El bioquímico motero y deportista
Pedro Sánchez Lazo, candidato a rector, inició en 1975 su labor investigadora en Estados Unidos: «Me perdí la Transición»
elena rodríguez
Miércoles, 13 de abril 2016, 02:58
Fue el verano pasado. Pedro Sánchez Lazo viajó con un grupo de amigos hasta Barcelona, donde embarcaron con sus motos en un ferry que los llevaría hasta el puerto romano de Citavecchia. A partir de entonces, empezaría, a lomos de su Custom, una aventura que le llevaría en grupo hasta Nápoles, la costa amalfitana y la región de La Campania, en el sur de Italia. Para quienes no pertenecen a su círculo más cercano éste es uno de los aspectos más desconocidos del catedrático de Bioquímica y Biología Molecular y candidato a rector de la Universidad de Oviedo: Pedro Sánchez Lazo es motero.
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Y, también, un empedernido deportista. Su afición por los deportes no se limita solo a los partidos de futbito que juega con los compañeros de laboratorio y de facultad. Le gusta el senderismo, que practica los fines de semana, esquiar, bucear, la pesca submarina y deportes de riesgo como el rafting. En su familia, el ejercicio 'tira'. Sus hijas, Ana (cirujana de 34 años), y Sofía (de 32, que trabaja en una multinacional farmacéutica) han llegado incluso al deporte de competición. «La gente que practica deporte tiene un talante especial porque admite las contrariedades con mayor naturalidad que los que no son deportistas. Y cuando uno ejercita en solitario aprende a hacer las cosas mejor», dice Sánchez Lazo, quien también confiesa su gusto por la música clásica. Abonado a los conciertos de la Orquesta Sinfónica del Principado, echa de menos una mayor educación formal musical y reconoce que no poder tocar el chelo es una de sus frustraciones.
Vicerrector de Ordenación Académica y Profesorado (1988-1989) con Alberto Marcos Vallaure, director de Relaciones Internacionales (2000-2004) y vicerrector de Investigación y Relaciones con la Empresa (2005-2008) con Juan Vázquez, es este bagaje y su amplia labor investigadora en universidades americanas, británicas y alemanas lo que le ha animado a presentarse a las elecciones rectorales. Cree que su trayectoria puede ayudar a cambiar una institución que «se ha degradado en los últimos años». Cuando se lo comunicó a la familia nadie se opuso. «Siempre hemos sido muy respetuosos con las decisiones de los demás. De hecho, no he sido un 'intervencionista'», dice.
Un viaje determinante
Sánchez Lazo (Sevilla, 1949) procede del pueblo Castilblanco de los Arroyos, donde se divertía jugando al balón, la peonza y defendía al barrio en los combates de espadas de madera. Son evocaciones de una infancia feliz, en la que también hubo momentos muy tristes, como la muerte de su hermano pequeño José María, con Síndrome de Down. Aquella pérdida le convirtió en hijo único.
Lazo -que insiste en la importancia de «pelear por mantener la calidad de la enseñanza»- ha sabido apreciar, desde muy joven, a los buenos profesores. En el colegio, a don Epifanio Lupión, «que nos daba clase de todo, y que supo transmitirnos muy bien los conceptos elementales de cálculo y de ortografía». Y, en el instituto San Isidoro de Sevilla, a Agustín Peiro, quien le hizo descubrir «la complejidad de los sistemas biológicos ». En una época en la que dudaba si estudiar Historia, fue él quien le hizo inclinarse por la Biología.
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En segundo de carrera, un viaje al Parque Nacional de Doñana, muy frecuentado por profesores y científicos, cambió su vida para siempre. Allí conoció a Sofía, una joven salmantina, también estudiante de Biología. Fue tal el flechazo que decidió pedir el traslado y continuar estudiando la carrera en Salamanca. Desde entonces no se han separado y su trayectoria vital e investigadora ha discurrido unida. De hecho, al acabar la carrera hicieron el doctorado juntos en el departamento de Microbiología que dirigía el asturiano Julio Rodríguez Villanueva. La esposa de éste y profesora de Investigación en el CSIC, Isabel García Acha, fue la directora de tesis de Sofía, y Santiago Gascón (que sería rector de la Universidad de Oviedo entre 1992 y 1996), el de Pedro. No sabía entonces que sus vidas se volverían a cruzar, y en Asturias.
Ya casados, el matrimonio emprendió rumbo a Estados Unidos, donde iniciaron su actividad investigadora en el Instituto Roche de Biología Molecular de Nueva Jersey, donde coincidieron con Severo Ochoa. Y a esta etapa le siguió otra en Washington, en el Instituto Nacional de Salud. «Nos fuimos a Estados Unidos con el dictador vivo y, al regresar, ya se habían celebrado las primeras elecciones, por lo que no vivimos la Transición».
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El motivo de su vuelta fue la convocatoria de una plaza de profesor adjunto en la Universidad de Oviedo. Por aquella época, Santiago Gascón ya había dado el salto a Asturias. Lazo aprobó la oposición, estuvo un año más en Washington, y se incorporó a su puesto en la capital asturiana. Pero no dejó EE UU atrás. «Fue un periodo en el que aprendimos mucho y establecimos una gran red de contactos. Estamos muy ligados al país».
Agnóstico y de izquierdas
En los inicios de los ochenta, Gascón era catedrático de Bioquímica y juntos montaron prácticamente todo el departamento. «Fue un tiempo de un dinamismo absoluto para recabar medios». Afirma que en todos estos años ha habido «muchos momentos clave». Uno de ellos fue en 1987, cuando empezó a asumir labores de gestión universitaria después de que el catedrático de Geografía Humana Emilio Murcia dejara el vicerrectorado de Ordenación Académica y Profesorado. Lazo pasó a ocupar su puesto, en el que tuvo que diseñar los programas de doctorado. «Me valió mucho para conocer la Universidad».
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La ciencia le ha llevado a ser agnóstico y «eso, junto que soy un sentimental, me ha hecho estar siempre en posiciones de izquierda, pero sin militancia política». Uno de los momentos más duros fue la muerte de Santiago Gascón en 1996. «Teníamos planteamientos ideológicos muy diferentes, pero nunca nos generó problemas. Era un hombre muy entrañable». Volcado ahora en Sofía, que lleva tiempo enferma, se considera una «persona abierta, con la que es fácil conectar». Y le hacen enfadar «las chapuzas y las mentiras. Las mentiras me ponen muy nervioso».
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