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CARMEN GÓMEZ OJEA. ESCRITORA

"El Nadal le ha cambiado la vida a muchos escritores, pero a mí no"

Cuatro días antes de que se falle el popular y ya no tan prestigioso premio de Destino, Carmen Gómez Ojea recuera cómo fue ganar el suyo. Han pasado 28 años y sigue pensando en lo mismo: en escribir

PPLL

Sábado, 2 de enero 2010, 12:23

El 6 de enero de 1982, Carmen Gómez Ojea (Gijón, 1945) se convertía en la segunda escritora asturiana que ganaba el Premio Nadal gracias a Cantiga de agüero, una novela cuyas virtudes una cierta adaptación del realismo mágico a los parámetros cantábricos, su prosa valleinclanesca y la portentosa capacidad de fabulación que demostraba una autora absolutamente desconocida más allá del Pajares habían llamado la atención de un jurado más pendiente de los méritos literarios que de los asuntos de la mercadotecnia.

Veintiocho años después, supongo que ya no tendrá ningún problema en confesarlo. ¿Estaba amañado?

En mi caso, no, pero hay que tener en cuenta que eran otros tiempos. Si te fijas, ahora los ganadores de los premios, tanto el Planeta como el Nadal, ya están presentes en la cena en la que se hace público el fallo del jurado. No recuerdo si entonces las bases permitían que las obras fueran firmadas con seudónimo, pero sí que yo la firmé con mi nombre. Josep Vergés fundador y editor de Destino, ya fallecido, que estaba en el jurado, se sorprendió muchísimo cuando leyó la novela por la solidez que demostraba y se puso en contacto con la Universidad de Oviedo para preguntar por mí. Acabó hablando con Alarcos, que le dijo que sí, que sabía quién era porque me había dado clase, y entonces le comentó que tenía muchas probabilidades de ganar. Fue así como la gente de aquí se enteró de que me había presentado al Nadal, porque yo no le había comentado nada a nadie.

Contra la imagen que de ella han dado algunos de sus detractores, Carmen Gómez Ojea rezuma cordialidad en cuanto le abre la puerta al visitante y le guía por los recovecos de su casa, un décimo piso en el barrio de La Arena dotado de unas vistas impresionantes y cuya decoración no parece responder a más exigencias que la del horror vacui. Por las paredes se suceden, o se amontonan, decenas de cuadros (muchos Piñole, algún Linares), una escultura de Navascués, varios angelotes rescatados de tiendas de antigüedades, candelabros, relicarios Y libros, infinidad de libros que poco a poco han ido invadiendo el salón, los pasillos, cada una de las estancias de un hogar que en algunos momentos asemeja una casa encantada.

Mientras glosa las virtudes del e-book y muestra el Belén que ha confeccionado con su nieto, dominado por una gallina cuyo tamaño supera con creces al del mismísimo Portal, explica que sus primeros recuerdos del Nadal se remontan a su preadolescencia, cuando fueron cayendo en sus manos algunas novelas que se habían hecho en su día con el galardón. Cita cinco: Nada, de Carmen Laforet; Viento del norte, de Elena Quiroga; Nosotros, los Rivero, de Dolores Medio; Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, y Primera memoria, de Ana María Matute. Las cinco fueron escritas por mujeres y tienen como protagonistas a niñas que, de uno u otro modo, se ven inmersas en un mundo de adultos. Las cinco le dejaron huella: en su etapa universitaria, Gómez Ojea hacía escapadas al Campo de San Francisco para columpiarse igual que Lena Rivero; hoy, cada vez que viaja a Barcelona se acerca a dar un paseo por la calle Aribau, la misma en la que vivió Andrea, la protagonista de la obra de Laforet. Las cinco novelas acabaron, pues, prefigurando de algún modo a una Carmen Gómez Ojea que ni siquiera soñaba con engrosar el palmarés del premio que promueve la editorial Destino cuando se adentró en sus páginas.

¿Qué supuso para usted, una escritora desconocida y periférica, ganar un premio como el Nadal?

Nada. Nunca me dejé deslumbrar por los premios. Quizás empezara a escribir con mayor fluidez, pero el Nadal no supuso ninguna ruptura con lo que había sido mi vida anterior. Seguí escribiendo, imagino que unas cosas mejor y otras peor, y seguí publicando.

Pero es innegable que obtener un premio de ese tipo proporciona un espaldarazo difícil de encontrar por otra vía. Hay muchos escritores a los que el Nadal sí les ha cambiado la vida

Eso es porque ganan y se van a vivir a Madrid, o porque hay muchos escritores que piensan que sólo se puede triunfar yendo a Madrid. Los escritores asturianos que se quedan aquí son pocos. Muchos de los que ganaron un premio importante acabaron marchándose. Yo ni siquiera fui a Barcelona. Querían que presentase allí Cantiga de agüero, pero les dije que no, que yo era asturiana y que si querían hacer algo lo hacíamos aquí. Al final, vinieron los de la editorial y montamos una espicha y fue todo estupendo.

¿Y en qué se diferencia la Carmen Gómez Ojea que ganó el Nadal de la Carmen Gómez Ojea de hoy?

