Cuando Asturias estalló: octubre del 34, un alto en la Historia

Huelga general insurreccional. Fueron las tres palabras que dieron paso a la Revolución. Solo cuajó en Asturias y durante dos semanas, pero creó un mito

Sábado, 5 de octubre 2024

Un caldo espeso de tensión política se cocía por toda Europa cuando EL COMERCIO dio la noticia: en las elecciones generales, las derechas habían obtenido «un triunfo contundente» frente al «fracaso ostensible de todos los partidos republicanos». Era el 19 de noviembre de 1933 y, aunque se fue a segunda vuelta, todo el pescado ya estaba vendido: tras un primer bienio de desentendimientos en las izquierdas, el gobierno sería para los radicales de Alejandro Lerroux, apoyados por la coalición ganadora. Era la CEDA, liderada por Gil Robles, una organización que abogaba por un 'Estado nuevo' que utilizase 'la democracia no como fin, sino como medio'. Para ello no dudabaen usar toda la parafernalia fascista en boga en Europa: Hitler acababa de obtener el poder; pronto, en Austria, el canciller Dreyfus prohibiría los partidos políticos; y, en Italia, el 'duce' —a Gil Robles, análogamente, lo llamaban 'jefe'— Mussolini gobernaba con mano de hierro desde 1922. La mecha de la revolución prendió el cuatro de octubre de 1934, cuando Lerroux integró en su gobierno, en las carteras de Agricultura, Trabajo y Justicia —de todas ellas había dependido, en los meses previos, el frenazo a las reformas del primer bienio y la amnistía a los protagonistas de la 'Sanjurjada'— a tres ministros de la ultraderecha cedista.

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Sin embargo, lo cierto es que la revolución no surgió de la nada. Ya desde diciembre de 1933 las fuerzas obreras venían preparando una vía ... insurreccional, unidas bajo el paraguas de la Alianza Obrera. Asturias fue un caso excepcional: solo aquí la CNT decidió sumarse también al pacto. Pequeños pero constantes robos de armamento de la pasada guerra de Marruecos en la Fábrica de Armas de La Vega, en Oviedo, y el desenvolvimiento de gestiones por parte del socialista Indalecio Prieto para conseguir arsenales como el incautado por la Guardia Civil a bordo del vapor Turquesa en septiembre del 34, habían armado a los revolucionarios. Todos los ingredientes para el estallido estaban listos. Faltaba la orden: la trajo, bajo el forro de su sombrero, el diputado socialista ovetense Teodomiro Menéndez en la noche tras el cambio de gobierno. La nota, «huelga general insurreccional», era tan escueta que ni siquiera tenía estructura sintáctica, pero con ella se abriría un auténtico paréntesis en nuestra historia.

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Uno en el que todo sucedió muy rápido. Bajo el lema UHP('Uníos, hermanos proletarios), la alianza obrera formó comités revolucionarios en Mieres y en Sama y marcharon hacia la capital, a donde llegaron a las seis de la mañana del 6 de octubre, tras la toma de más de una veintena de cuarteles de la Guardia Civil. Ese sería el último día en que se publicó EL COMERCIO hasta dos semanas después, porque, aunque a la tarde ya había caído el Ayuntamiento de Oviedo, aún quedaba un largo camino por recorrer. La falta de munición sobrevolaba ya sobre los ánimos revolucionarios, que centrarían todos sus esfuerzos en asaltar las fábricas de armas de Trubia y de La Vega y la de explosivos de La Manjoya. Para cuando se completó el objetivo, el día 9, las tropas de infantería del ejército gubernamental, comandadas por el general Eduardo López Ochoa, y las de la Guardia Civil bajo el mando del comandante Lisardo Doval, ya hacían frente a la insurrección. El interior de las fábricas, además, proporcionaría otra desagradable sorpresa a los obreros: en La Vega, toda la munición había sido trasladada al cuartel de Pelayo, uno de los puntos fuertes de la contrarrevolución en la capital. El otro estaba en el cuartel de Santa Clara, pegado pared con pared al teatro Campoamor, que fue incendiado por las tropas gubernamentales para aislar su posición.

