«Echo en falta una mejor conexión aérea con Asturias»
José Manuel García, abogado langreano, vive en París desde hace más de dos décadas con un despacho especializado en arbitraje internacional
A José Manuel García (Langreo, 1979), cuando intenta echar las cuentas de los años que ha vivido en París o fuera de España, le sale un balance que no considera para nada incompatible con su clara identidad española y asturiana ni tampoco con la de la familia que ha formado en el país vecino, casado con una madrileña a la que conoció allí cuando ambos disfrutaban de una beca de La Caixa.
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Desde el Distrito 9 de la ciudad de las luces, donde reside, un tranquilo barrio residencial bajo Montmartre y coronado por las cúpulas del Sacré-Coeur, evoca que llegó a Francia con tres años. «Mi padre se vino a dar clases de matemáticas al Instituto Español de París y aquí estuvimos seis años. Luego volvimos, primero a Valladolid y luego a Oviedo». Comenzó el bachillerato en el Alfonso II y los siguientes cursos los haría en París de nuevo y en Minessotta. Luego realizaría una doble licenciatura en Derecho español-francés entre la Complutense y la Sorbona. Un máster en Comercio Internacional acabaría por enfocar su futuro destino como abogado, especializado en Arbitraje Internacional. Esa es la especialidad en la que trabaja desde 2004 en el despacho compartido con un socio. «Nos dedicamos a la resolución de disputas contractuales y trabajamos tanto con empresas internacionales como con estados, generalmente en sectores como el petróleo, la minería, infraestructuras, e incluso industrias más 'exóticas' como la de los perfumes en asuntos de confidencialidad. También en disputas entre inversores. He trabajado con muchas empresas españolas y latinoamericanas. Alguna vez me ha tocado una empresa asturiana que tenía problemas en Chile, no muchas más», explica.
Su actividad profesional le lleva a desplazarse habitualmente a los países donde requieren sus servicios de arbitraje: «Yo diría que igual la mitad del año o un poquito menos estoy dando vueltas por ahí», apunta con humor. Y en esas vueltas, en periodo vacacional, siempre hay camino a casa: «A Asturias venimos todos los veranos, a veces en navidades, y no hace ni quince días que estuve ahí en la boda de un familiar en Villaviciosa. Sigo la actualidad regional y española a diario y también al Sporting. Sí, me gusta sufrir (risas)». Expresa que «a pesar del tiempo que llevamos aquí, ni mi mujer ni yo nos consideramos franceses. Mis hijos nacieron aquí pero no les hemos hecho ningún papel francés, de momento tienen el DNI y el pasaporte español. En casa hablamos todos en castellano».
El abogado langreano no recuerda especialmente haber percibido contrastes destacables en su adaptación a la realidad cotidiana del país. «Tal vez siendo estudiante, que era una vida muy complicada aquí. Y en mi trabajo resulta fácil integrarse porque la mayoría de la gente con la que tratas es internacional. En nuestro despacho, de 18 abogados, solo dos son franceses», desvela. La diversidad cultural asegura que ha sido la constante «desde que iba a la guardería. Mis compañeros eran de Líbano, Japón, de todas partes».
De Asturias confiesa echar de menos la comida, «sobre todo les cebolles rellenes», y algo aún más crucial: «una mejor conexión aérea, porque antes había un vuelo diario a París. Nos queda el coche, por suerte ya no es el viaje de cuando era un crío».
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