No he cambiado nada. Hay muchas novelas de hoy que, sin que haya ninguna intención previa por mi parte, acaban recordándome en algunos aspectos a Cantiga de agüero. Creo que, cuando empezamos a escribir, los escritores empezamos a hacer un puzzle o un mosaico de teselas del que al final sale una figura. Todas las partes forman un todo, pero la parte pertenece al todo y el todo a la parte. Yo veo en mis libros personajes que, de alguna manera, ya estaban en mis libros anteriores.

Toca entonces remontarse a los comienzos, a unos orígenes como escritora que se pierden entre las neblinas de la infancia y que le llevan a recordar que «las primeras cosas que escribí eran cuentos muy crueles y muy duros para una niña como era yo, y eso ha cambiado poco pese a que no soy ni pesimista ni depresiva; me fijo en lo oscuro porque la luz dorada es cotidiana y yo quiero meterme en otras vidas, en otra gente». Un desdoblamiento que le sirve para traer a colación la imagen de Rosalía de Castro («cuando escribía era muy melancólica, pero quienes la conocieron siempre aseguraron que ella no era así; sin embargo tiene una novela, El caballero de las botas azules, que es increíblemente moderna, divertida, crítica...») y hacer que su interlocutor traiga a colación las reminiscencias cunqueirianas que casi todos han visto en buena parte de su obra.

Igual ese carácter oscuro de las cosas que escribo proviene de alguna tendencia galaica, porque yo tengo antepasados allí, pero no creo que en mi obra haya nada de Cunqueiro. En Asturias tenemos una mitología lo suficientemente rica como para no tener que ir a buscar nada fuera.

Pero sí es verdad que su forma de reinterpretar esa mitología, o de conferir un carácter mítico a ciertos asuntos cotidianos, tiene más que ver con lo que hicieron autores como Cunqueiro o Fernández Florez que con los referentes literarios que podría haber en Asturias.

Pero no hay que olvidar que en Asturias, desgraciadamente, no tuvimos librerías hasta el siglo XIX, ni tampoco imprentas. En muy poco tiempo hemos pasado a tener librerías, imprentas, editores Yo siempre dije que si podía publicar mis libros en Asturias, los publicaría en Asturias, porque así todo es más próximo: el editor, los intermediarios, los lectores A mí me gusta poder quedar con mi editor para tomar un café y comentar detalles de la novela que va a publicarme. El mundo de las grandes editoriales me resulta frío.

No se puede negar que predica con el ejemplo. Aquí ha publicado su última novela, El tiempo de la rosa (Laria) una novela histórica que narra los amores entre un cruzado de San Luis y una cautiva, y aquí publicó también, en la misma editorial, El último verano en Charenton, un libro que hizo que, de manera un tanto desagradable, tuviera que volver a poner su atención otra vez en el Nadal, convencida como está de que el fallecido Francisco Casavella utilizó algún que otro giro argumental de esa novela (que por entonces aún estaba inédita, pero que al parecer conocían en Destino) para orientar la trama de Lo que sé de los vampiros, la obra con la que obtuvo el Nadal de 2008. A día de hoy, Gómez Ojea sigue «sin saber» para qué sirven los premios literarios, y sostiene que, según su opinión, «nunca fueron serios».

A mí el Nadal sólo me sirvió para saber que Cantiga de agüero le había gustado a un jurado. El premio te da un espaldarazo, un dinero que en realidad te descuentan luego de las ventas y poco más. o que hacen es incentivar un producto de mercado.

Pero sí es cierto que casi todas las novelas que ganaron el Planeta o el Nadal en la década de los ochenta, e incluyo la suya, resisten mejor el paso del tiempo que la mayoría de las que los ganaron desde los noventa.

Pero es que eso va con el tiempo, y ahora se trata de producir literatura kleenex, novelas de usar y tirar y que no dejen rastro. Y también me parece bien, porque tiene que haber de todo.

Y así, mientras regala al entrevistador y al fotógrafo unas galletitas de Nava que responden por manzanitas y que prometen causar furor a poco que el respetable las vaya conociendo, relata sin ningún tipo de rencor una anécdota que resulta bastante reveladora de lo que es el mercado literario: «Un año después de ganar el Nadal me presenté al Planeta, también firmando con mi nombre, con una novela que se titulaba Las libretas chinas y que empezó a aparecer en todas las quinielas como la posible ganadora. Entonces, Montserrat Roig, escritora y periodista a quien yo ya conocía, me llamó para decirme que no iban a dármelo porque en la editorial se habían enterado de que yo estaba embarazada y decían que eso iba a impedirme afrontar la campaña promocional».

¿Sigue manteniendo contacto con la gente de Destino?

Lo mantuve mientras vivía Josep Vergés, y también cuando seguía allí Andreu Teixidor. Luego la editorial pasó a Planeta y lo perdí, porque el concepto que tiene esa gente de la literatura no es el mismo que el que tenían ellos.

Lo digo porque este año hay tres asturianos entre los finalistas.

Eso he leído, pero no tengo ni idea de quién puede haberse presentado. Si quieres, hacemos una quiniela

Y, antes de despedirnos, la hacemos.

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