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Más allá del Naranco, la revolución fracasaba. En Gijón, organizada en torno a la CNT, el exiguo armamento con el que contaban los insurrectos (el que se esperaba desde los Comités de las Cuencas nunca llegó) no pudo con las bombas del buque Libertad, presto desde el día 8 a bombardear Cimadevilla, donde las barricadas intentaban, en un combate de David contra Goliat, contener el movimiento. Las hubo, también, en La Calzada, en el Llano y en el Natahoyo, pero la revolución gijonesa ya era solo cenizas para cuando Oviedo ardió. Sucedió el jueves 11 de octubre, boqueando ya la fuerza obrera, que apenas dos días antes tomara el Banco de España y el Hotel Inglés. Durante casi todo el transcurso de la revolución, los guardias de asalto habían estado 'paqueando' (del 'pac, pac' de los tiros de los fusiles se acuñó el verbo) a los insurrectos desde la torre de la Catedral. Intentando frenarlos, en uno de los episodios más oscuros de la revolución, un grupo de mineros dinamitó la Cámara Santa. Ese día, las tropas de López Ochoa rompieron el cerco sobre el cuartel de Pelayo y los mineros comenzaron a replegarse de vuelta hacia las Cuencas, síntoma primero de que el movimiento había comenzado a agonizar.

En Mieres y en Sama, los dirigentes pensaban ya en la rendición cuando comenzó el epílogo de la historia. El día 12 entraron en Oviedo, por la Cadellada, la Tenderina y el Rayo, los legionarios y regulares, con el teniente coronel Yagüe a la cabeza. Habían llegado a Gijón, por mar, días atrás. Con el objetivo de encontrar los alijos de armas que aún pudieran tener ocultos las fuerzas revolucionarias, emprendieron los ataques a los barrios periféricos de Oviedo, asesinando a más de 60 civiles (32 de ellos, en Villafría). Entre ellos, y en San Pedro de los Arcos, acribillaron a Aida de la Fuente, quien pronto se convertiría en icono proletario, gracias, entre otras cosas, al catalizador que supondría, el 27 de octubre, la muerte de Luis de Sirval. El valenciano, uno de muchos periodistas que llegó en los días posteriores a la revolución para cubrir las informaciones sobre la misma -entre ellas, el asesinato de De la Fuente-, fue arrestado y ejecutado por el legionario búlgaro Dimitri Ivan Ivanoff.

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La desproporcionalidad de la respuesta de las tropas de Yagüe sería un punto ineludible a la hora de negociar la rendición. El 18 de octubre de 1934, gracias a la mediación del teniente Gabriel Torrens, jefe del cuartel de la Guardia Civil en Ujo, Belarmino Tomás y Eduardo López Ochoa se reunieron para poner fin consensuado a la insurrección. Por el lado gubernamental se exigió la entrega de las armas y de los cabecillas; del revolucionario, que no hubiera más represalias que las dimanadas de los tribunales de justicia y que en la salida de las tropas hacia las Cuencas no se pusiera en cabeza ni a legionarios ni a regulares, instigadores de la represión. Así terminó en Asturias la revolución que en otros sitios no llegó ni a empezar: fuera, tan solo había cuajado, y a medias, en Cataluña y Palencia. «En el resto de las provincias los trabajadores no han respondido como era su deber», afirmó, en el balcón del Ayuntamiento de Sama, Tomás, al anunciar la derrota. Al día siguiente, volvió a publicarse EL COMERCIO. La calma chicha se impuso, desde entonces, en Asturias, con sus cárceles llenas de esos «millones de corazones» que, según la canción, gritaron, durante 14 días de octubre, «su cólera por los aires».

Créditos

Extra

Algunas de las imágenes de este reportaje han sido elaboradas con ayuda de la Inteligencia Artificial a partir de fotografías reales.

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