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Con sus hijas Marta (14 años) y Laura (15) y su mujer, Alejandra Seva

Psicólogo en busca de equilibrio

El catedrático de Psicometría afronta la carrera al Rectorado y la crítica amable de su mujer: «Tienes ganas de meterte en ese lío»

azahara villacorta y elena rodríguez

Jueves, 14 de abril 2016, 03:27

«Ahora ya sabes más que yo. Haz lo que quieras». Con esa frase le dio paso a la madurez a José Muñiz su padre, fresador de la Fábrica de Armas de Trubia, cuando el chaval había cumplido la mayoría de edad y se disponía a elegir estudios. Y, desde entonces, el hoy candidato a rector de la Universidad de Oviedo se entregó sin reservas a la institución académica. «Ella es la culpable de todo lo poco que hoy soy», suele repetir como un mantra este catedrático de Psicometría que siempre estuvo «por ahí atravesado», ocupando puestos de gestión en la Academia: desde el Vicerrectorado de Profesorado con Gascón al Decanato de Psicología.

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Atrás quedaba «una infancia feliz» en la que los juegos transcurrían en una quintana de Sograndio, el pueblo con el que se le llena la boca y donde nació en la Nochebuena de 1949 en el seno de «una familia muy humilde y relacionada con el campo». Aunque quizá aquella niñez no quedara tan atrás, porque, tras cursar estudios en la escuela unitaria para luego pasar al Colegio La Bombilla y terminar el Bachillerato en el Loyola de Oviedo, él mismo fue para maestro y ejerció como docente.

Sí se abrió una nueva etapa cuando, en los albores de la Transición y con veintitantos, hizo las maletas y se fue a Madrid, donde se licenció en Psicología por la Complutense en 1977. Tiempos de los que se acuerda cuando algún alumno le pregunta si se puede perder una clase: «En aquellos años de huelgas perdíamos meses. Casi un año estuve sin ir yo».

Pero, con todo y con eso, hizo carrera: «Leí la tesis doctoral en 1980 y de 1977 a 1984, trabajé de profesor ayudante y adjunto», resume quien fue testigo directo de la 'movida', aquella «efervescencia» post-franquista. Y jura que lo hizo «sin probar las drogas» este hombre instalado en la equidistancia que se define como «ideológicamente transversal» y del que sus allegados aseguran que «trata con la misma afabilidad a un catedrático que a un bedel».

Cuenta Muñiz (al que los suyos llaman Pepe), por ejemplo, que estuvo presente en la grabación de 'La Mandrágora', ese disco del trío conformado por Joaquín Sabina, Javier Krahe y Alberto Pérez, «buen amigo» en aquella época del catedrático. «No sé ni cómo salimos vivos de esos bares», bromea ahora sobre las condiciones de seguridad de aquellos garitos que rodeaban su piso en La Latina.

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Un epicentro en constante ebullición por el que también se movían -hace memoria- gentes como Cristina Almeida. Muchas de ellas, sobreviviendo al filo de lo imposible en los años en los que el 'caballo' y el sida se llevaron a tantos. Y se acuerda entonces, por analogía, de un viaducto en el que alguien había hecho una pintada: «Suicidas, apúntense aquí por riguroso orden». Un polo de atracción para los desencantados de la existencia que «hoy está cubierto con paneles de cristal» para evitar tentaciones.

Nada que ver con el espíritu de este universitario convencido que defiende que «lo importante es disfrutar de la vida» y que «lo verdaderamente difícil está en el equilibrio. Y más, para un psicólogo que tiene que escrutar el alma de la gente» por más que él no haya escogido la rama clínica de la profesión. Porque, si hay una característica de su personalidad que destaca, es «el optimismo», el rasgo que -afirma- predomina en la personalidad de los emprendedores.

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En aquel Madrid para disfrutar estaba Pepe Muñiz hasta que, en 1984, con 34 años, sacó por oposición la Cátedra de Psicología Matemática de la Universidad de Baleares, otro momento dorado en el que aprendió «catalán en la intimidad» leyendo una edición bilingüe del 'Cuaderno gris' de Josep Pla y disfrutó de los placeres isleños «al lado de Marivent». Donde convivió con los mallorquines, que «son un poco cerrados de entrada porque están acostumbrados a que todo el mundo les invada», y donde «veía a los Reyes cada vez que iban».

«Quiero un derbi en 2017»

«¿Que si soy monárquico? Soy demócrata y defensor del régimen establecido. Con este sistema no nos va mal, así que yo no abriría ese debate», zanja sin perder la sonrisa. De nuevo la virtud lejos de los extremos de quien aclara que no pertenece a ningún partido o sindicato: «Para mí es muy importante la ausencia de sectarismo. Aprovechar todo tipo de energía de un montón de gente». Hasta el punto de que, aunque socio del Oviedo, apostilla que al Sporting no le desea el descenso: «Soy de los que quieren que haya derbi el año que vine». Y que se declara «madridista pero sin excesivas pasiones ni disgustos».

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El círculo de Pepe Muñiz se cerró en 1987, cuando opositó de nuevo para volver a Oviedo de catedrático de Psicometría. «Y, desde entonces, aquí estoy, haciendo lo que me gusta», aunque con un pequeño paréntesis como becario Fulbright para llevar a cabo un proyecto de investigación en la Universidad de Massachusetts, donde permaneció casi tres años.

Y, como no podía ser de otra manera, esta historia concluye en Sograndio, donde vive tras reconstruir la casa familiar, y donde elabora su propia sidra (Sidra Condia, «el nombre de un tipo de castaña»). Alrededor de 500 botellas al año para compartir con amigos y familiares y cuyo gran secreto es determinar «el momento óptimo para sacarla del tonel».

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Allí se le puede ver en sus ratos de ocio podando y abonando los manzanos junto a su mujer, Alejandra, a la que conoció relativamente tarde «porque las cosas del corazón no siempre son programables», y sus hijas, de 15 y 14 años y que «progresan adecuadamente» en sus estudios. Las tres mujeres de su vida, que coincidieron en una apreciación unánime cuando este experto en test les comunicó sus planes de dar la batalla el Rectorado «animado por los amigos»: «Tienes ganas de meterte en ese lío».

Porque, además, «Alejandra, que es abogada y filóloga, trabaja como funcionaria del Ayuntamiento, así que no tiene nada que ver con el mundo universitario. «Y casi mejor, porque, si no, la casa se convertiría en una extensión del Departamento».

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«No tengo grandes reproches que hacerle a la vida. Y, cuando vienen mal dadas, la estrategia es pasar página y mirar hacia adelante, aunque es más fácil decirlo que hacerlo», concluye Pepe Muñiz, experto en test de inteligencia convencido de que «no vale nada ser muy listo si no le metes horas. Y yo tengo una capacidad razonable, pero además no he hecho otra cosa en la vida que trabajar».

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