asuma los 23.870 metros cuadrados en estado de ruina.

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