La familia Cornión
PPLL
Sábado, 31 de diciembre 2011, 03:38
s un sello, una marca, una manera de mirar al arte con sede en Gijón. Amador Fernández ha conseguido 30 años después de abrir galería que sus artistas sean sus amigos. Y eso es mucho decir. Quizá porque el amor al arte le llegó del amor a los artistas, porque el chico de Contrueces que con 14 años buscó trabajó y lo encontró en la librería Atalaya puede que hubiera visto algunos cuadros en su vida pero empezó a mirarlos, a quererlos, a buscar y encontrar la emoción que transmiten cuando conoció a quienes manejaban los pinceles. Así nació la aventura de Cornión. La aventura de Amador, pero también la de Joaquín Rubio Camín, Pelayo Ortega, Melquíades Álvarez, Josefina Junco, Luis Fega, Pablo Maojo, Javier del Río, José Arias, Ramón Prendes... De los artistas de Cornión. Un viaje que arrancó en una central nuclear, la de Almaraz, cuando Amador Fernández, con 28 años, aceptó el reto de Eduardo Vigil de heredar su negocio vía traspaso, se lió la manta a la cabeza y dijo adiós a un puesto de trabajo fijo a cambio de un futuro incierto y un diez por cierto del sueldo que estaba ganando. -¿Eso es amor al arte? -Eso es querer hacer algo tuyo. Y lo hice. Y no ha debido hacerlo mal. Este es su balance artístico en cifras: unas 300 exposiciones organizadas, más de 250 en Cornión, y más de seis mil cuadros que han pasado por su galería. Algunos se han quedado con él para adornar su vida: «Tengo una colección sí, pero no me considero un coleccionista», confiesa. Un 11 de mayo de 1981 se inauguraba la librería-galería Cornión con una exposición colectiva en la que ya estaban nombres como los de Camín, Pelayo y Melquíades. Isabel de la Rosa, la mujer de Amador, estaba a dos meses de dar a luz a Elsa, que hoy -cosas de la vida- es licenciada en Historia del Arte. Tuvieron ellos dos y otros amigos que ejercer de pintores de brocha gorda y de un sinfín de cosas más para poner a punto Cornión, la heredera de la Atalaya de Eduardo Vigil a la que llegó Amador con 14 años. «El amor al arte me vino cuando trabajaba aquí con Eduardo, era íntimo amigo de Antonio Suárez, de Camín, de Orlando Pelayo...», rememora el galerista gijonés. Así empezó todo. Aquel chavalín que por la noche estudiaba en la Escuela de Maestría les miraba con cierto idealismo, les veía como héroes. Camín, en Madrid; Orlando Pelayo, en París... Y con 15 añitos invirtió 25 pesetas en un pequeño cuadro de Aurelio Suárez. «Mi primer cuadro era de Antonio Suárez y me lo regaló Eduardo, pero el primero que yo compré era de Aurelio». Entonces era, además de empleado, modelo de nada más y nada menos que Nicanor Piñole. Acudía a su casa y se dejaba pintar por el maestro mientras miraba sus cuadros. Hoy no sabe dónde ni quiénes atesoran esas obras en las que aparece su espigada figura de 1,70. Solo entonces, y ante los pinceles de Pelayo Ortega mucho tiempo después, ha sido retratado. Claro que la obra del pintor de Mieres se reconvirtió en la imagen de otro para exponerse hoy en Casa Consuelo, en Otur. Ya no hay retrato de Amador. Nunca buscó figurar en primer plano el montañero fiel cuya cima más alta está en Tayikistán a 7.495 metros (Pico Comunismo) y que sabe que hay otro arte que no consiste ni en hacer ni en vender cuadros y esculturas: «Es importante que los artitas vendan algo, pero es mucho más importante la relación amistosa y familiar que nos une, y eso es algo que se ha cultivado durante muchísimos años, hemos creado una pequeña familia, con las dificultades que eso entraña, no hay que olvidar que los artistas son competencia». Hay un pastel que repartir y el asturiano no deja de ser pequeño. Dentro de esa familia, hay una serie de nombres claves. El de Camín, el artista cuarentón que triunfaba en Madrid cuando le conoció y acabó convertido en uno de sus grandes amigos. «No era nada mío, pero él y Carmen eran los abuelos de mi hija», dice hoy Amador. Camín se le fue. También Javier del Río. Y Vivancos. Pero el resto siguen pintando y exponiendo en Cornión. Otro nombre fundamental en la galería es el de Pelayo Ortega. Le compró un cuadro en su primera exposición en la Atalaya cuando apenas si tenía 18 años. Pagó por él 8.000 pesetas. Luego caminarían juntos un camino de auténtico éxito: Gijón, Madrid, Nueva York. «Es un orgullo para la galería». La galería-librería treintañera ha tenido más orgullos a lo largo de tres decenios. Quizá uno de sus momentos claves se produjo en el año 1986 cuando se instaló en la Feria de Arte Contemporáneo Arco. Se quedó allí hasta 2000. Fue el trampolín de Pelayo Ortega y de otros muchos artistas. No se olvida Amador de la aventura de editar libros de artista. Eso sucedió a finales de los ochenta. 'Valdediós' y 'Semblanza de Gijón', con obra gráfica de Camín y Pelayo Ortega, respectivamente, vieron la luz en magníficas ediciones cuyo coste superaba las 200.000 pesetas de la época y que se llevaron sendos premios del Ministerio de Cultura por su calidad. Algunos otros libros se quedaron en el tintero de la editorial Urrieles. Como a la hora de bautizar a la galería, la inspiración fueron los Picos de Europa. En los noventa, Cornión multiplicó su espacio. Instaló el arte en el sótano y los libros en la primera planta. Fue un crecimiento, una evolución necesaria para hacer más grande una aventura que sigue viva. Amador, que domina el dibujo como delineante, nunca se atrevió a pintar. Ni se va a atrever. «Es muy difícil, bueno en realidad pintar es fácil, lo difícil es hacerlo bien, lo difícil es conseguir transmitir». Y emocionar. Ese es el reto del artista, emocionar. Y Goya, Picasso y Rothko, con permiso de sus amigos Camín y Pelayo, lo logran con cada pincelada. Ahora, en tiempos de crisis con la carísima obra de Eduardo Arroyo colgada en sus paredes, Amador Fernández afronta los treinta años que están por vivir con optimismo. Tiene 58 años pero no piensa en la jubilación. Tampoco piensa en dejar de escalar montañas.