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Cielo completamente gris sobre el recinto, con las calles aún humedecidas por el rocío nocturno casi al mediodía. ARNALDO GARCÍA

Solo faltan los gorilas

Nubes, niebla, fresco, suelo mojado a primera hora, amagos de orbayu... Hay un visitante todavía por llegar en 2021. Lo llaman verano

ADRIÁN AUSÍN

Lunes, 16 de agosto 2021, 01:51

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Si cuando pasea por el recinto cree distinguir usted a Sigourney Weaver encaramada a la fachada de un pabellón, o a un frondoso árbol, con un animal en sus brazos, no dude. La imagen puede ser cierta. Pues en este agosto sin agosto se está produciendo la tormenta perfecta para rodar 'Gorilas en la niebla' en versión asturiana. En algunos pasajes del film, las cámaras podrían cambiar Muniellos, Somiedo y los Lagos por la Feria de Muestras cuando la protagonista acuda a la ciudad a buscar a un gorila extraviado. Algo así (también) como 'King Kong' en el Empire, pero en versión local, con la actriz subida a la torreta de la entrada al recinto, a la cubierta vegetal de EdP o a una exótica palmera. Que las hay.

El mal tiempo está desquiciando bastante al respetable, que cuando ve en el telediario lo de la 'ola de calor' se lo llega a tomar como una broma de mal gusto. Así fue cómo el sábado, por ejemplo, mientras León celebraba su día en el ferial, su territorio patrio lucía un ofensivo cielo azul con 33 grados a la sombra. Ahora bien, si uno tomaba el coche allí y avanzaba hacia nuestro singular 'Mordor' podía comprobar cómo el termómetro iba en caída libre hacia la cima de los puertos. En Tarna, por ejemplo, eran ya 27 grados a las seis de la tarde. Y de ahí hasta llegar a los 20 de Gijón, entre grumosas nubes negras, que hasta parecían malolientes.

Pero lo que para nosotros es un infierno para los madrileños es el cielo. En palabras de Campoamor, «en este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira». Lo cierto es que en Gijón, y en Asturias, nos sentimos traicionados, robados, ultrajados, invadidos por una bruma mental en la cual nuestros cerebros se hallan humedecidos hasta la podredumbre, algo así como la botritis que se adueña de los tomates. Queremos sol. Y no lo tenemos.

Pero volviendo a Campoamor, este tiempo triste, depresivo y oscuro es la quintaesencia del éxito de la Feria. Qué mejor plan que pasar unas horas al recinto cuando estamos rodeados de grisura. No apetece ir a la playa, pero tampoco llueve. Esa es, sin duda, la fórmula mágica para dejarse seducir por los encantos de 600 expositores ávidos de visitantes.

Tres perfiles opuestos

Curiosamente, el tiempo estanco es a su vez una mala noticia para el histórico vendedor de paraguas. Pues en L'Orpín viven, sobre todo, del cambio repentino. La gente debe llegar al recinto sin paraguas y una vez en él que se ponga a llover. Nada como una tormenta para hacer caja. Y eso aún no se ha producido. «Está la cosa floja. A ver el martes, que dan lluvia», indica Inés, sentada bajo un abanico de paraguas de entre 8 y 20 euros. De modo que ya tenemos tres grupos de humanos meteorológicos: los autóctonos ávidos de sol, los turistas mesetarios felices con las brumas y los vendedores de paraguas deseosos del chaparrón.

Ayer, segundo domingo de Feria, se dio otro fenómeno. En medio de un cierto bochorno, a media tarde asomó el sol calentando transversal algunas calles del recinto mientras en otras soplaba un viento frío. O sea, además, microclimas. El pobre juego del Sporting acaso enfrió unas zonas y el resultado calentó otras.

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