«Playa del Carmen es demasiado turístico»
La gijonesa Esther Blanco trabaja desde hace siete años en la Riviera Maya como instructora de buceo y fotógrafa artística bajo el agua
Tal parece que en cualquier momento a Esther Blanco (Gijón, 1986) le empezarán a salir escamas en la piel y unas pequeñas branquias para poder respirar bajo el mar y moverse, definitivamente, como pez en el agua. Hasta comprobar si esa improbable metamorfosis se hace realidad, esta gijonesa seguirá trabajando como instructora de buceo y como fotógrafa artística submarina en Playa del Carmen (Riviera Maya, México).
Hasta allí llegó hace siete años, después de estrenarse en el mundo del buceo en Tailandia por casualidad. «Me fui tres meses de mochilera, lo probé y me encantó», recuerda, al tiempo que explica las sensaciones que le produjo la calma del mar. «Ese silencio que hay me hizo sentir que volaba y soñaba al mismo tiempo, era una meditación increíble», promete. E insiste: «Es como estar dormida porque, cuando sales a la superficie, no recuerdas todo lo que ha pasado».
Está claro que lo de Esther con el universo submarino fue un flechazo y rápidamente se dio cuenta de que podía empezar una historia de amor duradera. «Descubrí que se podía vivir de eso, así que me fui a Mallorca a formarme y al final me quedé allí dos años trabajando». En ese tiempo, aprendió más aún sobre el buceo, lo que la llevó a hacer las maletas e instalarse en República Dominicana ya convertida en profesional.
«Desde noviembre hasta febrero tenemos tiburones toro y en verano hay tiburones ballena en esta zona»
Aquella fue una aventura breve porque pronto la empresa para la que trabajaba le ofreció continuar su periplo en Riviera Maya. «Aquí empecé a trabajar como instructora y a los dos años me inicié en la fotografía». Ese salto le hizo darse cuenta de que su pasión siempre había sido el arte. «Desde chiquitita seguí los reportajes de National Geographic y me pensaba que los que los grababan eran el mismísimo Spielberg», se ríe ahora, después de convertirse ella en una de esas profesionales. «Empecé a conocer fotógrafos, me compré mi primera cámara de segunda mano y me dedicaba a vender fotos a buzos», hasta que decidió experimentar y «hacer posados e instantáneas de moda».
Todas esas imágenes que ella saca son en apnea, es decir, aguantando la respiración. «Enseño a la gente a posar bajo el agua. Todos piensan que no pueden hacerlo hasta que lo hacen», asegura, convencida de que «el agua saca emociones y consigue que la gente conecte con su cuerpo y se sientan cómodos». De hecho, para atreverse a probar esta aventura, basta con tener ganas: «He tenido a clientes haciendo sesiones que ni siquiera sabían nadar».
Hay que tener agallas para sumergirse en unas aguas que están repletas de vida. «Desde noviembre hasta febrero tenemos la temporada del tiburón toro y, en verano, hay tiburones ballena. Además, hay cinco especies de tortugas, delfines, mantarrayas y morenas». Un poco de todo en la paz del océano que se mantiene, cuando Esther pisa tierra. «Mi día a día es muy tranquilo. Como soy 'free lance' no tengo unos horarios de oficina, llevo una vida caribeña», bromea.
Ritmo latino, pero sin pausa porque, más allá de las sesiones –que duran tres o cuatro horas–, tiene que pasar mucho tiempo «editando fotos delante del ordenador» y dedicándose a su blog y a su página web, en la que explica los servicios que ofrece.
Es una buena vida la suya, aunque Esther cree que México no es el lugar en el que vivirá «para siempre». Lo considera así porque todavía le queda «mucho por andar» y por bucear a esta gijonesa que advierte que «Playa del Carmen es un lugar demasiado turístico». Por eso mismo, le gustaría lanzarse a explorar «otros enclaves» y descubrir «rincones más salvajes y con más montañas porque esta zona es muy plana».
Quizá su base siga estando en la Riviera Maya, pero a esta gijonesa le apetece hacer las maletas de vez en cuando y sumergirse en otras aguas que le permitan seguir soñando entre delfines, tortugas, tiburones y morenas. «Me gusta moverme todo el tiempo», lanza y no miente porque, aunque sin escamas ni branquias, disfruta como nadie bajo el mar.